Mundos en que no existe la muerte.


Al finalizar el capítulo anterior nos hemos referido al propósito de Edison de lograr un mecanismo para comunicarse con los espíritus de las personas fallecidas. Tal vez lo habría conseguido; pero la muerte detuvo sus investigaciones. No obstante, su afanoso empeño en tal sentido es una demostración de que aquel sabio conocía bastante ese terreno. Y no es extraño, porque el hombre que inventara el fonógrafo, las lámparas incandescentes y más de mil otros inventos de gran utilidad para nuestra humanidad, fue miembro -en secreto como todos los demás- de la más rígida y hermética escuela iniciática entre las mencionadas en el capítulo anterior: la de "Los Caballeros de la Mesa Redonda"...
Porque en esas "escuelas", al llegar a ciertos grados, o estados evolutivos de propia superación, los más adelantados alcanzan a desarrollar la visión clarividente, no con órganos permanentes como en la humanidad de Ganímedes; pero de manera transitoria, consciente y voluntaria, con la cual pueden, también, conocer, comunicarse y actuar, hasta ciertos limites, en esa "cuarta dimensión". Y en ella comprueban que la muerte, según la conocemos, sólo existe en mundos como el nuestro, limitados por cinco sentidos y tres dimensiones...

Para poder comprender la gran amplitud de ese complejo fenómeno de la Vida que en nuestro mundo llamamos "la muerte", es indispensable conocer una serie de factores que intervienen en su desarrollo, verdades cósmicas íntimamente ligadas al sabio proceso de la Evolución Universal, que obedeciendo a las Grandes Leyes del Cosmos, buscan facilitar el alcance de la Perfección a todos los seres que viven y se desenvuelven en los vastos confines del Universo Integral.

Como una explicación detallada del tema requeriría, por sí sola, de un amplísimo volumen; y teniendo en cuenta que tales verdades cósmicas han sido enseñadas desde antaño por todas las escuelas esotéricas ya mencionadas, existiendo una abundante bibliografía de distintas épocas para ilustrar a quienes lo deseen, nos concretaremos a presentar, ahora, un simple bosquejo esquemático, una síntesis clara pero sencilla, lo suficientemente explícita para que los profanos alcancen a tener una idea básica de los fundamentos sobre los que gira todo el proceso de la Evolución de la Vida en el Cosmos, pero sin ir más allá de los limites de un boceto elemental. Los que, después de leer esto, desearan ampliar sus conocimientos sobre el tema, pueden encontrar en todas las bibliotecas y librerías especializadas en asuntos de metafísica y ciencias esotéricas, gran cantidad de libros que se ocupan, detalladamente, de este estudio.

Debemos comenzar por enunciar (para los profanos) que en el Cosmos, o sea el Universo Integral, todo evoluciona desde los aspectos más simples, hasta los más complejos y avanzados niveles de Vida o de Existencia. En todos los reinos de la Naturaleza, y en todos los planos, mundos o dimensiones de la misma, se cumple esta eterna y gran verdad cósmica. Esta ley del Universo tiene su máxima expresión en la sapientísima fórmula que nos legara, hace miles de años, el padre de toda la formidable cultura esotérica del antiguo Egipto, Hermes Trismegisto, uno de los grandes maestros extraterrestres mencionados en la primera parte, cuando escribió, para todas las edades: "Como es Arriba, es Abajo"... Y esto ha sido comprobado, con el correr de los siglos, por los más connotados sabios de la Tierra. Quería decir que así como la vida se manifiesta en lo más pequeño, en lo más íntimo y oculto del Universo y del Cosmos, así también actúa en lo más grande, en lo más evidente y magno de toda la Creación.

Ejemplos, científicamente comprobados, existen por millares. Basta con uno solo, pero de fuerza contundente. Los átomos son verdaderos sistemas planetarios microscópicos, en donde las fuerzas y energías cósmicas y universales actúan de la misma manera que en esos otros átomos gigantescos, los magnos sistemas estelares o familias los espacios infinitos...

Y otra de esas grandes verdades eternas es que nada se destruye totalmente. La materia y la Energía pueden manifestarse en las más variadas formas, en las múltiples fuerzas que mueven los más variados mundos y a todos los seres que ellos evolucionan. Nuestra ciencia, igualmente, ha comprobado esta otra ley universal. La Materia y la Energía pueden transformarse hasta lo infinito. Manifestarse en los niveles más distantes de la Vida, actuar y trabajar desde los aspectos microscópicos incalculables hasta las magnitudes astronómicas también inalcanzables, todavía, por nosotros... Pero jamás se destruyen totalmente; aunque en apariencia creamos que un fenómeno determinado ha ocasionado la destrucción de cierta forma de materia o de energía, la ciencia nos demuestra que sólo ha habido un cambio, una transformación, en nuevos elementos o compuestos, en nuevas fuerzas o manifestaciones de energía, que siguen existiendo y trabajando en ese infinito e inconmensurable Sendero de la Vida...

Y la Muerte, que para los profanos de un tipo de mundos como el nuestro, ciego todavía para muchos aspectos de esa Eterna Vida, es la destrucción final, el término de la vida, es en realidad , una de aquellas transformaciones, fenómeno magistral con el que la Sabiduría Suprema proporciona al Ser las oportunidades necesarias de progresar, evolucionar desde los niveles ínfimos de primitivas existencias, hasta los más altos peldaños en esa escala que se manifestara en el sueño simbólico de Jacob, como alegoría del eterno camino de la evolución, sendero de la Vida, en que todos los seres van avanzando desde los estados más ínfimos hasta las supremas cumbres luminosas de la Sabiduría, del Poder y del Amor. Y ese progreso paulatino, ese "Largo Camino de la Evolución", no puede alcanzarse en una sola existencia.

Basta mirar el mundo que nos rodea, con todas sus desigualdades, con todos sus extremos y contradicciones, con diferencias tan grandes entre unos y otros seres, para comprender que ese proceso de, superación, si es cierto, no se puede lograr en el corto lapso de una vida. Por muchos que sean los años en la existencia de un hombre, es imposible que un salvaje, como los primitivos habitantes de las cavernas trogloditas, llegue a convertirse, en tan corto lapso, en un sabio como Edison, Einstein u otros tantos, o en un santo como Francisco de Asís, pongamos por caso.

Pero la misma historia nos demuestra que los pueblos han evolucionado, como evolucionaron los hombres. Y si los hombres han ido progresando desde lo tiempos cavernarios, y si la humanidad, pese los muchos defectos que aún tiene, ha llegado hasta niveles de civilización tan altos como hoy ocupa, es lógico pensar que ese proceso de superación se cumple, y si se cumple, tiene que obedecer a un plan determinado, a un sistema en que se manifiesta una inteligencia capaz de proyectarlo, y a la concurrencia de un poder suficiente para mover las fuerzas que pongan en acción tan complicado plan. Y si el plan tiene éxito, si esa humanidad va saliendo de los ínfimos niveles del salvajismo y alcanzando etapas cada vez más superadas, tenemos que aceptar que la inteligencia y el poder del proyectista han sido tan grandes como para transformar a toda una humanidad y cambiar todo un mundo.

Ahora bien, si ese proceso de superación constante, o fenómeno de evolución, vemos que se manifiesta no sólo en nuestro mundo sino en otros, como el caso que venimos estudiando en este libro, ante la innegable presencia de seres más adelantados que nosotros, tenemos que reconocer, pese a cualquier escepticismo por consigna o por capricho- que esa inteligencia y poder de tan magno proyectista llega a otros mundos, a otras humanidades, con la misma potencia y la misma sabiduría comprobadas por nosotros. Quien ha podido planear tales procesos y realizar sus planes con los efectos que evidencia cada caso, demuestra, innegablemente, la existencia de un ser o seres capaces de dirigir y controlar la vida en cualquiera de los mundos que integren nuestro sistema solar. Tal poder y tal sabiduría, lógicamente, superan todo nivel humano... Por tanto aquel ser, al que hemos presentado en el ejemplo como "el proyectista", podemos darle cualquier nombre, sin alterar en nada la existencia de tan supremas facultades.

Y nuestra humanidad, como también la de Ganímedes, lo han llamado DIOS...

En ambos mundos el concepto sobre DIOS implica la suprema sabiduría, la omnipotencia infinita, la suprema Bondad y el supremo Amor. Y ahora cabe preguntarse: Un Ser con tales atributos ¿sería capaz de hacer, a capricho, tan tremendas injusticias como nos muestran las enormes desigualdades reinantes en la humanidad que conocemos?... ¿es posible concebir a DIOS como la Suprema Perfección, al contemplar en nuestro mundo a seres de tan distinta condición, de tan extremos y apartados medios de vida, con tan opuestas facultades: perpetuos mendigos y afortunados millonarios; ignorantes y analfabetos frente a sabios de todo tipo; criminales empedernidos y hombres o mujeres cuya bondad y altruismo alcanza a la santidad; tiranos todopoderosos y humildes siervos oprimidos... Toda esa polifacética expresión de nuestra humanidad, con sus vicios y virtudes, arrastrándose en el camino de la vida...?

Este doloroso panorama ha hecho dudar a muchos de la existencia de DIOS... Muchos ateísmos se han basado, precisamente, en el elevado anhelo de una mayor justicia, de una mejor nivelación. Y al no lograr la explicación razonable, cayeron en el rechazo de todo concepto de la Supremacía Divina y de la negación absoluta de esos mundos superiores predicados por las religiones... Pero la respuesta a sus anhelos y preguntas estuvieron, siempre, en las profundas lecciones de esas escuelas iniciáticas, tantas veces mencionadas. En las antiguas y siempre nuevas enseñanzas que, al darnos el conocimiento de otros planos, de otros mundos y dimensiones en que se desenvuelve la Vida, y todas las fuerzas y leyes del Cosmos, explican, ampliamente, el por qué de ese acertijo.

En una sola existencia no se puede dar el gigantesco salto desde el primitivo salvajismo en que estuvieran sumidos los contemporáneos del Pitecantropus Erectus, de los "Hombres de Cromagnón o del Neardenthal" hasta los de nuestro siglo XX. Esto es obvio.

Pero si pensamos que un espíritu cualquiera pueda disponer de tiempo, de los siglos indispensables para el lento desarrollo de toda la conformación, fisiológica y psíquica, que vaya transformando, poco a poco, todo el conjunto para poder adquirir los conocimientos que han de convertirse luego en facultades, desde las más simples y groseras formas de pensamiento, de asimilación de experiencias y de transmutación de efectos progresivos, hasta los niveles de nuestra humanidad contemporánea, llegaremos a aceptar que ese proceso, aunque sea milenario, sí puede ser un verdadero camino de superación, comparable, dentro de la máxima hermética, al proceso cultural que sigue cualquier hombre, en el corto lapso de una sola existencia para llegar a capacitarse en determinada actividad, empleo o profesión, con miras a un mejor nivel o standard de vida. Esto significa la necesidad de aprender. Cambiar la ignorancia por el saber, por la adquisición de todos los conocimientos requeridos por la meta ambicionada.

Y así, el niño ingresa en una escuela en donde adquiere, año tras año, la instrucción básica o primaria. Según sea la meta que se propone alcanzar, tendrá que seguir estudiando más o menos años, para aprender todos los cursos que la profesión, empleo u oficio pretendidos le exijan. Es el común y siempre repetido camino que todos han seguido y siguen. Y si comparamos este diario y general proceso de superación personal, en una simple existencia, o sea en lo pequeño, con la evolución progresiva que pueda transformar a ese salvaje cavernario en un sabio del siglo XX, pongamos por caso, estamos enfocando, en realidad, los amplios y profundos alcances que en este campo tiene aquella sabia fórmula de Hermes: "Como es Arriba, es Abajo".

Para obtener los conocimientos necesarios relativos a una determinada actividad, en el corto lapso de una "encarnación" (o manifestación de la vida del espíritu dentro de cierto límite de tiempo, en un determinado espacio y forma de materia) pueden vastar los años que dure esa existencia. Pero si pensamos en la Sabiduría Absoluta, en el Poder Supremo Universal y en la Perfección, que es la meta macrocósmica del Ser Humano, hemos de comprender que sesenta, ochenta, cien o más años son muy pocos para poder conocerlo todo, adquirir la absoluta experiencia de todo el Universo Integral... los más sabios, entre todos los sabios de la Tierra, conocen muy bien cuánto les falta aún por aprender con sólo referirnos a los límites de nuestro sistema solar... Si recordamos que nuestro sistema planetario es nada más que uno de los muchos millones de sistemas que forman el conjunto de astros de una sola galaxia: nuestra Vía Láctea.

Y que igual sucede en los miles de galaxias y nebulosas ya conocidas por la Astronomía, tenemos que rendirnos a la evidencia de que por mucho que se haya avanzado y se avance en la ciencia de este mundo, siempre hay y habrá un "más allá", porque sólo somos como una pequeña gota de agua en ese océano inconmensurable de la Vida que es el Cosmos... Y para llegar, por lo menos, a conocer todo lo referente a nuestro pequeño sistema planetario ¿cuánto nos falta aprender todavía, pese a los milenios con que cuenta nuestra civilización? ¿cuántos millones y millones de años necesitaremos, si pretendemos extender nuestra sabiduría hasta los insondables límites de nuestra "Vía Láctea", o de las demás galaxias cuya presencia nos muestran los más modernos telescopios electrónicos...?

Pero la existencia de ese otro mundo habitado, la sabiduría alcanzada por los hombres de Ganímedes, y sus periódicas visitas a la Tierra, vienen hoy a demostrar muchas de las grandes verdades cósmicas que, desde antaño se enseñara en el seno de aquellas fraternidades ocultas, de esas "escuelas esotéricas" a que nos hemos referido. Y una de las más comunes lecciones, la que podríamos llamar piedra fundamental de toda esa enseñanza, es la "Ley Cósmica de la Evolución Progresiva" de todos los seres y de todos los mundos, planos y dimensiones, en un eterno proceso hacia la Perfección Absoluta... Y como esto no lo puede lograr, nadie, en una sola existencia, llegamos al punto de explicar, también, cómo se desarrolla el proceso dentro de los Planes Cósmicos, o Divinos, para dar a todos, sin excepción, las oportunidades que requiera el largo peregrinaje a través de todo el Universo, hasta conquistar las cumbres gloriosas de la Luz, de la Verdad y de la Vida...

El desarrollo de tal proceso nos enfrenta con otra de las grandes verdades cósmicas: La de la pluralidad de existencias o "Ley de la Reencarnación".

Para comprenderla, vamos a usar, de nuevo, el ejemplo de los estudiantes comunes de los centros de instrucción repartidos en todo nuestro mundo. Según sea la meta que se propone un estudiante, así ha de ser el tiempo que le demande el aprendizaje de los cursos requeridos, y la práctica o experiencia que los capaciten, eficientemente, en la actividad escogida. Esos cursos y esa experiencia le han de tomar determinado tiempo. Más o menos años, según sea la importancia de los conocimientos necesarios y su aplicación al trabajo propuesto. Cada año de estudios, en este símil de la vida diaria, podemos compararlo, en la escala cósmica y en la proporción que la fórmula de Hermes nos indica, a una "encarnación" en determinado mundo.

Vale decir al curso de una existencia, en determinadas condiciones de vida, para adquirir los conocimientos necesarios, o experiencia, acerca de esa forma de vida, de ese tipo de mundo o ambiente, dentro de los límites calculados por el volumen y calidad de las lecciones que se deba aprender, todo ello enmarcado entre las medidas de tiempo, espacio, materia y energía que constituyan el "programa de estudio", comparable al volumen de cursos que lleva en determinada clase y tiempo el estudiante de la vida diaria común.

Así como éste, si atiende sus lecciones y trabaja con esmero, logra aprobar sus cursos y puede pasar, el próximo año, a una clase superior, o si es flojo, despreocupado y no estudia, será aplazado, tantas veces cuantas falle en el debido aprovechamiento; de igual modo, en esa Gran Escuela de la Vida que es el Cosmos, todos los espíritus tienen que afanarse por aprender, avanzar y superarse en procura de niveles cada vez mayores, en todas las actividades, en todos los campos del saber y del actuar con eficiencia. Como el estudiante del ejemplo chico, si aprovechan bien su tiempo, ello les representará un progreso cada vez más sólido, más elevado, más noble y poderoso, a medida que vayan subiendo los peldaños de la simbólica "escala de Jacob". Si cumplen a la perfección un "programa de estudios" (valga la expresión), pueden pasar a otro programa superior, como el alumno que aprobó sus exámenes.

Pero si ha fallado en algunos puntos, o en todos, tendrá que repetir, tantas veces como sea necesario, porque en esa "Escuela de la Vida" que es el Cosmos no se puede engañar ni escudarse en "padrinos" o en "varas" complacientes. Cada uno es el único responsable de su triunfo o su fracaso...


Extracto de Yo visité Ganímides
...El mundo maravilloso de los OVNIS
Yosip Ibrahim.




Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
23  agosto del 2020