La beneficencia, amigos míos, os dará en este mundo los más puros y más dulces goces; los goces del corazón que no son turbados por el remordimiento, ni por la indiferencia. ¡Oh! si pudiéseis comprender todo lo que encierra de grande y suave la generosidad de las almas bellas, sentimiento que hace que se mire a otro como a sí mismo, y que uno se despoja con gusto para vestir a su hermano. ¡Que Dios os permita, mis queridos amigos, poderos ocupar en la dulce misión de hacer felices a los otros! No hay fiestas en el mundo que puedan comparar a esas fiestas alegres, cuando, representantes de la divinidad, volvéis la calma a las pobres familias que sólo conocen la vida de las vicisitudes y amarguras, cuando súbitamente véis a esos rostros ajados brillar de esperanza, porque no tenían pan; a esos desgraciados, y sus tiernos hijos, que ignorando que vivir es sufrir, gritaban, lloraban y repetían esas palabras que penetraban como un cuchillo agudo en el corazón maternal. ¡Tengo hambre....!