La escucha explorativa, tema del que trataré de
aquí en adelante, es una de las mejores formas de estar con los demás. Escuchar
es de las actitudes más positivas y significativas que tenemos ante la vida.
Quien sabe escuchar, percibe hasta los silencios. Y es que, si hablar es una
necesidad humana, escuchar es un arte de entendimiento que no todo humano posee.
Escuchamos para responder, reza un dicho
anónimo. Lo que más nos encontramos en la comunicación con otros, es lo que
podemos denominar como escucha receptiva, cuyo propósito principal es el
intercambio de información o la resolución de problemas, y en sí misma se
manifiesta a través de patrones de retroalimentación, permutacionales. Es
decir, en las respuestas. Desde la neurociencia, sabemos hace ya mucho tiempo
que, cuando nuestro interlocutor nos hace una proposición verbal, en la tercera
parte de su frase, ya estamos formulando una respuesta en nuestra mente. Es
fácil que, en ese momento, desconectemos de mucha de la carga emocional con la
que la otra persona se está queriendo expresar. En la escucha receptiva, que no
es mala, incluso si es superficial, fijamos nuestro espacio de interés
personal. No es el tipo de interacción más adecuado cuando nos aventuramos en
un territorio más emocional.