El sueño de la flor.

La cura espiritual puede efectuarse de diferentes modos y, durante mi vida, tuve oportunidad de entrar en contacto con algunos de ellos. Viajé por centros de energía para la transformación planetaria, a fin de hacer averiguaciones, y mientras dormía pasé también por marcadas experiencias, pues, como se sabe, durante nuestro sueño pueden ocurrir verdaderos procesos terapéuticos. Además de eso, pude conocer la actividad contemplativa de un ser evolucionado que, mientras permanecía acostado en un sofá, iba conscientemente, como yo superior, a los más distantes puntos de la Tierra, impulsado por el propio ritmo interior de trabajo.

Donde llegaba su vibración amorosa, se hacía presente, casi visible, una energía transformadora, sin que con ello hubiese interferencia alguna en la libertad de otros. Aquellos que estuvieran abiertos hacia la cura podían experimentarla dondequiera que se encontrasen y cualesquiera que fuesen las condiciones de su ambiente y su situación vivencial.

La belleza de un proceso de cura, que no es nada más que la propia purificación de la materia, consiste en el hecho de que la esencia de la vida se halla también en el centro de cada átomo, de cada partícula. Esa esencia, llamada "divina" por muchos filósofos, es omnipresente. Por tanto, una persona que cura no es propiamente el agente responsable de la cura: ella representa y cataliza aquello que está en todas partes y dentro de cada uno de nosotros. Incluso sabiendo eso teóricamente, y a pesar de haber efectuado indagaciones y experiencias, yo nunca había "vivenciado" esa realidad. Participaba de trabajos de cura en un nivel poco material, pero aún no tenía el conocimiento directo de lo que eso venía a ser, hasta que me sucedió el "sueño de la flor".

Mi mente vivía indagando si la cura era posible en cualquier ambiente y en cualquier situación; empero, antes de recibir yo iluminaciones sobre eso, me puse a luchar en demasía para que cierto ambiente, en el cual yo habitaba junto con un grupo, se librase de todos los compromisos que aún tenía con los hábitos de la vida común, hábitos que la mayoría de las personas tiene. Poco antes de encaminarme hacia la sala en la que hacíamos diariamente meditación grupal, me aquieté y tuve un sueño.

Vi un vasito de plástico, muy blanco, con una plantita que empezaba a florecer. Gradualmente, el fondo neutro de aquel cuadro se fue transformando en un felpudo, de esos en los que las personas se limpian los zapatos antes de entrar en su casa; de aquél, y no ya del vasito, salía ahora la plantita, con su brillante florecilla. El felpudo permaneció en mi campo visual, mostrando que puede ser el suelo en el que una flor es capaz de nacer.

Reflexionando sobre esa imagen, pude comprender que "la flor crece" del ejercicio de nuestra propia purificación y a partir de nuestras limitaciones (representadas por el felpudo que se usa para limpiar los pies) -y no a partir de una situación externa de total pureza, pureza ésta que no puede existir aún sobre la faz de la Tierra. Lo que se anhela es encontrar el equilibrio entre la realidad concreta (el felpudo) y la búsqueda incesante y persistente de autoperfección. Es necesario amarse uno mismo para poder sabiamente amar al prójimo: un amor único, verdadero, sin autoconmiseración, que ocurre dentro de una sola Unidad que lo incluye todo.

Aquella misma mañana, al llegar al refectorio comunitario, ante la mesa del desayuno provista de todo lo que era necesario para alimentar a los cuerpos físicos allí presentes, experimenté una gratitud profunda, que yo no sabía explicar por qué surgía ni a quien se dirigía. Tampoco sabía cosa alguna sobre mí mismo ante aquel sentimiento. Venía de adentro, a través de un canal que había sido abierto por la imagen soñada. Quedaba la abertura, y no se necesitaba nada más. Todo lo hacía la energía de cura. El sueño, con su duración de pocos segundos, tuvo inmensa repercusión interior y está presente mientras escribo estas líneas, tantos años después.

A partir de esa experiencia vi que yo ya no necesitaba salir en busca de la cura, pues se me mostró que ella puede ocurrir donde estamos y en la situación en la que nos encontramos. La tranquila expectativa en la cual, si quisiéramos, podemos colocarnos, es la verdadera situación que nos predispone para la cura. En mi caso, a través de ella ocurrió cierta ampliación en el trabajo que estaban efectuando, hacía algún tiempo, mis cuerpos físico-etérico, emocional y mental, que, de allí en adelante, se sintonizaron más con la energía proveniente de un nivel más profundo de mi ser, y se tornaron más atentos a esa energía que debería estar siempre a disposición de todos aquellos con los que yo tomaba contacto.

Procesos como ese no son controlables por la mente humana, y es bueno que así sea, pues no siempre el yo consciente está preparado para saber lo que ocurre en los planos interiores de la vida; el ritmo de la energía de cura no debe ser perturbado por la curiosidad, por el egoísmo, por la censura, por la crítica, ni siquiera por la admiración devocional. En la mayoría de los casos, cuanto más inconsciente sea el proceso de cura, mejor.

Cuanto más olvidado de sí mismo esté el ego humano en el momento de la alineación del ser con las energías curativas, más libremente pueden ellas descender hacia los niveles mental, emocional y físico-etérico del individuo.

Ilustraré con otro ejemplo práctico el aspecto elevado e inconsciente de la cura. Durante cierto período en el que desarrollábamos determinado trabajo grupal, acostumbrábamos recibir personas individualmente para coloquios orientados a estimular el proceso evolutivo de aquellas que estuvieran dispuestas a asumirlo. Un domingo, surgió, para una reunión, alguien que estaba subjetivamente sofocado por los resentimientos. No conseguía hablar de sus amarguras, tan fuertes y profundas eran éstas; y puesto que le provocaban mucho dolor, evitaba referirse a ellas. Presto a pasar por una crisis de salud física, que vendría a ser un reflejo de lo que existía en su mundo psíquico, aquel individuo fue invitado entonces, por uno de nosotros, a comparecer allí nuevamente en otra fecha para una conversación.

Al llegar el día señalado, fue recibido por uno de los participantes de aquel grupo de trabajo que estaba libre de resentimientos, cuya vibración era, por tanto, muy distinta de la de aquel individuo. La conversación giró sobre asuntos varios, y no sobre los problemas que lo atormentaban.

Asistí a ese coloquio, y noté que el proceso de cura que acabó por ocurrir fue "vivenciado" de modo enteramente inconsciente. Luego de entrar, el individuo encontraba un ambiente interesante, con un bello acuario de fondo azul y peces ornamentales de rara belleza, y era recibido despreocupadamente, como si nada grave estuviera ocurriendo. Alrededor de una hora después el encuentro terminaba, habiéndose tratado los más variados asuntos sin que se hubiera profundizado ninguno de ellos en especial.

Sin embargo, era casi visible la energía que se había creado, y también la irradiación que provenía de la persona que sufría de amarguras propias. De allí en adelante, el individuo, que había estado prisionero, participaba el hecho de que, inexplicablemente, había dejado de sufrir la tortura de aquellos sentimientos oscuros. Según percibía, él se había liberado tras aquel encuentro tan simple.

Adviértese que transmitimos al otro lo que, de hecho, somos dentro de nosotros mismos. Si no tenemos amarguras, llevamos a los otros una energía de liberación que subjetivamente los ayuda a que se purifiquen. Ese proceso no es consciente y, por ello, podrá ser facilitado si no lo contaminamos con la mente racional.

También percibí, después de esa experiencia, cuan abarcante es el movimiento en un proceso de cura; éramos tres, reunidos para aquel trabajo, y el individuo prisionero usufructuaba a aquellos que estaban más libres que él. Por una misteriosa unión, que se da en niveles inconscientes, unos usufructúan la situación interior de otros. Es como si, en cierto sentido, la Fe trajera consigo créditos morales insondables. Si la tengo, puedo irradiarla, y el otro, al ser estimulado así, podrá verla surgir en sí mismo. En el libro La Energía de los Rayos en Nuestra Vida di a conocer algunas ideas básicas sobre la Fe, energía típica del yo superior, venida de la cuarta dimensión.

En ciertos casos, para que la cura acontezca, es necesario que estén juntos aquel que va a ser el instrumento de cura y aquel que necesita ser curado. Y hay circunstancias en las que es útil la presencia de una tercera persona cuya energía, combinada con la de quien "cura" o con la de quien quiere ser liberado, puede ayudar.

El lado imprevisto y misterioso de la cura no se limita, sin embargo, a hechos así visibles. Hay ejemplos en los cuales el individuo es curado sin que lo perciba: la alegría interior pasa a estar presente en su mirada y la carga de ansiedad deja de existir en su mente y en su corazón.

Para que la cura interior ocurra, no siempre se necesitan intermediarios aquí en la Tierra, como lo fueran en el ejemplo que citamos. Es esencial que construyamos voluntariamente un puente de comunicación entre nuestro yo consciente y el núcleo de amor-sabiduría que habita dentro de nosotros, núcleo que está formado por la energía inclusiva y sintética que predomina en este sistema solar y, por tanto, en el planeta en el que vivimos. Esa energía, esencia de cada ser, se encuentra en el vórtice de las fuerzas evolutivas de la cuarta dimensión y es representada en cada uno de nosotros por el yo superior. Tarde o temprano, tomamos conocimiento de ella en una encarnación o en otra, a través, principalmente, de la pura y simple aspiración a encontrarla. Deseando manifestar ese amor que a todo y a todos incluye, acabamos por reconocerlo dentro y fuera de nosotros y, a partir de entonces, nos ponemos a servir al mundo y a ser administrados por los aspectos superiores de las mismas leyes que rigen el nivel humano de nuestro ser.

Hasta sin la ayuda palpable de intermediarios, un individuo puede comenzar a construir ese puente. La ayuda que él necesita se halla principalmente en niveles más elevados de su propia consciencia, en los que él está unido con los demás hombres, puesto que el sistema solar se mantiene integrado exactamente por la misma fuerza de cohesión que existe entre todos los seres vivos que lo habitan y entre todas las energías que lo mueven. En los niveles de consciencia más sutiles a los cuales nos referimos, nuestros yoes superiores son auxiliados para que perciban cuáles son sus caminos cósmicos, a través de indicaciones efectuadas por quien ya los encontró.

Es como si recorriéramos una ruta desconocida, pero llena de señales indicativas. Somos libres para seguirlas o no. Ora están en niveles más concretos aquí en la Tierra, ora en planos sutiles de esta misma vida.

Quien los sigue camina más fácilmente, y quien no les da importancia, alcanza la meta, junto con la mayoría, al final de grandes ciclos evolutivos del mundo. Sin embargo, todos llegan a donde tienen que llegar.

Un ejemplo interesante puede darse como ilustración de ese asunto. Conocí cierta vez a un ser altruista que mantenía una especie de curso filosófico para personas que estaban en busca de autoconocimiento. El grupo era pequeño, pero fiel a su meta interior. Sus miembros estaban más o menos en el mismo nivel de interés por el Espíritu, y se sentían perfectamente cómodos efectuando juntos sus investigaciones subjetivas. Un día, durante una meditación, golpeó la puerta un individuo que buscaba a alguien. Como había equivocado la dirección, se le informó que aquel a quien buscaba no vivía allí, y él entonces siguió su peregrinación por las calles adyacentes.

Uno de los presentes tuvo la percepción de que el individuo que había golpeado la puerta y ya se había ido le era conocido. Entonces, interiormente, el coordinador supo que se trataba de alguien que otrora fuera componente de aquel mismo grupo. Siglos atrás estaban todos juntos; algunos siguieron las señales indicativas, pero él no las había seguido. Sin embargo, el hecho de que hubiera golpeado la puerta, aunque por un motivo distinto, era ya un indicio de que estaba reencontrando el antiguo camino perdido.

Pero, tarde o temprano, todas las líneas convergen hacia el mismo punto. Aunque hasta el momento presente no se nos haya dado la oportunidad de encontrar de nuevo a aquel compañero que se demorara más en sus pasos, sabemos que un día eso ocurrirá. Entonces estaremos todos, él incluido, mucho más experimentados que hoy.

Los contactos positivos que tuvimos en encarnaciones anteriores con personas evolucionadas sirven, cuando las reencontramos en el presente en el plano físico, como puerta abierta hacia una relación sabia y elevada. En ésta, la energía del amor incondicional puede operar, y puede establecerse un verdadero proceso de cura. La confianza desarrollada en otras vidas nos predispone para que nos abramos al actual "curador" que, irradiando su fuerza interior, estimula los más puros núcleos de nuestro ser.

Evidentemente, en la cura está siempre presente la ley evolutiva, y la energía de las dimensiones superiores no tiene que quedar limitada al proceso normal del karma del individuo. Principalmente en esta época, están aconteciendo cambios, la ley se vale al máximo de la oportunidad de operar como energía curadora. Ese es uno de los resultados del fluir de esa energía de síntesis desde los planos cósmicos hacia los niveles terrestres, que está ocurriendo hoy en día.



Extracto de: CAMINOS PARA LA CURA INTERIOR
TRIGUEIRINHO


Fuente:   www.trabajadoresdelaluz.com