Allan Kardec - Dad gratuitamente lo que recibís gratuitamente.

- Don de curar

Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios; "graciosamente recibísteis, dad graciosamente". (San Mateo, cap. X, v. 8).

"Dad gratuitamente lo que habéis recibido gratuitamente"; dijo Jesús a sus discípulos; por este precepto prescribe que no se haga pagar lo que uno mismo no ha pagado, y lo que ellos habían recibido gratuitamente era la facultad de curar a los enfermos y echar a los demonios, es decir, a los malos espíritus; este don se les dio gratuitamente por Dios para el alivio de los que sufren y para ayudar a la propagación de la fe, diciéndoles que no hicieran con él ningún negocio, ni un objeto de especulación, ni un medio de vivir.
- Oraciones pagadas

Y oyéndolo todo el pueblo, dijo a sus discípulos: - Guardáos de los escribas, que quieren andar con ropas talares y gustan de ser saludados en las plazas, y de las primeras sillas en las sinagogas, y de los primeros asientos en los convites. - "Que devoran las casas de las viudas pretextando larga oración". Estos recibirán mayor condenación. (San Lucas, cap. XX, v. 45, 46 y 47. - San Marcos, cap. XII, v. 38, 39 y 40. - San Mateo, cap. XXIII, y. 14).

También dijo Jesús: No hagáis pagar vuestras oraciones; no hagáis como los escribas, que bajo el pretexto de largas oraciones, "devoran las casas de las viudas"; es decir, acaparan las fortunas. La oración es un acto de caridad, un impulso del corazón, y hacer pagar lo que se dirige a Dios por otro, es constituirse en intercesor asalariado, pues entonces la oración no es más que una fórmula cuya duración está proporcionada a la cantidad que produce. Luego, una de dos: Dios mide o no sus gracias por el número de palabras; si se necesitan muchas, ¿por qué se dicen pocas o ninguna al que no puede pagar? Esto es una falta de caridad; si por el contrario, una sola basta, lo que sobra es inútil y entonces ¿por qué se hace pagar? Esto es una prevaricación.

Si Dios no vende los beneficios que concede ¿por qué aquel, que ni siquiera es el distribuir, ni puede garantizar la obtención de ellos, hace pagar una súplica que no puede tener seguro resultado? Dios no puede subordinar un acto de clemencia, de bondad o de justicia que se solicite de su misericordia, a una cantidad de dinero; de otro modo resultaría que si la cantidad no se pagó o es insuficiente, la justicia, la bondad y la clemencia de Dios estarían en suspenso. La razón, el buen sentido y la lógica, dicen que Dios, la perfección absoluta no puede delegar a criaturas imperfectas el derecho de poner precio a su justicia. La justicia de Dios es como el sol; está por todo el mundo, lo mismo para el pobre que para el rico. Si se considerara como inmortal el tráfico que se hace con las gracias de un soberano de la tierra, ¿es, acaso, más lícito el vender las del Soberano del universo?

Las oraciones pagadas tienen otro inconveniente; el que las compra, se cree muchas veces dispensado de rogar por él mismo, porque se considera en paz cuando ha dado su dinero. Se sabe, además, que los espíritus se conmueven sólo por medio del fervor del pensamiento que se interesa por ellos; y ¿qué fervor puede tener aquel que encarga a un tercero que rece para él, pagando?

¿Cuál es el fervor de este tercero cuando delega su mandato a otro, éste a otro, y así sucesivamente? ¿No es esto rebajar la eficacia de la oración al valor de una moneda corriente?


- Mercaderes echados del templo

Vienen, pues, a Jerusalén. Y habiendo entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo: y trastornó las mesas de los banqueros, y las sillas de los que vendían palomas. - Y no consentía que alguno transportase mueble alguno por el templo. - Y les enseñaba diciendo: ¿No está escrito: mi casa, casa de oración será llamada de todas las gentes? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. - Cuando lo supieron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, buscaban cómo quitarle la vida: porque le temían por cuanto todo el pueblo estaba maravillado de su doctrina. (San Marcos, cap. XI, v. de 15 a 18. - San Mateo, capítulo XXI, v. 12 y 13).

Jesús echó a los mercaderes del templo: con esto condena el tráfico de las cosas santas "bajo cualquier forma que sea". Dios no vende, ni su bendición, ni su perdón, ni la entrada del reino de los cielos; luego el hombre no tiene el derecho de hacerlos pagar.


- Mediumnidad gratuita

Los médiums modernos - porque los apóstoles poseían también la mediumnidad - han recibido igualmente de Dios un don gratuito, que consiste en ser los intérpretes de los espíritus para la instrucción dc los hombres, para enseñarles el camino del bien y conducirles a la fe, y no para vender palabras que no les pertenecen, porque no son producto "de su concepción, ni de sus investigaciones, ni de su trabajo personal".

Dios quiere que la luz llegue a todo el mundo, y no quiere que el más pobre quede desheredado y pueda decir: No tengo fe porque no he podido pagarla; yo no he tenido el consuelo de recibir la ayuda y los testimonios de afecto de los que lloro, porque soy pobre. Por esta razón la mediumnidad no es un privilegio, sino que se halla en todas partes y hacerla pagar sería desviarla de su objeto providencial.

El que conozca un poco las condiciones en que se comunican los buenos espíritus y su repulsión por todo lo que es de interés y de egoísmo, sabe cuán poca cosa se necesita para alejarles; nunca podrá admitir que los espíritus superiores estén a disposición del primero que llegue y les llame, a tanto la sesión, pues el buen sentido rechaza tal pensamiento. ¿Acaso no sería una profanación evocar a precio de oro a los seres que nosotros respetamos o que queremos? Sin duda que de este modo pueden obtenerse manifestaciones; pero, ¿quién podría garantir su sinceridad? Los espíritus ligeros, mentirosos, traviesos y toda la cohorte de espíritus inferiores, muy poco escrupulosos, vienen siempre a responder y están dispuestos a lo que se les pregunta, sin que les dé ningún cuidado mentir. Luego, el que quiere comunicaciones formales, debe, desde luego pedirlas formalmente, y después penetrarse bien de la naturaleza de las simpatías del medium con los seres del mundo espiritual. La primera condición para adquirir la benevolencia de los buenos espíritus, es la humildad, el sacrificio la negación y el desinterés "moral y material" más absoluto.

Al lado de la cuestión moral se presenta una consideración efectiva no menos importante, que tiene relación con la misma naturaleza de la facultad. La mediumnidad formal no puede ser ni será nunca una profesión, no sólo porque sería desacreditada moralmente y muy pronto asimilada a la de los que dicen la buenaventura, sino porque se opone a ella un obstáculo material: el de ser una facultad esencialmente movible, fugitiva y variable, y sobre cuya permanencia nadie puede tener una completa seguridad. Luego, para explotarla, sería un recurso del todo incierto, toda vez que podría faltar en el momento que fuese más necesaria. Otra cosa sucede con un talento adquirido por el estudio y el trabajo y que por lo mismo, siendo una propiedad, naturalmente se permite sacar partido de él.

Pero la mediumnidad ni es un arte ni es un talento, por lo cual no puede ser una profesión; sólo existe por el concurso de los espíritus, y si éstos hacen falta, ya no hay mediumnidad; la aptitud puede subsistir, pero el ejercicio está anulado. Así es que no hay ningún médium en el mundo que pueda asegurar la producción de un fenómeno espiritista en un momento dado. Explotar la mediumnidad, es pues, disponer de una cosa que realmente no se tiene, y afirmar lo contrario seria engañar al que la pagara; hay más aun, y es que el inédium no dispone de "sí mismo", sino de los espíritus de las almas de los muertos, cuyo concurso se pone a precio. Este pensamiento repugna instintivamente.

El tráfico degenerado en abuso y explotado por el charlatanismo, la ignorancia, la credulidad y la superstición, motivó la prohibición de Moisés. El espiritismo moderno, comprendiendo lo formal del asunto, por el descrédito que ha echado sobre esta explotación, ha elevado la mediumnidad al rango de misión.
(Véase el "Libro de los Médiums", capítulo XXVIII. - Y el "Cielo a Infierno", cap. XII.)

La mediumnidad es una cosa santa que debe practicarse santa y religiosamente. Si hay una clase de mediumnidad que requiere esta condición y de un modo más absoluto, es la mediumnidad curativa.

El médico da el fruto de sus estudios, que ha hecho a costa de sacrificios, a menudo muy penosos; el magnetizador da su propio fluido y muchas veces su salud: éstos pueden poner precio a sus facultades; pero el médium que cura, sólo transmite el fluido saludable de los buenos espíritus, y por lo tanto no tiene derecho de venderlo, Jesús y los apóstoles, aunque pobres, no hacían pagar las curaciones que operaban.

Así, pues, el que no tenga de qué vivir, que busque recursos por otra parte y no en la mediumnidad; que no consagre en ello, si es necesario, sino el tiempo de que pueda disponer materialmente. Los espíritus ya tomarán en cuenta su sacrificio y abnegación, mientras que se retirarán de los que esperan hacer de esto un negocio.



ALLAN KARDEC
Extracto de EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO




Fuente:   www.trabajadoresdelaluz.com