Qué es la cura?.

La cura puede operarse habiendo concordancia entre la voluntad profunda de un individuo y la voluntad superficial de su yo consciente. Al armonizar la personalidad con la propia VIDA, que es su esencia interior, se procura la cura, y sus efectos se tornan visibles en los planos físico-etérico, emocional y mental, ora instantáneamente, ora en plazos mediano o largo. Por tanto, no se puede decir de manera exacta que un individuo cure a otro, pero sí que cada cual se cura a sí mismo en la medida en que efectúa esa unión en sí mismo. Aquel que llamamos "curador" es tan sólo un intermediario para que cierta energía incida sobre aquel que será curado, ayudándolo a tomar la decisión de integrarse. En verdad, ese es el aspecto de cura que más habla respecto del tema de este libro. En libros siguientes se abordarán otros aspectos.

La vida, cuando no incluye la búsqueda de esa unión entre nuestra voluntad consciente y nuestra voluntad profunda, lleva naturalmente hacia la decrepitud y las dolencias. Por ello, cualquier proceso terapéutico, para operar de hecho, debería incluir el trabajo fundamental del "paciente", tratando de VER en qué puntos su voluntad personal necesita armonizarse con la voluntad de los niveles supramentales de su ser.

Si no se busca esa unión, el yo superior, pasada la mitad del tiempo reservado para la encarnación, se va retirando de los niveles externos de la vida. para concentrarse, preferentemente, en sus realidades internas. El reflejo exterior de eso es la personalidad que pasa a sentirse incompleta, solitaria, insegura y hasta medrosa.

Cuanto tal proceso está en acción, en caso de que aquélla no tenga condiciones para rever sus propias actitudes y reacciones bajo esa luz, tan sólo podemos ayudarla a que se mantenga en paz y en contacto con los valores morales, afectivos e intelectuales que haya logrado desarrollar hasta entonces. Ese es el caso de aquellos que, físicamente ancianos, se envuelven en resentimientos o con antiguas situaciones deprimentes.

Aunque estén ya entregados a ese estado, pueden ser estimulados a mantener vivos los valores ya conquistados, pues de esa forma no se abandonarán por entero a un proceso degenerativo.

Puede convertirse en un "curador" todo terapeuta que procure ayudar a alguien a establecer el contacto entre los dos aspectos opuestos de la energía de la voluntad (la voluntad personal y la voluntad del yo profundo).

Pero, para serlo verdaderamente, en el sentido amplio y espiritual de ese término, necesita estar -él mismocon esa unión hecha en sí mismo, por lo menos hasta cierto grado. A medida que realiza el trabajo de armonía en sí mismo, se torna capaz de ayudar a los otros a que se armonicen. Cada hombre irradia lo que de hecho es, y esa irradiación, cuando alcanza cierto grado de calidad, se torna benéfica y curativa. Toda alma (o yo superior) liberada de apegos es transmisora natural de esa energía transformadora.

Conocí a alguien que, procurando convertirse en un servidor del mundo, experimentó una cura claramente efectuada a través de la unión de los aspectos de la energía de la voluntad. Se llamaba Binah. Estaba sumida en profundas preocupaciones, concomitantemente brotó en su cuerpo un proceso infeccioso y, en el trabajo diario, una gran crisis vivencial. Hacía casi treinta años que ocupaba una función administrativa en una institución religiosa ortodoxa y dogmática cuando esos conflictos empezaron a incomodarla. El yo superior había terminado su ciclo de aprendizaje junto al ambiente en el que ella vivía y junto al grupo humano del que ella formara parte hasta entonces; ahora estaba listo para dar una contribución mayor al proceso de la cura planetaria, pues los yoes superiores van ampliando gradualmente su visión de la propia tarea en la Tierra o en otros puntos de la galaxia.

En aquel período en que Binah vivía el final de una importante fase de su largo trayecto, surgían en el planeta núcleos de fuerzas conflictivas, y se efectuaba un llamado interior a todos los individuos para que se entregasen al plan evolutivo en la proporción en que les fuese posible. Binah percibía ese llamado interior, y empezaron a surgir en su mente aquellas preocupaciones aparentemente sin causa.

Entonces tuvo un sueño, en el cual torrentes de cieno corrían por los ambientes de la entidad en la que ella moraba. Se lo llevaban todo. La sensación de Binah, en el plano en el que ocurría el sueño, era la de que, si no se fuese de allí, el cieno también se la llevaría.

Después de ese sueño, todo quedó claro para ella. Seguidamente, tendría que vivir el proceso de desapego, pues, durante mucho tiempo, se habían creado lazos humanos, algunos de ellos fuertes. Restos de dogmatismo, que aún actuaban en su personalidad, contribuían también para que no fuese fácil su remoción física de aquel sitio. Mientras Binah se abría cada vez más hacia el centro profundo de su ser, la infección en el cuerpo físico pasaba a estar bajo el control de los médicos, los mismos que antes afirmaban que era irreversible y sin cura. Más tarde, cuando finalmente quedó claro que ella debería incorporarse a un nuevo trabajo grupal altruista, sus antiguas compañeras adujeron: ¿cómo Binah abandonaría aquella institución que le daba seguridad y amparo, para aventurarse a formar parte de un grupo idealista, pero que no ofrecía garantía alguna de continuidad, de persistencia, o hasta de estar en el camino cierto? ¿No sería aquel estado infeccioso una señal de que debería quedarse quieta y permanecer en el ámbito protector de su conocido ambiente de trabajo y ascética?

Binah seguía abriéndose hacia el centro de su propia consciencia y, obedientemente, pasaba por las crisis psicológicas de su cuerpo emocional. Y también, como era inevitable, proseguía su tratamiento de salud que, según los médicos, debería acompañarla hasta el final de la encarnación. En un momento dado, las crisis alcanzaron su apogeo; se hacía necesaria una operación y se intensificó el conflicto interior. Binah se retiró de la entidad y viajó hacia el nuevo hábitat, que poca o ninguna impresión de seguridad exterior le ofrecía.

Amparada por una certidumbre que no sabía de dónde venía y acordándose del sueño de los torrentes de cieno, llegó a la pequeña localidad del interior en la que tendría comienzo la nueva fase de su proceso espiritual y humano.

Poco a poco, el tratamiento de salud dejó de ser necesario, y algunos meses después Binah alcanzaba el apogeo de su capacidad física. Efectuó una nueva consulta con uno de los médicos que la acompañara anteriormente, y éste no pudo comprender cómo había ocurrido aquella cura. Binah le explicó que había habido una unificación de la voluntad profunda con el ritmo y la forma de la vida exterior, pero ese no era asunto que pudiera perdurar mucho en las conversaciones, puesto que el verdadero proceso era por demás secreto e inconsciente para ser tratado así. En realidad, nada había que comprender, y sólo había que vivirlo, como hacen los lirios del campo y los pájaros del cielo.

Varias experiencias interiores y exteriores indujeron a Binah a ejercitar el desapego. En su nuevo ambiente, aprendió, en la práctica, que el trabajo efectuado en favor de la humanidad y de las criaturas en general ha de ser ofrendado a la Vida Única, y no directamente a los hombres o a las ideas. Los comentarios críticos de aquellos que no la comprendían la indujeron a pasar por pruebas definitivas en su nuevo ciclo de vida, y su personalidad tuvo la ocasión de crecer en silencio, casi siempre sin tener a quién recurrir en procura de alivio.

Así, no tuvo otro camino que el de la oración, el del silencio interior, el de la apertura hacia el centro de la propia consciencia. Se amplió su visión interior, y ella percibió, a partir de una nueva actitud, cuánto de cura necesitaba el planeta. Veía las limitaciones terrenas que se reflejaban en todas las personas, desde las más simples hasta las más evolucionadas, que también vivían allí en su ambiente de pruebas. La necesidad general de alineación de la personalidad con niveles más elevados de consciencia se tornó clara, y Binah, alcanzando cierta madurez psicológica, se lanzó decididamente hacia el servicio altruista, al principio mediante la ayuda que se puso a ofrecer a aquellos que no podían comprender aún su proceso más íntimo.

Es preciso expresar explícitamente, en este relato, que ella mantenía un comportamiento de aceptación de todo lo que ocurría, sin creer, no obstante, que aquel ciclo fuese fijo. Ella sabía que algo cambiaría, o mejor dicho, que algo estaba en continua mutación en todo el planeta. La propia incomprensión de aquellos que creían conocerla, teniendo tan sólo como base su aspecto exterior de antiguo miembro de una entidad dogmática y desactualizada, un día pasaría por una metamorfosis.

Hoy, la infección no la molesta más, y Binah sigue en el trabajo que corresponde a su voluntad profunda. Con el tiempo, aprendió que los sitios físicos en los que pueda estar tienen importancia secundaria cuando la irradiación del alma fluye libremente por todo lo que está alrededor.


Extracto de: CAMINOS PARA LA CURA INTERIOR
TRIGUEIRINHO


Fuente:   www.trabajadoresdelaluz.com