Foto de archivo de una
manifestante en Tailandia en 2018,
pidiendo la libertad de 15 activistas
encarcelados en Bangkok.
(EFE/Narong Sangnak)
La erosión de los sistemas libres
suele ser gradual y silenciosa,
impulsada por pequeñas
concesiones, autocensura y miedo,
hasta que la pérdida de derechos
resulta casi imperceptible
para la mayoría...
La existencia no tan antigua de regímenes dictatoriales en Europa, incluido en nuestro país, y la proliferación de nuevas autocracias en los últimos años, puede hacernos creer que este tipo de sistema nos resulta familiar.
Que sin duda seríamos capaces de verlo venir y que, además, reaccionaríamos con la serenidad y los principios de un ciudadano digno de tal nombre: de un demócrata.
Es posible argumentar, sin embargo, que este no siempre es el caso.
Y que, cuando la dictadura se manifiesta, la mayoría de las personas estamos despistadas, o en proceso de negación, o peor, sentimos cómo surge en nuestro interior un torrente de sentimientos justicieros y agresivos, al ver cómo el hombre fuerte mete en vereda a los críticos y destruye el sistema que, de todas formas, hemos aprendido a odiar.
Muchas de estas señales pueden verse en Estados Unidos, pero vamos a abrir la lente y a tratar de hacer un manual incoloro, en la medida de lo posible, que pueda servir en otros contextos.