Allan Kardec - Buscad y encontraréis

 - Ayúdate y el cielo te ayudará

Pedid, y se os dará: buscad y hallaréis: llamad y se os abrirá – Porque todo el que pide recibe; y el que busca, halla; y al que llame, se le abrirá.
¿O quién de vosotros es el hombre, a quien si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra? -¿O si le pidiere un pez, por ventura le dará una serpiente? - Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos: ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará bienes a los que se los pidan? (San Mateo, cap. VII, y. de 7 a 11).

Desde el punto de vista terrestre, la máxima: "Buscad y hallaréis", es análoga a esta otra: "Ayúdate que el cielo te ayudará". Es el principio de la "ley del trabajo" y, por consecuencia, de la "ley del progreso", porque el progreso es hijo del trabajo y el trabajo pone en acción las fuerzas de la inteligencia.

En la infancia de la humanidad, el hombre sólo aplica su inteligencia a buscar el alimento y los medios de preservarse de la intemperie y defenderse de sus enemigos; pero Dios le ha dado más que al animal: le ha dado "el deseo incesante de mejorar". Este deseo es el que le impulsa a buscar los medios para mejorar su posición y le conduce a los descubrimientos, a las invenciones y al perfeccionamiento de la ciencia, porque la ciencia es la que le procura lo que le falta. Por medio de estas investigaciones su inteligencia aumenta y su moral se purifica; a las necesidades del cuerpo suceden las necesidades del espíritu; después del alimento material es necesario el alimento espiritual; este es el modo como el hombre pasa del estado salvaje al de civilización.

Pero como el progreso que el hombre cumple individualmente, durante la vida, es muy poco, y aun imperceptible en un gran número, ¿cómo podría, pues, progresar la humanidad, sin la preexistencia y la persistencia del alma? Si las almas se fuesen todos los días para no volver jamás, la humanidad se renovaría sin cesar con elementos primitivos, teniendo que hacerlo todo y aprenderlo todo; no habría pues, razón para que el hombre estuviese más adelantado hoy que en las primeras edades del mundo, puesto que al nacer, el trabajo intelectual estaría para empezar. El alma, por el contrario, volviendo con su progreso hecho, y adquiriendo cada vez alguna cosa más, pasa de este modo gradualmente de la barbarie a la "civilización material" y de ésta a la "civilización moral". (Véase el cap. IV, número 17.)

Si Dios hubiese librado al hombre del trabajo del cuerpo, sus miembros estarían atrofiados; si le hubiese librado del trabajo de la inteligencia, su espíritu hubiera quedado en la infancia, en el estado de instinto del animal; por esto ha hecho que fuera una necesidad el trabajo; le ha dicho: "Busca y hallarás, trabaja y producirás"; de este modo serás hijo de tus obras, tendrás el mérito y serás recompensado según lo que habrás hecho.

Haciendo aplicación de este principio, los espíritus no vienen a ahorrar al hombre el trabajo de sus investigaciones, trayéndoles descubrimientos e invenciones enteramente hechos y prontos a producir, de modo que no tenga que hacer otra cosa que tomar lo que se le pondría en la mano, sin tener el trabajo de bajar para recoger, ni menos el de pensar. Si así fuese, el más perezoso podría enriquecerse, y el más ignorante ser sabio a poca costa, y el uno y el otro atribuirse el mérito de lo que no habrían hecho. No, "los espíritus no vienen a librar al hombre de la ley del trabajo, sino a enseñarle el objeto que debe conseguir y el camino que a él conduce, diciéndole": Marcha y llegarás. Encontrarás piedras a tu paso, pero procura quitarlas por tí mismo, pues te damos la fuerza necesaria si quieres aprovecharte de ella. ("Libro de los Médiums", cap. XXVI, núm. 291 y siguientes.)

Desde el punto de vista moral, las palabras de Jesús significan: Pedid la luz que debe iluminar vuestro camino, y os será dada; pedid la fuerza para resistir el mal, y la tendréis; pedid la asistencia de los buenos espíritus, y vendrán a acompañaros, y como el ángel a Tobías, os servirán de guías; pedid buenos consejos y nunca os serán rehusados; llamad a nuestra puerta y se os abrirá; pero llamad sinceramente, con fe, fervor y confianza, presentáos con humildad y no con arrogancia: sin esto quedaréis abandonados a vuestras propias fuerzas, y los mismos desengaños que tengáis serán el castigo de vuestro orgullo.


- Contemplad las aves del cielo

No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra: donde orín y polilla los consume; y en donde ladrones los desentierran y roban. - Mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo; en donde ni los consume orín ni polilla; y en donde ladrones no los desentierran ni roban. - Porque en donde. está tu tesoro, allí está también tu corazón.

Por tanto os digo, no andéis afanados por vuestra alma, que comeréis, ni para vuestro cuerpo, que vestiréis. ¿No es más el alma que la comida, y el cuerpo más que el vestido?

Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni allegan entrojes; y vuestro padre celestial las alimenta: ¿Pues no sois vosotros mucho más que ellas? - ¿Y quién de vosotros, discurriendo, puede añadir un codo a su estatura?

¿Y por qué andáis acongojados por el vestido? Considerad como crecen los lirios del campo; no trabajan ni hilan. - Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria fue cubierto como uno de éstos. - Pues si al heno del campo, que hoy es, y mañana es echado en el horno, Dios viste así: ¿Cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?

No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? - Porque los gentiles se afanan por estas cosas. Y vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de todas ellas.

Buscad, pues, primeramente, el reino de Dios y su justicia: y todas estas cosas os serán añadidas. - Y así no andéis cuidadosos por el día de mañana.

Porque el día de mañana a sí mismo se traerá su cuidado. "Le basta al día su propio afán". (San Mateo, cap. VI, v. de 19 a 21, y de 25 a 34).

Estas palabras, tomadas literalmente, serían la negación de toda previsión, de todo trabajo y de consiguiente de todo progreso. Con tal principio, el hombre se reduciría a un estado pasivo espectante; sus fuerzas físicas e intelectuales, no tendrían actividad; si tal debiese ser su condición normal en la tierra, nunca hubiera salido de su estado primitivo, y si de ello hiciera su ley actual, no tendría otra cosa que hacer sino vivir sin hacer nada. No pudo ser tal el pensamiento de Jesús, porque estaría en contradicción con lo que dijo en otra parte y con las mismas leyes de la naturaleza. Dios ha creado al hombre sin vestido y sin abrigo, pero le ha dado la inteligencia para que se lo fabrique. (Cap. XIV, núm. 6; cap. XXV, número 2.)

Es preciso, pues, no ver en estas palabras sino una poética alegoría de la Providencia, que nunca abandona a los que ponen en ella su confianza, pero quiere que trabajen por su parte. Si no viene siempre en ayuda para un socorro material, inspira las ideas con las cuales se encuentran los medios de salir del paso. (Cap. XXVII, núm. 8.).

Dios conoce nuestras necesidades y provee según lo que se necesita; pero el hombre, insaciable en sus deseos, no siempre sabe contentarse con lo que tiene; no le basta lo necesario, sino que le es indispensable lo superfluo, y entonces la Providencia le abandona a sí mismo. Muchas veces es desgraciado por su causa y por haber desconocido la voz que le avisaba por medio de su conciencia, dejándole Dios que sufra las consecuencias con el fin de que le sirva de lección para el porvenir. (Cap. V, núm. 4.)

La tierra produce lo suficiente para alimentar a todos sus habitantes; cuando los hombres sabrán administrar los bienes que da según las leyes de justicia, de caridad y de amor al prójimo, cuando la fraternidad reinará entre los diversos pueblos, como entre las provincias de un mismo imperio, lo superfluo momentáneo del uno servirá para el otro, y cada uno tendrá lo necesario. El rico se considerará entonces como teniendo una grande cantidad de semillas, que si las siembra, producirán el céntuplo para él y para los otros; pero si él solo se come las semillas, si malgasta y deja perder lo sobrante de lo que coma nada producirán, y no habrá para todos, y si las encierra en su granero, los gusanos las comerán: por esto ha dicho Jesús: No acumuléis tesoros en la tierra, que son perecederos, pero sí en el cielo, porque son eternos, o en otros términos: no déis más importancia a los bienes materiales que a los bienes espirituales y saber sacrificar los primeros en provecho de los segundos. (Cap. XVI, núm. 7 y siguientes.)

La caridad y la fraternidad no se decretan con leyes; si no están en el corazón, el egoísmo las ahogará siempre; hacérselas penetrar, es obra del Espiritismo.


- No poseáis oro

No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas. - Ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón, porque digno es el trabajador de su alimento.

Y en cualquier ciudad o aldea que entráreis, preguntad quién hay en ella digno, y estáos allí hasta que salgáis. - Y cuando entréis en la casa, saludadla diciendo: Paz sea en esta casa. Y si aquella casa fuese digna, vendrá sobre ella vuestra paz; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros.

Y todo el que no os recibiere, ni oyere vuestra palabra, al salir fuera de la casa o de la ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. - En verdad os digo que será más tolerable a la tierra de los de Sodoma y de Gomorra en el día del juicio, que a aquella ciudad. (San Mateo, cap. X, v. de 9 a 15).

Estas palabras que Jesús dirigía a sus apóstoles cuando les envió por primera vez a anunciar la buena nueva, nada tenían de extraño en aquella época: eran conformes a las costumbres patriarcales de Oriente, en que al viajero se le recibía siempre en la tienda; pero entonces los viajeros eran raros; en los pueblos modernos, el aumento de la circulación ha debido crear nuevas costumbres; las de los pueblos antiguos sólo se encuentran en las comarcas retiradas, en donde no ha penetrado aún el movimiento; y si Jesús volviese hoy, ya no podría decir a sus apóstoles: Ponéos en marcha sin provisiones.

Además del sentido propio, estas palabras tienen un sentido moral muy profundo. Jesús enseñaba de este modo a sus discípulos a confiar en la Providencia, pues no teniendo nada, no podían tentar la ambición de aquellos que les recibían; este era el medio de distinguir a los caritativos de los egoístas; por esto les dijo: "Informáos de quién es digno para que os hospedéis en su casa; es decir, quien es el más humano para hospedar al viajero que no tiene con qué pagar, porque aquellos son dignos de vuestras palabras; les reconoceréis por su caridad.

En cuanto a los que no quisieran recibirles ni escucharles, ¿dijo, acaso, a sus apóstoles que les maldijeran, que se les impusieran, que usaran de violencia y apremio para convertirlos? No, sino que se fuesen sencillamente a otra parte y buscasen gentes de mejor voluntad.

Del mismo modo dice hoy el Espiritismo a sus adeptos: No violentéis ninguna conciencia, no obliguéis a ninguna persona a dejar sus creencias para adoptar la vuestra, no anatematicéis a los que no piensan como vosotros; acoged a los que os reciben y dejad en paz a los que os rechazan. Acordáos de las palabras de Cristo: en otro tiempo el Cielo se tomaba por la violencia, hoy por la dulzura. (Cap. IV, núms. 10 y 11.).



ALLAN KARDEC
Extracto de EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO



Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com