Jesús - Jeshua - El Masías define su personalidad. Parte 1

CAPÍTULO X - 1
El Masías define su personalidad. Los Mesías son siempre originarios del mundo en que desempeñan su elevada misión. Los Apóstoles no estaban a la altura de los fines que tal misión implicaba, como que tampoco comprendieron realmente las enseñanzas de Jesús.

LA demostración de mi personalidad, hermanos míos, exige la confidencia de mis penas íntimas como hombre y de mis alegrías espirituales como Espíritu.

Tengo también que precisar la diferencia que existe entre mi revelación de antes y mi revelación actual. Atribuyámosle a Jesús hombre las pasiones del hombre; atribuyámosle a Jesús mediador la calma bebida en el seno de las instituciones divinas, la fuerza del sacrificio, la resignación del mártir; atribuyámosle a Jesús hombre los impulsos del corazón hacia los llamados de la naturaleza humana; atribuyámosle a Jesús mediador la fuerza repulsiva en contra de toda impureza.

Atribuyámosle a Jesús hombre el disgusto hacia la humanidad perversa y cobardemente delincuente; mas veámosle a Jesús mediador proclamándose el hermano y amigo de los culpables, el consolador de los afligidos, el sostén de todos los desgraciados, el arca abierta de los pobres, el consuelo de todos los arrepentidos.

Coloquemos en este libro bajo los ojos del lector la doble condición de Jesús como Espíritu elevado y como criatura carnal, para dar a comprender bien el laborioso coraje del Espíritu en lucha con la materia, y libremos la Justicia Divina de las tinieblas con que la rodeó la ignorancia humana, para elevar el Espíritu del hombre a la altura de nuestra intervención.

La naturaleza de Jesús, hermanos míos, es vuestra propia naturaleza. El Espíritu de Jesús define la emancipación de una criatura nueva. El favor de Dios no existe, la denominación de privilegiado no tiene sentido alguno. (1)

(1)Con estas palabras la doctrina de la gracia queda completamente desautorizada. - O. R.

La desproporción de las fuerzas se encuentra en relación con la ancianidad y el trabajo de cada uno. La dependencia produce la dependencia y la libertad nace de una victoria definitiva de la naturaleza espiritual sobre la naturaleza animal. La perfectibilidad se hace más rápida cuando se logra dominar la naturaleza animal; más la perfección se encuentra tan solo en Dios, y todos los Seres habiendo sido creados por Dios, tienen derecho a esta luz. La decadencia del Espíritu es tan sólo momentánea, pues la ley del progreso arrastra consigo todas las individualidades hacia un objetivo de acrecentamiento, mediante el equilibrio general de las creaciones. La indiferencia y la depresión son ocasionados por la difusión y por los contactos malsanos.

Los mundos niños, como la Tierra, entran en la faz de su desarrollo moral cuando el acercamiento de las ideas se produce mediante el regreso provechoso de los Espíritus desligados de la materia, a los que se les ha dado la facultad de volver para acelerar los movimientos y la vida del Espíritu en las condiciones de la esclavitud humana. Los Mesías no vuelven ya a ser llamados hacia la vida material; tienen el supremo honor de dirigir a los menos Mesías.

El número de los Mesías aumenta progresivamente, de cuya suerte ellos, multiplicándose, inyectan por todas partes, inoculan, desparraman por todas partes la luz y la faz del desarrollo, de que hemos hablado, se efectúa forzosamente.

La marcha de los mundos señala la marcha de las individualidades.

La energía, la luz espiritual, la ciencia universal se apuntala mutuamente y producen el amor, la fuerza, la devoción, la revelación. La desmaterialización del Espíritu se efectúa mediante el desarrollo de su razón. La naturaleza animal va cediendo poco a poco ante la naturaleza espiritual cuando domina la razón y el progreso es notable. El progreso recoge mayor fuerza de las luces divinas cuando el Espíritu alcanza más elevación abandonando la sensualidad de la materia y acumulando honores sobre sí por el acuerdo de la razón con la fe.

Me aproximo hacia vosotros, hermanos míos, libre ya para siempre de la naturaleza carnal, mas he sufrido como vosotros las humillaciones y las desesperaciones propias de dicha naturaleza, y si mi vida de Mesías fué gloriosa en virtud de las obras del Mesías, las alianzas, los desengaños del hombre fueron realmente crueles. Mis culpas me proporcionaron remordimientos y los sufrimientos hicieron nacer en mí dudas y errores. Si mi vida de Mesías saboreó las delicias del amor humano en sus dependencias espirituales, las tiernas afecciones del hombre se vieron aplastadas sobre sus carnes y el Espíritu triunfó en la lucha, pero tan sólo después de largos suplicios y heridas profundas.

Si, finalmente, la luz del Mesías se vió turbada por las sombras de la naturaleza humana, la luz del Espíritu pudo elevarse por encima de ellas, debido a su completa libertad con respecto de esas sombras y a las fuerzas progresivamente adquiridas en el estudio de las leyes divinas. Establecida la diferencia existente entre mi revelación como Mesías y mi revelación presente continuemos la relación de los hechos y reproduzcamos a los hombres bajo su verdadero aspecto. Pedro, por el primero, el más celoso de mis discípulos, me renegaría. No era por lo tanto del todo creyente, desde el momento que negó su alianza con Jesús.

Juan, el más tierno de mis amigos, desnaturalizaba mis palabras y me presentaba como dotado de poderes sobrenaturales. No se encontraba por consiguiente subyugado por la fe, puesto que tuvo que emplear el fraude para honrar mejor delante de todos mí persona y agrandarla ante el Espíritu humano.

Jaime, hermano de Juan, seguía el impulso que recibía de su hermano, más fanático que él.

Andrés no era más que una pálida copia de Pedro.

Los dos Judas estaban en constante oposición, tanto desde el punto de vista de las ideas, cuanto por su misma exterioridad.

Judas, primo de Pedro, era tímido de Espíritu, de constitución endeble, fácil a conmoverse, dispuesto a ser influenciado por todos los afectos, a imitar todas las virtudes, a humillarse delante de todas las superioridades; pero sin iniciativa y sin fuerzas para luchar abiertamente en contra de la adversidad.

Judas, el que se llama ordinariamente Judas Iscariote, no tenía las apariencias de una naturaleza perversa, y debemos enmendar la opinión de los hombres respecto de este discípulo oprimido bajo el peso de una reprobación universal. Pueda nuestro juicio hacer penetrar en los Espíritus esa tierna piedad, que disculpa todos los extravíos, ese desprecio por las prevenciones, que proporciona la sabiduría. Pueda nuestro juicio demostrar la debilidad de los juicios humanos, cuando juzgan de una vida entera por el efecto de un sólo acto, aunque este acto haya sido delictuoso. Judas era trigueño y sus cabellos caían naturalmente sobre sus espaldas. Tenía ancha la frente, los ojos grandes y bien abiertos, la tez pálida, las formas sin defectos; su voz, bien timbrada, se hacía elocuente, cuando se inspiraba con asuntos graves. En la intimidad él era quien inspiraba la alegría en los semblantes, con sus anécdotas y observaciones llenas de agudeces.

Nunca se le vió distraer en provecho propio la más pequeña parte de nuestro reducido peculio, el que, por otra parte, él nunca administró; mi tío Jaime era el encargado especialmente de ello.

El mal concepto que le persigue a Judas en este sentido es el resultado de un dato enteramente falso respecto de sus atribuciones entre nosotros. Excesivamente celoso y aspirando a honores y alegrías vanidosas, deseoso de establecer su superioridad en una asociación fraternal, cuyos miembros se consideraban iguales; he ahí los defectos del que más tarde me traicionó, para satisfacer un resentimiento, cuya causa me condena.

¿Por qué daba yo a Pedro pruebas de una confianza tan evidentemente exclusivista?

¿Por qué le permitía a Juan esos modales de preferido que acusaban una manifiesta parcialidad de mi parte hacia él? ¿Por qué, cuando eran pocos los que tenían que acompañarme, elegía siempre a los mismos? ¿Por qué, en fin, habiendo descubierto el mal efecto que ello producía en Judas, no supe remediarlo?

Sí, digámoslo bien alto: Jesús, el hermano, el protector de Judas, no paró la atención lo bastante en su naturaleza sensible, aunque desviada. Jesús no comprendió que era necesario combatir los celos, la vanidad, el orgullo de ese hombre mediante una extremada dulzura en todas las relaciones y con una justicia severamente igualitaria en las manifestaciones de todos para con uno solo y de uno solo para con todos. Colóquese a Judas en el lugar del discípulo predilecto y a éste en el lugar de Judas; Juan, no viéndose ya apoyado por mi excesiva debilidad se hubiera mantenido en los límites de una afección santa, y no hubiera ofendido a la verdad con el deseo extravagante de quererme establecer un culto divino; Judas, mientras tanto, dirigido en el sentido que le era conveniente, no hubiera traicionado. - ¡Pobre Judas! - Yo me alejaba de él a medida de su mayor resentimiento; el mal se iba agravando; el abismo se abría, cuando yo justamente podía encontrar el remedio en mi amor evitando la caída de ese Espíritu débil. - ¡Pobre Judas! -

En mis últimas horas tú, más que todo, has ocupado mi pensamiento, y mi alma se inclinaba hacia la tuya para hablarle de esperanzas y de rehabilitación. (2)

Perdido, se dijo, perdido está el que ha traicionado a Jesús.

-¡Oh, no! - Nada se pierde de las obras de Dios! Todas volverán a encontrarse purificadas por el arrepentimiento, glorificadas por la resolución reparadora, luminosas después del perdón. - ¡Oh, no! - Nada se pierde de las obras de Dios. Todas llegarán a ser grandes, todas serán honradas; todas se arrastran penosamente por las laderas de la montaña para iluminarnos al fin, llegadas a la cima, con los esplendores del fuego divino.

(2)Para los Espíritus verdaderamente grandes es fácil el perdón de las ofensas, pero eso de querer cargar con la culpabilidad recibida para aminorar la culpabilidad del ofensor, y, lo que es más aún, pensar, en medio del más horrible de los martirios, pensar, preocuparse profundamente por la suerte del mismo que ha sido la causa de ese martirio, ello es sólo propio de un Jesús. Bastaría este pasaje, aunque no hubiera leído un solo renglón más de la obra para que yo me diga a mí mismo: Nadie sino Jesús puede haber escrito esto. — O. R.

El abandono lleno de ingenuidad y el carácter feliz de Alfeo contrastaba con la obscura fisonomía de Felipe, quien se obstinaba en vaticinar un porvenir infausto y el fracaso de nuestras doctrinas.

Tomás nunca creyó en la revelación divina, pero le había fanatizado la grandeza de la obra.

Mateo, el mejor preparado de mis Apóstoles, fué también el más sincero al referir nuestros discursos.

Mi hermano Jaime era siempre el primero en contestar sí a todo lo que yo proponía.

Mi paciencia y mi coraje serían recompensados por este hijo de María, y la gracia coronaría el Espíritu de mi hermano en los últimos días de mi vida mortal.

La familiaridad que reinaba entre todos nosotros no impedía los sentimientos de otra índole, como el del reconocimiento de la superioridad, aunque en la más íntima amistad, y bien recuerdo emocionado, la constante devoción de Mateo hacia Tomás y la paternal protección de mi tío Jaime para con Lebeo.

Yo le decía a Pedro: "Marchemos hacia la conquista de la humanidad. - ¿A qué reposarnos en la calma y juntar alegrías dentro de la tranquila posesión de lo que hemos alcanzado cuando nuevas posesiones les están prometidas a nuestro ardor y a nuestros sacrificios? - ¿A qué pedirle fuerzas a Dios y no emplearlas después para el logro da sus propósitos?

Jerusalén! - ¡Esperanza de mi vida! - Ciudad venturosa! - El grito sublime de llamada saldrá de tu seno y tus hijos serán los verdaderos adoradores del Dios viviente y eterno.

Los delitos y las ruinas darán origen a la sabiduría y a la magnificencia, la Tierra dirigirá hacia ti sus miradas desoladas y tú la llenarás de consuelos y de luces. Los hombres te llamarán la gloria de las glorias, porque la paz, la libertad, el poder y el amor se confundirán y reinarán unidos por tu sola virtud.

"Aunque los justos perezcan a manos de los verdugos; que tus esclavos remachen sus propias cadenas; que tus tiranos se adormezcan sobre sus victorias; nada, nada será capaz para retardar la hora de la libertad, y el amor fraterno se establecerá entre todos los hombres".

Pedro, mientras yo le presentaba mi pensamiento bajo formas simbólicas y proféticas, participaba de mi entusiasmo y me habría seguido hasta el fin del mundo; pero muy pronto ese entusiasmo se apagaba y él volvía a ser el Apóstol de los primeros días, que escondía bajo el aspecto de la devoción el miedo que lo dominaba. Mi predilección por Pedro se habría formado debido a la rectitud de su carácter, ingenuidad de Espíritu, delicadeza de sentimientos y a su excesiva probidad. Habiéndole con palabras sencillas, de las que más tarde se sacaron motivo de acusación por un delito futuro; yo no hacía más que leer con mi natural discernimiento lo que pasaba en ese corazón leal, en ese Espíritu débil y poco desarrollado.

En nuestras reuniones familiares (así designábamos las horas de la comida y mis conversaciones de la noche) Pedro, siempre colocado a mi frente, parecía que hubiese querido defenderme del trabajo de las contestaciones y evitarme la vanalidad de las cosas materiales Se volvía puro oído cuando yo hablaba y sus miradas se esforzaron en leer mis pensamientos, cuando yo callaba. Cuidaba de mi persona como hace una tierna madre por el hijo, y cuando más tarde yo quería permanecer en vela, aunque aparentemente cansado, se empeñaba en demostrarme de que debía cuidar más de mi salud, persiguiéndome con una solicitud que llegaba a ser molesta por lo exagerada. Durante nuestras jiras, en nuestras excursiones más lejanas y en los momentos de descanso, siempre se le consultaba a Pedro respecto de todo detalle, de lo cual él se aprovechaba para oponer consejos de prudencia y de calma a mi ardor y a mi fiebre por las obras, empleando la mayor lentitud en los preparativos para asegurar, él decía, el éxito de nuestra misión.

Un día nos encontrábamos todos reunidos, me dirigí a Pedro y le dije:

"Tú serás el primero de mis sucesores, pero resultará, para vergüenza tuya, que decaerás en tu deber abandonando a tu Maestro. El abandono no consiste únicamente en la separación material, sino que se demuestra también y con mucha crueldad, mediante la separación de los Espíritus".

"¡Felices de aquellos que habrán creído sin haber visto!"

"¡Más felices aún aquellos que ven y comprenden sin el concurso de los sentidos materiales!"

"¡Felices los que sufrirán por la verdad, puesto que el reino de mi Padre será para ellos!"

"¡Felices los libres y los fuertes! — La libertad y la fuerza se adquieren con la renuncia de los bienes de la Tierra ante los bienes eternos".

"La fe se demuestra mediante los trabajos y brilla frente de las persecuciones".

"La gracia debe desparramársele para atraer con su aroma a aquellos sobre quienes aún no ha descendido".

"Los dones de Dios deben modificarse mediante las pruebas para fecundar el porvenir".

"¿De qué le sirven a Dios vuestras protestas y a los hombres vuestra dulzura si ha de quedar estéril?"

"¿Cómo queréis que Dios acoja vuestras plegarias en la gracia si esta gracia sólo os aprovecha a vosotros solos?"

"¿Con qué objeto pretendéis que Dios os llene de dones, que vosotros mantendríais escondidos?"

"¡Hombres de poca fe! ¡La Tierra os retiene porque carecéis de la verdadera convicción de la vida futura! (3) Hombres indignos de la gracia! ¡La gracia os deja fríos y desganados porque no la comprendéis! ¡Hombres frágiles y embrutecidos, los dones de Dios son para vosotros lo que serían las piedras preciosas para los animales inmundos".

(3)Esta carencia de convicción es efecto de la escasa evolución del Espíritu humano, que no ha llegado a serlo lo suficiente como para vivir definitivamente como tal en el plano de los Espíritus. Así lo prueban los "cuadros de ultra-tumba" que únicamente se refieren a asuntos del plano físico» — O. R.

Pedro se arrojó a mis pies pronunciando estas palabras:

"Señor, amado Señor, haz de mí lo que mejor te convenga. Soy tu Siervo y no tengo más voluntad que la tuya".

En ese momento Pedro era sincero como siempre, sino que él obedecía a un sentimiento y yo no me hacía ilusiones de promesas tan a menudo renovadas. Con todo busqué de apremiarlo más que de costumbre y lo abrecé diciéndole:

"Júrame que me seguirás hasta la muerte y que me escucharás aun después, como inspirador de tus actos, para la continuación de lo que venimos llevando a cabo".

Juro, contestó Pedro, amarte y seguirte hasta la muerte y que seguiré tus instrucciones después de ti, como si estuvieras acá. Así, pues, Pedro no había comprendido la segunda parte del juramento que yo le exigía, desde que hablaba de mis instrucciones presentes, mientras yo le prometía nuevas inspiraciones después de mi muerte.

Seguí insistiendo desde ese día sobre la resurrección de mi Espíritu (4) con tanta perseverancia, que las formas empleadas por mí fueron aprovechadas más tarde para imponer la creencia de mi resurrección corporal.(5)

"Volveré, me sentaré a esta mesa para daros la paz y la fuerza, para prepararos para la Pascua, para haceros gustar las delicias de los favores divinos y facilitaros la predicación mediante la luz que os daré".

"Os lo digo: la vida corporal del hombre es corta, pero su Espíritu vivirá eternamente".

"La casa vuelve a llenarse y el día sucede a la noche, en todos los tiempos y en todos los lugares".


(4)Se refiere naturalmente a su vuelta como Espíritu. Era en cierto modo una resurrección desde el momento que volvía a manifestarse después de haberse ausentado por la muerte.

(5) De acuerdo con el criterio dominante entonces, y que aún domina entre nosotros, era incomprensible el regreso de Jesús entre sus 'discípulos a no ser con el mismo cuerpo que le conocían.

"La familia se reconstituye con los miembros desparramados de otra familia antigua,(6) y la estación próxima dará buenos frutos a los que hayan sabido sembrar en momentos favorables."

(6)Jesús insiste a menudo en esto de familia, dejando de manifiesto el criterio superior con que él la entiende, no muy apto por cierto, para estrechar sus vínculos. Sin duda alguna los lazos de parentesco son pasajeros, puesto que se rompen con la muerte, mientras que los lazos del amor se consolidan por el contrario, se ensanchan y se perfeccionan, son las únicas ligaduras que perduran prueba de ello es que el amor constituye la ley suprema del Universo. En el caso presente Jesús quiere decir que los claros dejados por la muerte en las familias se llenan fácilmente mediante el emparentamiento con familias anteriores, sobre todo con les matrimonios, que a menudo determinan la fusión de dos familias en una con los hijos que nazcan y, hasta con las adopciones; pero con la virtud perdida no sucede lo mismo y, el quebrantamiento de sus doctrinas, por debilidad o falta de fe de sus Apóstoles, sería un mal mucho más difícil de remediar. Si fuera posible en el mundo actual el imperio de las ideas de Jesús, no habría necesidad de rodear de tantas garantías la constitución del hogar, más no siendo así, hay que convenir en que la familia legal es la base primordial de las sociedades civilizadas. — O. R.


"Aceptad las pruebas pasajeras como una necesidad para vuestras naturalezas, y cuando ya no me veáis, honradme acordándoos, en los repartos de bienes, antes de los pobres que de vosotros mismos".

"Ya sea que os separéis o que permanezcáis reunidos a los fines de la consolidación de vuestras doctrinas, yo estaré siempre en donde vosotros os encontréis; mas no alteréis ni dividáis nada de lo que yo he formado o reunido, de otro modo mi Espíritu se alejará de entre vosotros".

La vergüenza y el oprobio serían el resultado de vuestra ingratitud y el desprecio la contestación a vuestra iniquidad, si os dejáis influenciar por las pasiones de la Tierra.

Vosotros, que debéis enseñar el camino hacia la vida eterna, practicando la virtud y desdeñando los honores del mundo.

Mi vida de hombre, tiene que concluir de una manera miserable; mas mi Espíritu seguirá la marcha de los siglos y dominará el ruido de la tempestad para sosteneros en la lucha o para reconstituir la que vosotros habéis destruido; para resplandecer en medio de la plenitud de vuestros triunfos, o para arrojar luz entre las tinieblas que habréis fomentado; para defenderos, o para daros el beso fraternal o para regeneraros, para deciros: yo estoy con vosotros, o para deciros: yo estoy en contra de vosotros.

"Yo soy la vida, el que crea en mí vivirá. Yo soy el Espíritu de Verdad y poseo la verdad del Padre mío".

"La Tierra pasará, pero mis palabras no pasarán, porque la verdad es de todos los tiempos, de todos los mundos, mientras la Tierra no es más que una habitación momentánea".

"No digáis jamás: nosotros somos maestros. Sed por el contrario modestos y llevad a la práctica los principios de fraternidad, amando a todos los hombres y ayudándolos".

"Cualesquiera que sean vuestras penas y tribulaciones, decid: Dios mío, que tu voluntad y no la mía sea hecha, En medio de los sufrimientos os daré la alegría y siempre que oréis me encontraré en medio de vosotros".

"Sed calmosos en la adversidad y nunca deseéis la ruina y la desgracia de vuestros enemigos. La fuerza nace de la adversidad y la resignación facilita el adelanto del Espíritu".

"La malicia y la mala fe os empujarán hacia las insidias y los hombres os oprimirán con injurias por mi culpa; mas yo estableceré mi residencia entre vosotros y juntos prepararemos el Reino de Dios sobre la Tierra, puesto que se dijo de mí: He aquí la alianza del pasado con el porvenir".

"Yo os lo repito, el Espíritu volverá a hacerse ver y la Tierra se estremecerá de alegría".

"La marcha del Espíritu se efectuará tanto en medio del silencio y de las tinieblas de la noche como durante el pleno día y en medio del tumulto de las pasiones humanas. La voz del Espíritu se hará oír por todas partes y el pensamiento de Dios se revelará con manifestaciones aparentes y propias de su poder y de su voluntad".

Yo hablaba siempre en este sentido y concluía las más de las veces con un pretexto moral o con algún consuelo profético, cuyo significado temerario o valor real puedo explicar ahora.

Hermanos míos, parecíanme definitivas las formas de mis alianzas y de mis lazos humanos y jamás pensé en separarme de los que se me habían asociado en mis tentativas de reforma; pero en esa época fué tanto lo que tuve que luchar, harto dolorosamente, en contra del desaliento, que me arrepentí de haberme ligado con Espíritus demasiado nuevos para comprenderme, demasiado dependientes de la familia para que pudieran sacrificárseme por completo. Pedro era casado. Los dos hijos de Salomé sostenían a la madre. Tan sólo Judas y Lebeo se encontraban libres de parentela que pudiera gravar sobre ellos por su pobreza.

Mis dos Jaimes, ya se sabe, no tenían más esperanzas que en mí, ni otros temores o cuidados. Aprobé con facilidad todos los proyectos de mis Apóstoles, cuyo fin era el de endulzar en algo nuestra vida en común; pero yo les recomendaba una probidad escrupulosa en sus relaciones con las gentes y el abandono de sus derechos ante la falsía y la prepotencia de los demás.

"Nuestro Padre que alimenta las avecillas, les decía os mandará vuestro pan cuotidiano si colocáis en Él toda vuestra confianza".

"Pedid el perdón perdonando vosotros mismos a los que os hayan ofendido. Load a Dios tanto mientras os encontréis en buena salud cuanto encontrándoos enfermos, tanto en medio de la alegría como en la tristeza, lo mismo en la pobreza que en la opulencia".

"Librad vuestro Espíritu de las tentaciones de la carne y seguid la ley de amor y de justicia".

"Dios está en todas partes, ve vuestros pensamientos más secretos. Cuidaos por lo tanto de dirigirle vuestras plegarias tan sólo con los labios. Meditad sobre estas mis palabras. Encontraréis así la regla de una conducta edificante y la fuente de las oraciones agradables al Señor nuestro Dios".

Hermanos míos, la oración dominical no fué dictada por mí. Nuestras plegarías se hacían con el pensamiento y con la práctica de los deberes que nos imponíamos. Orábamos en todos los momentos del día, cuando ofrecía a Dios el sacrificio de mi vida, para sembrar con mi sangre la Tierra prometida a la humanidad del porvenir. Oraba a toda hora para aliviar mi alma, que buscaba a Dios, y para purificar mi Espíritu de las emanaciones terrestres. Pero no tenía que formular oraciones que mis enseñanzas preparaban, y me atenía sencillamente a asuntos de moral y a las explicaciones referentes a la nueva ley que quería reemplazar a la antigua.

La nueva ley se fundaba sobre máximas que yo había recogido y sobre el trabajo de mi mismo Espíritu, cuando se lanzaba hacia las esferas de la espiritualidad, delante de las verdades divinas.

La nueva ley inculcaba el amor universal y abolía todos los sacrificios de sangre.

La nueva ley favorecía el libre desarrollo de todas las facultades individuales para que concurrieran al bien general, y honraba a todos los hombres diciéndoles:

"Sed iguales delante de Dios. El poder de los hombres no tiene más que un tiempo, mientras que la Justicia Divina es eterna".

"Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros para dar esplendor a esta Justicia".

"La pobreza da derechos a las riquezas. Felices los que son pobres voluntariamente para la gloria de Dios".

"La esclavitud será borrada de la Tierra, porque la mujer es igual al hombre y el siervo vale tanto como el patrón ante la sabiduría divina".

"Esta sabiduría es la que rige los destinos, recompensa y castiga, arroja la palabra de paz en medio de todas las humillaciones, en medio de todos los sufrimientos, de todas las torturas del alma, del Espíritu y del cuerpo". Yo me unía tan íntimamente con la pobreza que decía:

"Los pobres son mis miembros".

Y buscaba con tanta avidez la vergüenza, para darle la esperanza de la purificación, que mujeres de mala vida, vagabundos de toda laya, se convirtieron en el cortejo permanente de mi predicación durante este período de mi vida, desde el día de mi victoria sobre las indecisiones de mis Apóstoles hasta el de mi acusación ante el Sanedrín de Jerusalén, ordenada por los príncipes de la ley y por los sacerdotes de Dios.

Ya tenía el convencimiento de que la muerte me esperaba en Jerusalén y quería rodearla de tal manera que guardaran de ella mis Apóstoles el recuerdo vibrante de mi actitud, de mis palabras, de mis demostraciones de amor, de actos de humildad y principalmente, de mi resignación delante de todos los insultos y de todas ferocidades.


Extracto de Vida de Jesús dictada por el mismo.




Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
19 diciembre 2019