¿Cuántas veces nos habremos propuesto realizar algo y nos hemos detenido por culpa de un necio temor al "qué dirán"? ¿No es verdad que ese temor nos acecha y nos cohíbe a menudo? Cuántos hay que hubieran podido realizar grandes empresas, si no hubiesen temido a verse criticados hasta por sus mismos parientes y amigos, a ser víctima de la censura o del ridículo. Han existido y existen muchos a quienes se les han ocurrido grandes ideas; pero la burla de sus contemporáneos o la oposición de sus allegados les impidió realizarlas. Si Cristóbal Colón hubiera sentido temor de lanzarse a su aventura no habría descubierto la América y nadie sabría hoy nada de él. Pero su fe, su confianza en sí mismo y en la ayuda de Dios, lo llevaron al triunfo. Y si Francisco Pizarra no hubiese tenido una gran confianza en su propósito y el valor suficiente para llevar adelante su idea, contra la oposición de los demás, no habría salido de España y quizás, habría muerto como un mísero pastor de puercos...
La Historia está llena de ejemplos de seres que triunfaron en la vida, por haber tenido fe y haber confiado en sí mismos, a despecho del temor al "qué dirán" y de la burla de otros. Así ha pasado siempre con aquellos que, por tener mayor visión que los demás, pudieron vencer al miedo y realizaron obras que, más tarde causaron la admiración y alabanza. Si San Martín o Bolívar se hubiesen dejado atemorizar, vencer por el fantasma del miedo, nunca hubieran libertado América del Sur ni hubieran llegado a la gloria de las posteriores generaciones, porque en esos tiempos tuvieron que vencer, también, a las críticas, a los prejuicios y al baldón de muchos de sus contemporáneos... El común temor al "qué dirán" entorpece y ata a los débiles, pero es pisoteado por los fuertes y los grandes triunfadores. Claro está que no nos referimos a la crítica de acciones o ideas malignas.
Pero, ¿cuántos magníficos propósitos son entorpecidos o anulados por la ignorancia ó la mala comprensión de los demás? Y en lo que respecta a nuestra vida interior, a nuestra superación personal, ¿tiene alguien el derecho de entrometerse y darnos pautas, cuando no se trate de un verdadero Maestro? Muchas veces, hasta los mismos padres, por intolerancia, falta de comprensión o capricho, han sido la causa del fracaso de sus hijos, al oponerse a una vocación, a una idea genial y mal interpretada, o a un verdadero amor. ¡Cuántos matrimonios desgraciados fueron el fruto de una tiránica autoridad paterna o de una mezquina idea de lucro de padres que sólo veían su egoísmo y avaricia, o su soberbia y vanidad al obligar a su hija o a su hijo, a unirse contra su voluntad! En tales casos, el temor a la omnímoda voluntad paterna generó funestas consecuencias para la existencia futura de los hijos consecuencias que, a veces, llegaron a malograr hasta la vida de los seres inocentes de tan mahadadas uniones...
El mundo está lleno de ejemplos de la tiranía de unos y del temor de los otros.
Así vemos a cuántos les impide avanzar por la senda del progreso, el temor a perder una posición mediocre y no lanzarse audazmente en procura de otra mejor. La falta de fe en Dios y en sí mismo es la causa del envilecimiento y postergación de muchos... Y sólo es problema de no saber que todos podemos alcanzar lo que querremos, con la única condición de proponérnoslo con firme voluntad y fe en el triunfo.
"Querer es poder" reza un viejo aforismo romano. Y es cierto. Pero hay que saber querer, y cómo poder realizar lo que queremos. Aquí volvemos a encontrarnos con la repetida necesidad de educar nuestra voluntad y dominar nuestro modo de pensar. Si deseamos lograr algo, cualquiera cosa en la vida, que no sea una quimera loca, podremos obtenerla con sólo poner en movimiento las dormidas fuerzas de nuestro YO superior. Porque el YO interno de todos está en muchos dormido. La ignorancia y la falta de carácter son los obstáculos que se oponen a su despertar. ¿Cuántos son los que conocen que la generalidad de las gentes trabaja, solamente, con un 10 o un 15% de su capacidad cerebral, de su potencial mental...? Los genios de la humanidad han despertado esa porción dormida en un mayor porcentaje, y de ese porcentaje dependió la cosecha que esa vida les diera. ¿Por qué no lo hacen los demás?
Casi siempre por ignorancia o por temor... He aquí, nuevamente, el fantasma del miedo. Pero si en verdad es un fantasma, ¿por qué no nos liberamos de él?
Si alguien -y son muchos- tiene miedo a la obscuridad de algunos recintos, lo más sencillo para convencerse de tan fútil temor es hacer un esfuerzo de voluntad, pensar que no hay razón para ello y que se debe entrar a esa pieza o piezas obscuras.
Cuando se haya vencido, ese temor, y sobreponiéndose en un arranque de audacia, veremos que allí no había ningún motivo para atemorizarnos y angustiarnos, como tantos. Y al vencer ese miedo se habrá fortalecido la voluntad y el carácter, y se habrá dado un nuevo paso en la senda hacia el progreso y al triunfo.
De la misma manera podemos hacer con cualquiera otra situación. Es cuestión de utilizar nuestra imaginación, nuestro pensamiento. Darle vuelo con entera confianza en lo que quisiéramos conseguir. Pero al decir que le dé vuelo, no pretendemos insinuar que imaginemos locamente. No debemos divagar ni exponernos a delirios de inconsciente. Precisamente para ello es que debe aprenderse a gobernar el pensamiento para que la imaginación no se lance a correr como caballo desbocado.
Tenemos que pensar bien lo que buscamos. Meditar una y muchas veces acerca del propósito que anhelaríamos convertir en realidad. Fijar con toda atención nuestro pensamiento en lo que deseamos, apartando la imaginación de cualquiera otra cosa que pueda distraerla. Ya vimos anteriormente cómo la imaginación, el pensamiento, vuela fácilmente de uno a otro asunto, de una a otra imagen; se distrae con facilidad y nos hace perder el tiempo, que es muy valioso.
Controlemos el pensamiento. No lo dejemos saltar de un lado a otro. Hagamos como el jinete cuando su caballo se muestra díscolo o se le encabrita. Mantengamos bien las riendas de nuestra mente y obliguemos a nuestra imaginación a detenerse y estudiar todas las formas convenientes para el logro de un mismo asunto. Así iremos fijando ese asunto en nuestra mente, hasta que lo veamos en toda su magnitud y factibilidad. Confiemos en que es posible realizarlo (siempre que no sea un absurdo). Y una vez analizado en todos sus detalles, pongamos en práctica los medios necesarios para hacerlo realidad. Así han procedido siempre los más afortunados, los más altos exponentes de nuestra humanidad, los grandes inventores, los triunfadores de la VIDA.
Y ello requiere una fuerte voluntad. Porque sin voluntad no podremos ni siquiera dominar nuestra imaginación; menos, lograr poner en práctica un proyecto, vencer las dificultades que se presenten, obtener los medios para ello y lograr el triunfo. Sin voluntad fracasaremos al menor tropiezo, nos desanimaremos ante las primeras fallas, que pueden ser modificadas, eludidas, desechadas. Y si fortalecemos, con la lucha en tal sentido nuestra voluntad, habremos logrado formarnos un carácter firme y alcanzaremos a tener confianza en nuestras propias fuerzas. Esto ya es gran avance, pues el que tiene fe en sí mismo puede conseguir todo lo que se proponga. Es el significado del aforismo romano: "Querer es poder"...
Y la fuerza de voluntad se adquiere con ejercicio. Ya lo dijimos antes. Empecemos desde lo más sencillo, haciendo todos los días la gimnasia volitiva necesaria. Y cuando hayamos vencido en los ejercicios fáciles, adelantemos con otros más difíciles, hasta que veamos cómo es cierto que la voluntad se fortalece lo mismo que los músculos: cuanto más avanzamos en lo sencillo, más fuerza de carácter alcanzaremos en lo complejo, hasta que llegará el día en que nada nos parecerá difícil. Entonces podremos lograrlo todo, muy especialmente en los dominios del espíritu, en donde, además nos ayudarán las fuerzas invisibles del Cosmos...
Otro de los campos hacia el que debemos encauzar nuestro pensamiento, si queremos avanzar en el sendero de la superación material y espiritual; si deseamos triunfar en la meta de llegar a mundos superiores, espirituales o físicos como Ganímedes, es el conocimiento de la Muerte: saber que la muerte no existe. Esto puede parecer una locura, un absurdo, para los profanos. Pero ya lo hemos dicho muchas veces, y es la gran verdad en todo el universo. Si partimos solamente de mundos como el nuestro, puede ser cierta, desde el punto de vista meramente material. Mas el estudio de libros esotéricos, de toda clase y los tratados especializados en espiritismo, nos demostrarán que es verdad que la Muerte no existe en el Cosmos sino como fenómeno transitorio hacia mundos superiores. Ya se ha explicado en mi libro anterior y lo he mencionado en capítulos pasados.
Y el conocimiento exacto del papel que juega la muerte en el desenvolvimiento humano nos ayuda, magistralmente, a desarrollar la enorme fuerza volitiva y mental necesarias para el triunfo en las duras y difíciles pruebas que ha de vencer quien pretenda ser el amo de sí mismo y el señor de su destino. Porque, de todas las formas de miedo que puedan conocer los humanos, el miedo á la muerte es la mayor y más contundente...
Ya sea directamente, temiendo nuestro propio deceso, o indirectamente, por ese generalizado temor a lo fallecido, a los seres de ultratumba, toda una humanidad como la nuestra se sobrecoge y tiembla ante el espectro de la Muerte. Y por ese temor llegan a ser dominados, la mayoría, en infinitos casos. El terror que la muerte inspira, puede convertir a muchos en traidores, en delincuentes, en verdaderos guiñapos humanos esclavizados por cualquier forma de tiranía o de expoliación. ¡Cuántos hay que viven aterrorizados por haber-se convertido en esclavos de alguien que los amenaza con matarlos, si no le obedecen! Esta es la forma más corriente de chantajear que usan algunos; y el medio más contundente para arrancar determinados secretos, de que se valen la policía y los servicios de inteligencia de todas las naciones, pues para resistir a una amenaza de muerte se necesita ser un héroe para no ceder... y héroes no hay muchos.
Mas aquellos que han conocido la verdad sobre la muerte, y que han tenido pruebas de esa otra vida, tan hermosa y feliz para los justos y los puros de corazón, sí pueden llegar a la entrega suprema y al heroísmo. Ejemplos abundan en la Historia y los hay de tal magnitud como las masivas ejecuciones de mártires cristianos en los primeros siglos de la cristiandad. Y en la historia de todos los pueblos hay también infinidad de ejemplos de heroísmo que nos prueban cómo es posible superar el temor a la muerte cuando la prueba suprema es exigida por las circunstancias a un hombre de valor y de carácter, en aras de un ideal muy noble y alto... Entonces, la muerte deja de ser aquel espectro terrorífico para quien vale más el honor o el altruismo, que una existencia de cobardía y de bajeza...
La manera más sencilla de comprobar que la muerte es sólo un fenómeno transitorio entre dos existencias, y que la vida no es extingue, está en acudir al espiritismo. Pero debe tenerse cuidado al buscar las personas que nos pueden vincular con él. Desde la más remota antigüedad ha sido practicado el espiritismo. En siglos lejanos hicieron uso de él determinados círculos, por lo general secretos y premunidos de ciertas garantías y requisitos muy severos para la admisión de miembros. Formaron parte de muchas de las escuelas de misterio y en distintas épocas y pueblos, fue privilegio de las altas castas sacerdotales. Pero esto lo trataremos en el próximo capítulo.
Extracto de Mi preparación para Ganímedes
de Yosip Ibrahim