¡Amad como el Sol!

Desde hace millones de años los hombres viven en la Tierra, y han comprendido que es necesario y más ventajoso trabajar juntos y ayudarse mutuamente, porque, gracias a esta solidaridad, la cultura y la civilización pueden progresar. Antaño, cuando se producía un accidente, un incendio por ejemplo, todos los aldeanos se apresuraban para ayudar a las víctimas, ¡y con qué amor trabajaban para reconstruirles una casa! Todavía hoy se ve esta solidaridad, pero se diría que con el progreso técnico los hombres se han vuelto más personales, más egoístas, más pasotas. En casos excepcionales, sin embargo, se organizan ayudas con toda clase de ingenios: paracaídas, helicópteros... para salvar a los que se han extraviado en la montaña, a las víctimas de un naufragio o de un accidente de avión. Así que, aunque nos quejemos de que en nuestros días los hombres se han vuelto más egoístas, en realidad no han perdido el sentido de la bondad, de la generosidad.

Pero si comparamos el amor de los humanos con el del Sol todo palidece. Incluso el amor de los Iniciados, que superan a todo el mundo en abnegación y sacrificio, sí, hasta el amor de los Iniciados palidece al lado del amor del Sol. Se cuenta que tal santo dio todos sus bienes, que tal benefactor legó grandes sumas de dinero para construir hospitales, orfelinatos, institutos de investigación... Evidentemente esto está muy bien, pero ¿puede acaso compararse con el Sol? Diréis: “Pero ¿qué hace el Sol?...” Sois exactamente como Nastradine Hodja que cuando sus alumnos le preguntaron: “¿Quién es más importante, el Sol o la luna?”, respondió: “La luna, claro, porque ¿qué hace el Sol durante el día? ¡No sirve para nada! Mientras que la luna, al menos, es muy útil: es la que nos alumbra por la noche”.

Los Iniciados, que siempre buscan los modelos más elevados, se fijaron en el Sol. Observaron que, desde los millones de años que los hombres están en la Tierra, el Sol, que ya estaba ahí desde mucho antes que ellos, vierte sin cesar tal cantidad de luz y de calor que nadie, ni siquiera un ordenador, puede evaluarlo. El Sol es el símbolo del amor divino. Sea cual sea el amor de los humanos, incluso el de los Iniciados, que nos aconsejan que amemos a nuestros enemigos o que cuando nos den una bofetada tendamos la otra mejilla y perdonemos, todo eso no es nada en comparación con el amor del Sol. Si comparáis vuestro amor con el amor de otros hombres, vuestra generosidad con la de otros hombres, no llegaréis a encontrar un modelo lo suficientemente alto para desencadenar en vosotros los engranajes y los centros más divinos. Mientras que si os concentráis en el Sol, y lo tomáis como modelo, pues bien, veréis los resultados.

El Sol ilumina, vivifica, da un crédito de vida y de calor a todas las criaturas sin discriminación, lo mismo a los criminales que a los santos y a los justos: ¿cómo es eso? Sí, ¿cómo explicarlo? ¿Acaso es ciego y no ve los crímenes?, ¿acaso no es más que una mecánica sin inteligencia ni discernimiento a la que poco importan la bondad o la maldad, la rectitud o la deshonestidad?... No, el Sol ve las faltas y los crímenes de los humanos, mucho mejor que cualquiera, pero, para él, todo esto son detalles minúsculos comparados con la inmensidad de su luz y de su calor. Todo aquello que nos parece monstruoso y terrible, para él sólo son pequeños errores, pequeñas destrucciones, pequeñas manchas.

Los lava, los repara, los borra, y sigue ayudando a los humanos hasta que alcancen la perfección con una paciencia ilimitada.

Entonces, os preguntaréis: “Pero ¿qué razón tiene esta generosidad? ¿Qué filosofía puede tener el Sol en su cabeza?” Pues bien, justamente, vais a ver. El Sol tiene cierta concepción del género humano, ve la eternidad y la inmortalidad del alma humana, sabe muy bien que la humanidad es un fruto que todavía está verde, áspero, duro y ácido. Entonces, él, que tan bien sabe hacer madurar los frutos de los árboles, llenarlos poco a poco de azúcar y de perfume hasta volverlos deliciosos, también quiere hacer madurar a la humanidad. Pero ha comprendido que para la humanidad hace falta más tiempo que para los árboles y los frutos y ha decidido tener paciencia. Sabe que calentando incluso a un criminal, éste acabará un día por estar tan cansado y tan asqueado de sí mismo que se abandonará a la influencia benéfica de sus rayos... y se convertirá en un ser adorable, delicado, en un poeta, en un músico, en un benefactor de la humanidad.

El Sol no abandona a los hombres porque sabe que si los abandona su evolución se estropeará, ya no habrá frutos maduros, ya no habrá santos, profetas, divinidades en la Tierra. El Sol sigue calentando e iluminando a los hombres porque conoce las causas y las consecuencias, el principio y el fin, conoce el camino de la evolución...

Si no, estaría furioso, se cerraría, se oscurecería, ¡y se habría acabado el género humano! El hecho de que siga brillando prueba que conoce la meta de su trabajo, la finalidad de la creación, y continúa ayudando a los humanos hasta su madurez con una paciencia, con una generosidad y un amor formidables.

El Sol es el único que no se cansa nunca. Todos los demás se fatigan, cierran el tenderete y desaparecen de la circulación: ¡enterrados! Pero el Sol está siempre ahí, triunfante, radiante. Dice:

“Venid, tomad... ¿Habéis hecho tonterías? No estoy enfadado con vosotros. Los humanos son egoístas, malvados, vengativos, y si os ponen la mano encima no respondo por vosotros. Pero yo no os haré ningún daño, venid, exponeos a mis rayos... ¡os daré más todavía!” Y así, el discípulo que toma al Sol como modelo se vuelve mejor, y encuentra también el valor para olvidarse de todas las dificultades, de todas las decepciones que encuentra con los humanos, y nunca pierde la paciencia. Todos los demás capitulan y, al cabo de algún tiempo, dicen: “¡Váyase! ¡No quiero verle más! He hecho todo lo que podía por vd., y ahora estoy cansado. ¡Venga, váyase!”. Pero el Sol nunca está cansado... ¿Comprendéis ahora por qué os llevo hacia el Sol?: porque él es el único que puede inspiraros sentimientos nobles y divinos.

Así pues, debéis pensar en el Sol, pararos junto a él y preguntarle: “Mi querido Sol, ¿cómo consigues ser lo que eres? Explícamelo, quiero parecerme a ti, pero no sé cómo hacerlo. He leído a filósofos, a sabios, pero todos tienen unas medidas ridículas, tan pequeñas, ¡tan míseras!...

Sólo tú posees las verdaderas medidas: la inmensidad, la abundancia, la riqueza, el esplendor. Dime, ¿cómo lo has conseguido?” Y el Sol os responderá: “Porque he bebido el elixir de la vida inmortal. - ¿Y dónde se puede encontrar este elixir? - ¡Yo lo tengo!” Así que, para vivir la misma vida que el Sol, debemos ir a buscar el elixir de la vida inmortal que él difunde sin cesar en la atmósfera. Y no os cuento historias, es una verdad verdaderamente verídica.

Si queréis empezar a comprender y a descifrar el sentido de la vida, si queréis liberaros y lanzaros a unas realizaciones cada vez más bellas y gloriosas, debéis tomar al Sol como modelo. Procurad verlo todo a través del Sol, medirlo todo con las medidas del Sol, sentir como el Sol, y veréis la pequeñez, la insignificancia, la mediocridad de muchas cosas que hasta ahora creíais importantes. Os llevo a un terreno en el que las medidas superan a todas las que se han utilizado hasta el presente. Eso no quiere decir que vayáis a ser inmediatamente tan ricos, tan pacientes y generosos como el Sol, ni que vayáis a vivir miles de millones de años como él; no, pero tomándolo como modelo, iréis ya mucho más lejos. Cuando digo “vivir miles de millones de años” no hablo, claro, de vuestro espíritu, para el que miles de millones de años no son nada, porque vive eternamente; hablo de vuestro cuerpo físico.

El Sol vive miles de millones de años en su cuerpo físico porque es puro.

Y ahora, preguntemos al Sol: "¿Por qué eres tan puro? – Porque la pureza es la base de todo (1), y la mantengo, la refuerzo sin cesar. - ¿Y por qué eres tan generoso, tan bueno? – Ah... porque sé que mi bondad y mi generosidad van a desencadenar buenas cosas en los humanos, y que un buen día volverán de nuevo a mí con alabanzas, cantos y música. Y me complace ver que algunos ya vuelven a mí, porque ello prueba que son inteligentes y que están llenos de amor”.

Así me habla el Sol, porque continuamente le hago preguntas. Y cuando le digo: “¿Por qué eres tan brillante, tan vivo?”, responde: “Porque tengo mucho amor. El amor comunica a todas mis partículas un movimiento tan rápido que ningún aparato puede medirlo. – Ah, digo, ¡procuraré hacer lo mismo! – No lo conseguirás, pero tienes razón, inténtalo de todas formas; es un ejercicio magnífico porque te empuja a sobrepasar los límites humanos.” Y aún le hago otra pregunta: “¿Acaso puede un hombre llegar a ser luminoso hasta el punto de iluminar la noche con su luz? – Sí, responde, es posible. Hace falta, desde luego, mucho trabajo, porque la materia es muy opaca, pesada y lenta. Pero si el hombre llega a sutilizar las partículas de su cuerpo físico, a imprimirles un movimiento muy rápido, entonces puede llegar a ser como una lámpara e iluminar al mundo entero”.

Le pregunté muchas otras cosas aún, pero no es el momento de hablaros de ellas. Le pregunté: “Esta fuerza que tú posees, esta luz que envías a la Tierra, ¿se encuentra también en alguna parte del ser humano?” Y me respondió que sí, indicándome exactamente dónde se encuentra esta energía y cómo emana a través de ciertos lugares del cuerpo de los hombres y de las mujeres... Sí, una energía de la misma naturaleza que la energía solar. (2)

Pensad pues en el Sol, mis queridos hermanos y hermanas, día y noche, porque al pensar en él os conectáis con un mundo poderoso, puro y luminoso. Pensando en el Sol os eleváis, os ennoblecéis, os volvéis más abiertos, más indulgentes, más generosos. El Sol da, refuerza, vivifica sin cesar, y nosotros debemos imitarle.

Evidentemente, mientras que el discípulo tenga demasiados problemas personales que resolver, no puede abrirse mucho, ni pensar en otra cosa más que en sí mismo: está demasiado preocupado. Pero en cuanto llega a resolver sus problemas, a ver las cosas claras, a ser un poco más libre, empieza a ocuparse de la humanidad entera, y entonces se vuelve como el Sol. Y aunque se encuentre delante de veinte, cincuenta, cien personas, es demasiado poco para él, vive en una libertad tal que tiene necesidad de ensanchar el campo de su amor y de sus pensamientos a todo el género humano. Entonces, lo imagina como si fuese una sola persona, y le envía la sobreabundancia de amor que desborda de su corazón, vierte sobre él rayos de todos los colores.

Cuando ha llegado a este grado, siente una felicidad y una plenitud indescriptibles... Mientras que el hombre sólo piense en sí mismo, en su mujer, en sus amigos, no puede conocer esta felicidad. Pero el discípulo que empieza a enviar a los humanos todo su amor y su luz, sin preocuparse de cuántos son ni de dónde están, al igual que lo haría si se tratase de una sola persona, se vuelve como un Sol. ¿Veis en qué sentido resulta posible a los humanos llegar a ser como soles?

Cuando estéis en la Roca, o incluso en otra parte, y tengáis un momento libre, decíos por ejemplo: “¡Hoy tengo ganas de volar con las alas del amor! Quiero ser más indulgente, más generoso, perdonaré todo el mal que me han hecho”. Y el Sol os ofrecerá un modelo formidable de olvido de las ofensas y de perdón. (3)

Os sentiréis entonces tan ligeros, tan felices, que tendréis ganas de cantar y, al acordaros en qué estado lamentable os encontrabais cuando pensabais sin cesar en las injusticias y vejaciones que habíais padecido, lamentaréis el no haber perdonado antes. ¿Por qué mantener y alimentar siempre sentimientos negativos? El Sol dice: “¡Vamos, hombre, desembarázate de todo eso lo antes posible! ¿Acaso pienso yo en todos los crímenes, las guerras y exterminios que ha habido en la Tierra? Pasa la esponja, bórralo todo, y harás mucho mejor tu trabajo que si estás siempre recordando y refunfuñando. Haz como yo, ¡continúa enviando tu amor y tu luz!”

Cuando tengáis un problema, una dificultad, dirigíos amablemente al Sol, como si hablaseis con una persona: “Querido Sol, si estuvieses en mi lugar, ¿qué harías?” Sonreirá (ya sabéis que los niños lo dibujan siempre con una amplia sonrisa) y os responderá: “¿Si estuviese en tu lugar? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡ya me habría suicidado! Pero si tú en cambio te pones en mi lugar, la cosa irá mejor. Sí, ¿por qué debo ponerme yo en tu lugar? No puedo hacerlo. Eres tú quien debes ponerte en el mío. Así que, si tú te pones en mi lugar, harás esto y aquello...” Y os dará soluciones.


Bonfin, 6 de agosto de 1967
Notas

(1) Cf. Los misterios de Iesod – Los fundamentos de la vida espiritual, Obras completas, t. 7.
(2) Cf. La pedagogía iniciática, Obras completas, t. 28, cap. XI: “El hombre y la mujer en la nueva cultura”.
(3) Cf. “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte V, cap. 2: “Amad a vuestros enemigos”, II: “Si alguien te golpea en una mejilla” y III: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.



Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com