Allan Kardec - El Mundo Espírita es el normal y primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.

Los Seres que de este modo se comunican se designan a sí mismos – conforme acabamos de decirlo- con el nombre de Espíritus o genios, y afirman haber pertenecido (algunos, al menos) a hombres que vivieron en la Tierra. Integran el Mundo Espiritual, así como nosotros durante nuestra existencia constituimos el mundo corporal.

Resumiremos a continuación, en pocos párrafos, los puntos más salientes de la Doctrina que ellos nos han transmitido, a fin de responder con más facilidad a ciertas objeciones.
“Dios es eterno e inmutable, inmaterial y único, todopoderoso y soberanamente justo y bueno.

Él creó el Universo, que comprende a todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.

Los seres materiales forman el mundo visible o corporal, y los inmateriales, el Mundo Invisible o Espírita, esto es, de los Espíritus.

El Mundo Espírita es el normal y primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.

El mundo corporal es sólo secundario. Podría dejar de existir, o no haber existido jamás, sin alterar la esencia del Mundo Espírita.

Los Espíritus se revisten temporariamente de una envoltura material perecedera, cuya destrucción mediante la muerte los devuelve a la libertad.

Entre las diversas especies de seres corporales ha escogido Dios a la raza humana para la encarnación de los Espíritus que han llegado a cierto grado de desarrollo, y es esto lo que les confiere superioridad moral e intelectual sobre las demás.

El alma es un Espíritu encarnado cuyo cuerpo no constituye más que la envoltura.

Tres cosas hay en el hombre. Primera: el cuerpo o ser material, análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital. Segunda: el alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo. Tercera: el vínculo que une el alma con el cuerpo, principio intermediario entre la materia y el Espíritu.

Así pues, posee el hombre dos naturalezas: por su cuerpo, participa de la naturaleza de los animales, cuyos instintos tiene. Por su alma, participa de la naturaleza de los Espíritus.

El vínculo –o periespíritu- que une a cuerpo y Espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La muerte acarrea la destrucción de la envoltura más grosera: el cuerpo, pero el Espíritu sigue conservando la segunda: el periespíritu, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en su estado normal, pero que puede tornarse accidentalmente visible e incluso tangible, según ocurre en el fenómeno de las apariciones o materializaciones.

De manera que el Espíritu no es en modo alguno un ser abstracto e indefinido, que sólo la mente puede concebir. Es un Ser real y circunscrito, que en ciertos casos se vuelve perceptible para los sentidos de la vista, el oído y el tacto.

Los Espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales ni en poder ni en inteligencia, ni en saber ni en moralidad. Los de primer orden son los Espíritus superiores, que se distinguen de los demás por su perfección, conocimientos y proximidad a Dios; por la pureza de sus sentimientos y su amor al bien; son los ángeles o Espíritus puros. Las otras clases se alejan cada vez más de dicha perfección: los de los rangos inferiores son propensos a la mayoría de nuestras pasiones: odio y envidia, celos y orgullo, etcétera. Éstos se complacen en el mal. Entre ellos los hay asimismo que no son ni muy buenos ni muy malos: más revoltosos y embrollones que ruines; la malicia y las inconsecuencias parece ser su dote. Son los duendes, Espíritus traviesos o frívolos.

Los Espíritus no pertenecen perpetuamente a un mismo orden.

Todos evolucionan al pasar por los diversos grados de la jerarquía espírita. Tal mejoramiento se opera mediante encarnación, que es impuesta a unos como expiación y a otros como misión. La vida material constituye una prueba que deben sufrir repetidas veces, has que hayan alcanzado la perfección absoluta. Es una especie de tamiz o de depuratorio del que salen más o menos purificados.

Al dejar el cuerpo, el alma reingresa al Mundo de los Espíritus, de donde había salido, para retomar una nueva existencia material después de un lapso más o menos prolongado, durante el cual ha permanecido en estado de Espíritu errante.

Puesto que el Espíritu ha de pasar por diversas encarnaciones, de ello resulta que todos hemos tenido diferentes existencias y que tendremos todavía otras, más o menos perfeccionadas, ya sea en esta Tierra o bien en otros mundos.

La encarnación de los Espíritus ocurre siempre en la especie humana. Sería erróneo creer que el alma o Espíritu pueda encarnar en el cuerpo de un animal.

Las diversas existencias corporales del Espíritu son siempre progresivas y jamás retrógradas. Pero la rapidez de su progreso depende de los esfuerzos que realice para alcanzar la perfección.

Las cualidades del alma son las del Espíritu que se halla encarnado. Así pues, el hombre de bien constituye la encarnación de un Espíritu bueno, en tanto el hombre perverso es la de un Espíritu impuro.

El alma tenía su individualidad antes de haber encarnado y la conserva después de su separación del cuerpo.

A su retorno al Mundo de los Espíritus, el alma encuentra ahí a cuantos conoció en la Tierra, y todas sus existencias anteriores se reproducen en su memoria, con el recuerdo de todo el bien y todo el mal que ha hecho.

El Espíritu encarnado se halla bajo la influencia de la materia.

El hombre que supera ese influjo mediante la elevación y la depuración de su alma se acerca a los buenos Espíritus con los cuales estará algún día. En cambio, el que se deja dominar por las pasiones viles y cifra todas sus alegrías en la satisfacción de los apetitos groseros se acerca a los Espíritus impuros, al dar preponderancia a la naturaleza animal.

Los Espíritus encarnados habitan los diferentes globos del Universo.

Los Espíritus desencarnados, o errantes, no ocupan en modo alguno una región determinada o circunscrita. Están por doquiera en el espacio y a nuestro lado mismo, viéndonos y codeándose con nosotros sin cesar: es toda una población invisible que en torno de nosotros se agita.

Los Espíritus ejercen sobre el mundo moral –e incluso sobre el físico- una acción incesante: obran sobre la materia y el pensamiento y constituyen una de las potencias de la Naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos hasta hace poco inexplicados o explicados mal, y que sólo en el Espiritismo encuentran una solución racional.

Las relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes.

Los Espíritus buenos nos incitan al bien sosteniéndonos en las pruebas a que nos somete la vida, y nos ayudan a soportarlas con valor y resignación. Por el contrario, los Espíritus malos nos empujan al mal: se regocijan cuando nos ven sucumbir y parecernos a ellos.

Las comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas o manifiestas. Las ocultas se llevan a efecto mediante la buena o mala influencia que ejercen sobre nosotros sin que lo sepamos. A nosotros mismos cábenos discernir las buenas o malas inspiraciones. Las comunicaciones manifiestas tienen lugar por medio de la escritura, la palabra u otras manifestaciones materiales, casi siempre con la intervención de médiums que les sirven de instrumentos.

Los Espíritus se manifiestan en forma espontánea o por haber sido evocados. Se puede evocar a cualquier Espíritu: tanto a los que animaros a hombres oscuros como a los de los personajes más ilustres, sea cual fuere la época en que hayan vivido en la Tierra, y también los de nuestros parientes, amigos o enemigos, y obtener de ellos, mediante comunicaciones escritas o verbales, consejos, datos sobre su situación de ultratumba o lo que piensan a nuestro respecto, así como las revelaciones que se les permita hacernos.

Los Espíritus son atraídos en virtud de su simpatía por la naturaleza moral del ambiente en que se les evoca. Los Espíritus superiores se complacen en las reuniones serias, en que predominan el amor al bien y el deseo sincero de instruirse y mejorar. Su presencia allí aleja a los Espíritus inferiores, quienes por el contrario encuentran libre acceso y pueden obrar con plena libertad entre las personas frívolas o que son guiadas sólo por la curiosidad, y en cualquier parte donde se encuentren malos instintos. Lejos de obtener de ellos buenos consejos o informaciones útiles, sólo se deben esperar de su parte futilezas, embustes, bromas de mal gusto o supercherías, y a menudo toman nombres venerables para inducir mejor a error.

Distinguir los buenos de los malos Espíritus es sobremanera fácil: el lenguaje de los Espíritus superiores es siempre digno y noble, impregnado de la más alta moralidad, desprovisto de toda baja pasión. Sus consejos rezuman la más pura sabiduría, teniendo siempre por objeto nuestro mejoramiento y el bien de la humanidad.

El lenguaje de los Espíritus inferiores, en cambio, es inconsecuente, muchas veces trivial y hasta grosero. Si es cierto que en ocasiones expresan cosas buenas y verdaderas, no lo es menos que en la mayoría de los casos las dicen falsas y absurdas, por malicia o ignorancia. Bromean con la credulidad y se divierten a expensas de los que les interrogan, halagando su vanidad y fomentando sus deseos con falaces esperanzas. En suma, las comunicaciones serias, en la verdadera significación de la palabra, tienen lugar sólo en los centros igualmente serios, en los cuales sus miembros se hallan unidos por una comunión íntima de pensamientos con miras al bien.

La moral de los Espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: “Hagamos a los demás lo que quisiéramos que los demás nos hiciesen a nosotros”. Esto es, hacer el bien y no el mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta que puede guiarlo hasta en sus más insignificantes acciones.

Los Espíritus superiores nos enseñan que egoísmo, orgullo y sensualidad son pasiones que nos acercan a la naturaleza animal, ligándonos a la materia. Que el hombre que ya en la Tierra se desligue de la materia por medio del desprecio hacia las futilezas mundanas y el amor al prójimo se acerca a la naturaleza espiritual.

Que cada uno de nosotros debe hacerse útil según las facultades y recursos que Dios ha puesto en sus manos para probarnos. Que el fuerte y el poderoso deben su protección y apoyo al débil, porque aquel que abusa de su fuerza y de su poder oprimiendo a sus semejantes viola la ley de Dios. Nos enseñan, por último, que puesto que en el Mundo de los Espíritus nada puede ser ocultado, el hipócrita será desenmascarado y develadas todas sus torpezas. Que la presencia inevitable y permanente de aquellos con quienes hayamos procedido mal constituye uno de los castigos que nos están reservados. Y que a los estados de inferioridad y de superioridad de los Espíritus corresponden penas y goces, respectivamente, que nos son desconocidos en la Tierra.

Pero también nos enseñan que no hay faltas irremisibles que no puedan ser borradas mediante la expiación. El hombre encuentra el medio de hacerlo en las diversas existencias, que le permiten adelantar, conforme su deseo y sus esfuerzos, por la senda del progreso y hacia la perfección, que es su meta final.”

Este es el resumen de la Doctrina Espírita, tal como resulta de la enseñanza impartida por los Espíritus superiores.


ALLAN KARDEC
Extracto de EL LIBRO DE LOS ESPIRITUS



Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
27 de setiembre 2021