A mi juicio, el aborto es un asunto en el que van incluidas muchas otras cuestiones. Debemos ser muy conscientes en todos y cada uno de los actos de nuestra vida, lo mismo del momento de concebir a un ser, no menos que del acto de abortar. Pero cuando, tras largas meditaciones y oración, resulta necesario interrumpir un embarazo, no nos enfrentamos a un acto imperdonable.
Si se realiza con la voluntad de extraer una enseñanza de él, resulta un acto útil.
Recordad, os hablo desde el mundo del espíritu y sé que un alma no se destruye nunca. Sé que, cuando un alma decide nacer, nace.
El alma es sabia y no se metería a vivir dentro de un cuerpo si éste no fuera a llegar a término.
Existen unas Leyes Divinas que van más allá de la conciencia humana, tanto que resulta difícil afirmar desde un determinado nivel de conciencia: «Está muy bien», y desde otro: «Realmente deberías meditar más a fondo el asunto», y desde un tercero: «Quizá no deberías haberlo hecho de ninguna manera.» En vuestro mundo humano nada está hecho rematadamente mal.
¿Debe uno sentirse culpable por ello? No.
¿Preocupado? Sí.
¿Responsable? Absolutamente; además de que debe sentirse compasión y tener voluntad de descubrir la necesidad que se oculta tras una acción tan desgraciada.
¿Por qué permitisteis que se produjera ese embarazo?
¿Qué es lo que en realidad deseabais?
¿Por qué os pusisteis en situación de concebir una vida, sin ser capaces de hacerlo, o por qué os expusisteis a recibir los frutos de esa concepción?
Se mire como se mire, es una pérdida. Habéis perdido o bien vuestro corazón y habéis ejecutado un acto engendrador carente de sentido, bien estáis negándoos vuestra propia satisfacción sin saberlo.
Ahora bien, si una acción semejante se emplea para fomentar el propio crecimiento, si os abre una puerta que os permita descubrir vuestro propio significado vuestras propias necesidades, vuestra propia verdad y vuestro ser, es todo un regalo.
Extracto de El libro de Emmanuel
Transmitido por Pat Rodegast
Fuente: www.trabajadoresdelaluz.com