La búsqueda.

 1 - La búsqueda

Desamparado por lugares inhóspitos, perdido, comienzas la búsqueda del buey.
Las aguas se desbordan.
Las montañas permanecen lejanas.
El sendero parece no tener fin.
Desesperado, cansado, ¿hacia dónde ir?
Se hace tarde.
¿Qué cantan las cigarras?
¿Qué callan los arces?


***

El buey no está lejos. ¿Por qué buscarlo?
Si no sientes su presencia
es porque te has apartado de ti mismo,
porque estás fuera de ti mismo.
Cegado por el mal uso de tus sentidos
has perdido tu morada y te alejas
por caminos inciertos.

El gusto de "aferrar" y el miedo a "soltar" te consumen.
El pensar en el bien y en el mal desgarra tu espíritu.



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Estamos implicados en la búsqueda del buey. Si habéis venido aquí, sin lugar a dudas, es porque os sentíais desamparados, perdidos por lugares inhóspitos, sin comprender exactamente qué es esto que llamamos vida. Esto que nos impulsa a la vida. Esto es la búsqueda del buey.

Debemos saber que todas las circunstancias de nuestra vida dependen de nuestra mente: el hecho de que vivamos en un mundo pacífico o conflictivo; el hecho de que vivamos en un barrio determinado, en una ciudad u otra; el hecho de que tengamos unos conocidos, unos amigos, unas relaciones con características bien delimitadas. Todo depende de nuestra mente, es el reflejo, la manifestación de la actividad de nuestra mente.

Para poder comprender nuestra propia vida no tenemos más remedio que comprender nuestra propia mente.

Esta es la búsqueda del buey: la búsqueda de nuestra propia mente.

Por eso el buey no está lejos; no está en Tíbet ni en la India, ni en África ni en Sudaméríca. Este buey esta justo donde nosotros nos hallamos. Es nuestra propia mente. Todo lo que percibimos ahora: los colores, los sonidos, las sensaciones, las emociones, son la actividad de nuestra mente. Y si no nos damos cuenta de esto es porque no somos íntimos con nuestra propia mente, porque vivimos fuera de nosotros mismos, porque hacemos mal uso de nuestros sentidos, de nuestras percepciones, de nuestro conocimiento y de nuestra mente. Y esto es llamado en el Zen: "Vivir en naraka, en el infierno".

De esta forma, impulsados por la ignorancia, nos perdemos por los caminos polvorientos, por caminos inciertos.

Hemos venido hasta aquí para clarificar nuestra ignorancia, para clarificar nuestra mente, para tomar conciencia de nuestra mente, para ver el buey.

¿Y cómo llegar a conocer nuestra mente?

Tenemos un arma fundamental, una herramienta básica que se llama conciencia. La conciencia nos permite conocernos porque es la sustancia misma de nuestra vida. Todo lo que percibimos, todo lo que existe, es gracias a la conciencia.

Decimos que algo existe cuando somos conscientes de ello. Si no somos conscientes, es como si no existiera. Por tanto, si no somos conscientes de nuestra mente, de sus mecanismos, de su funcionamiento, es como si nuestra mente no existiera.

A esto se le llama vivir fuera de sí mismo, vivir fuera de la propia mente, ignorando su existencia.

¿Qué es la conciencia?

La conciencia es imposible definirla, no podemos decir que sea esto o lo otro. La conciencia es el ojo fundamental que nos permite verlo todo. Y de la misma manera que no podemos ver nuestros propios ojos físicos, tampoco podemos ver el ojo de la conciencia. Sin embargo, gracias a él percibimos todo cuanto existe, todo cuanto es iluminado por ella.

La conciencia es vacua, es vacía, imposible de delimitar. Está por todas partes, pero no podemos decir qué es. No obstante, podemos darnos cuenta de que es ilimitada. Allá donde enfoquemos la conciencia, eso aparece, eso es. No está concernida por conceptos de grande o de pequeño, de aquí o de allá.

Si enfocamos nuestra conciencia en el horizonte amplio, nuestro campo de visión se llena de montañas, de valles, de cielo. Todo esto es la conciencia.

Si salimos del planeta y lo miramos, el planeta entero cabe en nuestra conciencia.

Si miramos de noche el firmamento estrellado, y contemplamos las miríadas de estrellas y de galaxias, todo eso es nuestra conciencia. Porque nuestra conciencia es ilimitada.

Nuestra conciencia es también luminosa. Luminosa en el sentido de que, de la misma manera que la luz del sol, nos permite percibir las cosas, la realidad. Y es que aunque el día estuviera espléndidamente iluminado por el sol, si nuestra conciencia no fuera luminosa, ¿cómo podríamos percibir que las cosas son como son?

Incluso cuando no hay luz del sol, nuestra conciencia sigue siendo luminosa: ilumina la noche, ilumina las tinieblas, las sensaciones, las emociones, los pensamientos.

Sabemos que existimos gracias al carácter luminoso de la conciencia. Darnos cuenta del funcionamiento de nuestra mente depende de la intensidad de la luz de nuestra conciencia, ya que, a pesar de la naturaleza luminosa de la conciencia, no todos los seres han desarrollado o gozan de la misma intensidad de luz. Algunas conciencias son más opacas, otras más cristalinas o transparentes.

Si queremos buscar al buey, no tenemos más remedio que potenciar la luminosidad de nuestra conciencia, porque es ésta la que nos va a permitir observar el funcionamiento, la actitud, las manifestaciones y la naturaleza de nuestra mente.

Así pues, ¿cómo desarrollar la luz de nuestra conciencia?

Existen dos métodos complementarios: Concentración y Observación. Corresponden a dos cualidades de una función fundamental de la conciencia que se llama Atención.

¿Qué es la atención? No es otra cosa que la focalización de la luz de la conciencia. Esta focalización tiene dos maneras de ser usada: mediante la concentración y mediante la observación.

¿Qué es la concentración? Como su nombre indica, significa concentrar la luz de la conciencia en un haz intenso, como hace una linterna. Cuando encendemos una linterna, la luz se concentra en una dirección determinada.

El hecho de intensificar la luz en un haz es concentración. El hecho de dirigir esa luz sobre distintos objetos es observación.

Estas dos cualidades existen en la propia mente. Todos las tenemos, pero no todos las tenemos desarrolladas de la misma manera. Algunas personas tienen mayor facilidad para concentrarse, otras para observar. Pero la mayoría de la gente tiene una vaga cualidad de concentración y de observación, debido a su falta de entrega al cultivo mental, al cultivo de la conciencia, y esto resulta insuficiente para emprender la búsqueda del buey, para poder penetrar en las profundidades de la mente y clarificarla.

Así pues, para buscar al buey debemos practicar concentración y observación. Esto es zazen, esto es la práctica durante una Sesshin: la manera de hacer, la manera de tomar los alimentos, la manera de usar el cuerpo, la manera de sentarse en zazen. Todo esto nos estimula a desarrollar más nuestras capacidades de concentración y de observación.

Ambas capacidades deben ser desarrolladas al mismo tiempo ya que son complementarías. La observación no puede darse sin la concentración. Y la concentración es inútil si no va acompañada de la observación.

Cuando nos sentamos en zazen, dedicamos los primeros minutos especialmente a concentrarnos, esto es, a inmovilizar e intensificar el haz de luz en una sola cosa o en dos cosas o en tres cosas, por ejemplo en la postura corporal. Es por esta razón por la que la postura corporal es tan exacta y rigurosa en la Vía del Zen: porque es un soporte de concentración. Nos concentramos en el equilibrio entre las dos piernas, en apoyar bien las nalgas sobre el zafu, en que la columna vertebral esté completamente derecha, erguida, en que la cabeza no caiga hacia un lado ni hacia el otro, ni hacia delante ni hacia detrás, en la posición correcta de las manos, en que la mirada esté puesta en el ángulo indicado con respecto a la verticalidad del cuerpo...

Una vez que tenemos nuestra concentración bien anclada en el cuerpo, podemos continuar desarrollando su campo de acción, por ejemplo sobre la respiración: inspiración y espiración.

Aquellos que encuentren dificultad para mantener la atención centrada en la respiración, siendo conscientes simplemente de la inspiración y de la espiración, pueden practicar el método de contar las respiraciones. Este método es como sigue: se inspira y se espira. Al final de la espiración se dice: "uno". Se vuelve a inspirar, se vuelve a espirar. Al final de la espiración se dice: "dos". Y así hasta contar cinco respiraciones completas. Cuando ya se han contado cinco respiraciones completas uno se dice: "Tengo un ramillete de respiraciones". Y comienza otra vez a contar: "uno, dos..." hasta cinco respiraciones completas de nuevo. Cuando ha concluido, dice: "Tengo dos ramilletes de respiraciones". Y así hasta reunir cinco ramilletes que son 25 respiraciones completas. Cuando uno ha reunido cinco ramilletes, 25 respiraciones, se dice: "Tengo un ramo de respiraciones" y comienza de nuevo hasta reunir 5 ramos que son 125 respiraciones completas y seguidas.

A partir de 125 respiraciones se puede decir que se alcanza un cierto grado de concentración, que la atención es más firme y sólida. No como la linterna en manos de un loco que alumbra en todas direcciones. Esto es lo que nos sucede cuando estamos desconcentrados, cuando estamos dispersos, que la luz de la atención va siguiendo todo lo que aparece en nuestra mente: pensamientos, sensaciones, recuerdos, proyectos... y vamos saltando de un lugar a otro sin poder fijar la atención en un objeto.

La postura física y la respiración son los mejores soportes para practicar la concentración.

Una vez que tenemos el control de la atención, que la tenemos concentrada, podemos comenzar a observar otros aspectos de nuestra mente, otros campos de nuestra conciencia tales como las sensaciones, los contenidos mentales o las emociones.

Podemos observar qué tipo de sensaciones aparecen en nuestro campo de conciencia. Si son auditivas, por ejemplo, observar qué clase de sensaciones auditivas: el canto de las chicharras, el sonido del viento, el pedo que se tira la persona de al lado...; podemos observar también las sensaciones táctiles, las sensaciones corporales: el calor, la molestia que causa una mosca al posarse en nuestra oreja, o el entumecimiento de una pierna. Podemos incluso sentir las señales sensoriales que nos envía el estómago, los intestinos, el hígado o los pulmones. Podemos sentir los hombros...

Ahora bien, si se abusa demasiado de la observación, sucede lo mismo que si se abusa demasiado de las pilas de una linterna: poco a poco la capacidad de iluminación de la linterna va menguando hasta que se acaban las pilas, todo se queda oscuro y ya no podemos observar nada. Estamos de nuevo en la confusión.

Para evitar que la observación pierda su luminosidad, hay que volver continuamente a la concentración, hay que volver a concentrar el haz de luz para que no se disperse en la observación, porque los objetos de la observación son infinitos.

Esta es la razón por la que, cuando nos sentamos en zazen, al principio podemos tener la sensación de que no pasa nada, de que zazen es un aburrimiento. Sin embargo, en la medida en que vayamos haciendo más lúcida y aguda nuestra atención, nos daremos cuenta del vasto universo que se despliega: el universo de nuestra mente. Aparecen entonces cien mil objetos, cien mil pensamientos, sensaciones, recuerdos, emociones. Y todo cambiando de un instante a otro. Y si nos dedicamos a observar todo esto sin tener una concentración profunda, estable y firme, la luz de la atención se dispersará y al final caeremos en un estado de confusión. En este caso nos volvemos como un corcho en medio de aguas tumultuosas: los pensamientos nos azotan, los recuerdos, las emociones... Esto ocurre porque hemos perdido la base, el centro. Y para evitar que esto suceda debemos practicar antes la concentración. ¿Cómo? Enfocando la atención en la postura y después en la respiración.

Si os dais cuenta de que vuestra capacidad de concentración está muy disminuida, entonces utilizáis el método de contar respiraciones, y si no, simplemente observáis inspiración y espiración.

Esto exige algo de práctica y de cultivo. Pero es el único camino para llevar a cabo con éxito la búsqueda del buey.

La luz de la concentración y de la observación nos permite hacernos íntimos con nuestra propia mente.

¿Qué tipo de sensaciones vamos a observar?

Observamos justo lo que aparece en nuestro campo de conciencia, ya sean sensaciones agradables que nos reconforten, ya sean sensaciones desagradables que nos produzcan desazón o dolor. Lo importante es no rechazar y no aferrarse.

A veces ocurre que cuando surgen cosas agradables, enseguida uno se apega a ellas. Por eso debéis comprender qué significa el apego de vuestra mente. Debéis ser conscientes del momento en el que aparece el apego en vuestra mente: el apego a un recuerdo, a una idea, a un color, a una forma, a una sensación, a una emoción.

El apego es una tendencia a aferrarse a algo, es decir: "No te vayas, quédate aquí que me gustas mucho." Y uno se dice: "Me gustaría que esto no se acabara nunca." Por ejemplo, cuando estamos viviendo un zazen muy placentero, muy sereno, y suena la campana, nos decimos: "¡Uy!, ¿va? ¿Pero ya ha terminado? ¡Oh!, ahora me tengo que levantar y me tengo que ir, tengo que quitarme el kesa, ponerme el samuey comenzar el trabajo." Eso es apego al zazen placentero.

O bien, puede suceder todo lo contrario, cuando zazen no es tan placentero, cuando vivimos situaciones difíciles, cuando experimentamos dolor. Entonces lo que queremos es que eso se acabe pronto, surge el rechazo y deseamos borrarlo de nuestra conciencia. Nos decimos: "¿Pero cuándo se va a terminar este zazen? ¿Cuándo va a llegar el final?" Y esperamos, y esperamos.

Tomando conciencia de esta dinámica mental podemos evitarla. No os identifiquéis con el rechazo o con el apego que aparece en vuestra mente, dejadlos estar, más bien. Deciros simplemente: "Ahora el apego ha aparecido en mi mente". O bien: "Ahora el rechazo ha aparecido en mi mente." Pero no compliquéis la situación apegándoos a vuestro apego o apegándoos al rechazo. No rechacéis el apego ni rechacéis el rechazo. Simplemente no os identifiquéis cuando aparezca el apego o el rechazo.

Durante zazen el pensamiento ordinario que consiste en juzgar "esto está bien, esto está mal, esto me gusta, esto no me gusta", no vale. Esto conduce directamente a naraka que es un estado infernal, un estado de confusión en el que se experimenta un gran sufrimiento, una gran angustia, una gran ansiedad.

El hecho de experimentar dificultades, estados infernales, o estados de lucidez, de serenidad, de beatitud, depende exclusivamente del uso que hagamos de nuestra mente. La clave para empezar, repito, es no aferrar, no rechazar.

Toda la enseñanza Zen de la China antigua está basada en esta doble actitud de mantenerse firmes y de soltar.

¿Qué es lo que tenemos que mantener firme? ¿Qué es lo que tenemos que soltar? Durante zazen, debemos soltar la dificultad y mantener firme la postura. Usualmente hacemos lo contrario: soltamos la postura y nos aferramos a la dificultad, al dolor.

El maestro Kodo Sawaki solía decir: "Esto es como hacer volar una cometa. A veces soltamos, a veces tiramos con firmeza."

Durante zazen debemos aprender a soltar, a relajarnos en zazen y en la Vía del Zen. La Vía del Zen no es una Vía de palos tiesos. No debemos estar empalados en zazen, pero tampoco debemos dejarnos caer excesivamente.

¿Hasta qué punto debemos mantener firmes la postura y hasta qué punto debemos soltar, olvidar la postura?

Este equilibrio debe ser hallado por uno mismo: mantenerse firme y soltar. Dos prácticas claves para la búsqueda, el encuentro, la captura y la doma del buey.

Como veremos más adelante, al buey se le captura y se le doma con dos armas fundamentales: el látigo y el lazo.

El látigo sirve para mantenerlo atado, firme, para mantenerlo centrado. Y el látigo sirve para hacerlo andar, para hacerlo fluir, para que no se detenga, para que no se estanque ni se vuelva perezoso.

Igual sucede con la mente.

En el Zen se dice también que el cultivo de la mente es parecido a la captura y a la doma de un mono. Los monos se mueven continuamente hacia todas las direcciones. Nuestra mente es como un mono, y también salta de un lugar a otro sin parar. Al principio hay que echarle el lazo al mono y atarlo a una estaca. Durante la meditación atamos nuestra mente a la estaca zazen.

Después, a pesar de estar atado, no para de moverse porque la cuerda da un poco de sí. Incluso sentados en zazen, la mente no deja de moverse. Pero hay que tener paciencia, permitirle ciertos movimientos siempre y cuando mantengamos la firmeza de zazen. El mono con el tiempo termina por aburrirse, la mente ve que no puede llegar muy lejos y, tarde o temprano, se sienta, se aquieta; tarde o temprano la mente se funde con la inmovilidad del cuerpo en zazen.

El buey no está lejos. No lo busquéis en otro lugar, en otro tiempo. El buey está justo aquí y ahora. Es nuestra mente. Y la búsqueda de nuestra mente no debe hacerse sólo en este sitio, en el dojo, no sólo durante zazen, sino allá donde estemos.

La Vía está bajo nuestros pies.


Extracto de La Doma Del Buey
LAS DIEZ ETAPAS DEL DESPERTAR
SEGÚN EL MAESTRO ZEN KAKUAN SHIEN
Traducción y comentarios de Dokushô Vill



Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
16  setiembre del 2020