Ningún ser humano, según la Ley de Dios, tiene derecho a quitar la vida a otro.
El alma, por supuesto, no se mata.
Tan sólo se libera. Pero eso es otra cuestión.
Cuando una persona ha construido la estructura de la vida humana, nadie en absoluto, sin hacerse daño a sí mismo, puede quitar esa vida.
¿Compensa a la conciencia del alma matar a un asesino, cometiendo de ese modo un nuevo asesinato?
En mi opinión, no.
Se necesita una comprensión muy profunda del carácter sagrado de todo individuo.
El hecho de que, a lo largo de la experiencia humana, haya parecido imprescindible para la conservación de una idea, de una causa o incluso de una vida, la destrucción de otra vida, no significa en modo alguno que hayamos de despreciar la gravedad de tal acto, aunque ello suponga introducir ciertos atenuantes.
Cuanto más se expande la conciencia, más responsable se vuelve la persona.
Evidentemente, si no se da esa conciencia, la muerte del otro no supone una carga tan pesada.
Sólo en el interior de uno mismo puede saberse dónde yace en realidad la conciencia.
La profundidad de ésta crea la siguiente vida y la siguiente y la siguiente.
Recordad siempre que la sucesión causa-efecto es nuestra creación.
En el instante en que se enciende la Luz en los rincones más recónditos de la oscuridad interior, dicha Luz seguirá encendida para siempre.
Uno a uno, iremos dejando todos de ejercer el cargo de verdugo público y no habrá quien ejecute su función.
Os imagináis la paz y la hermosura que reinarán?
Extracto de El libro de Emmanuel
Transmitido por Pat Rodegast
Fuente: www.trabajadoresdelaluz.com