Anastasia. El Cedro Resonante.

En la primavera del año 1994 fleté tres embarcaciones fluviales en las cuales realicé una expedición de ida y vuelta de cuatro meses a lo largo del río Ob (1), desde Novosibirsk hasta Salejard. El objetivo de esta expedición era establecer vínculos económicos con las regiones del Lejano Norte.

La expedición se llamaba “La Caravana de los Mercaderes”.
La más grande de las embarcaciones era un buque de pasajeros llamado “Patricio Lumumba”. (En la Compañía Naviera Fluvial de Siberia Occidental los barcos tienen nombres interesantes: “Maríya Ulyánova”, “Patricio Lumumba”, “Mijail Kalínin”, como si no existieran otras personalidades históricas) (2). En el barco “Patricio Lumumba” fueron ubicados el estado mayor de la caravana, una exposición donde los empresarios siberianos podían exhibir sus productos y una tienda.

La caravana debía recorrer, rumbo al norte, tres mil quinientos kilómetros y visitar poblaciones relativamente grandes tales como Tomsk, Nizhnevártovsk, Jantý-Mansiysk y Salejard, así como otros pequeños, a los cuales sólo se puede llegar con carga en los cortos períodos de navegación.

Por el día, los buques de la caravana atracaban en los poblados, donde comerciábamos y llevábamos a cabo conversaciones sobre el establecimiento de vínculos económicos permanentes. Avanzábamos fundamentalmente por la noche. Y cuando las condiciones meteorológicas no nos permitían avanzar por el río, atracábamos el barco de la directiva de la expedición en el poblado más cercano, donde organizábamos fiestas a bordo para la juventud local. En aquellos parajes, semejantes actividades eran cosa rara. Los Clubes y las Casas de cultura (3) habían enmohecido en los últimos tiempos y casi no se llevaban a cabo actividades culturales.

A veces, en el transcurso de un día entero con su noche navegando no se encontraba ni siquiera un pequeño poblado. Desde el río –arteria fluvial y único medio de transporte en muchos kilómetros a la redonda– sólo se podía divisar la inmensa taiga (4).

Entonces, resultaba para mí aún ignoto, que en alguna parte de esa inmensidad de bosque, me esperaba un encuentro que cambiaría mi vida por completo.

En una ocasión, cuando ya retornábamos a Novosibirsk, di instrucciones de atracar el buque de mando a la orilla de un minúsculo poblado compuesto por varias casas pequeñas que se encontraba decenas de kilómetros alejado de los grandes poblados. La estancia fue planificada para tres horas a fin de que la tripulación del buque pudiera andar un poco por tierra, los habitantes del lugar adquiriesen nuestras mercancías y productos, y nosotros les comprásemos a ellos, a precios bien baratos, plantas y frutos silvestres de la taiga y también pescado.

Durante la parada se acercaron a mí, como jefe de la expedición, dos ancianos lugareños, según los juzgué entonces, quienes me hicieron una petición que me resultó bastante extraña. Uno de los ancianos era de edad más avanzada y el otro algo más joven. El de mayor edad, un viejo con una larga barba blanca, se mantenía todo el tiempo en silencio, dejando hablar al más joven. Trataba de convencerme para que pusiera a su disposición unos cincuenta hombres (la tripulación del barco estaba compuesta por un total de 65) para llevarlos a un punto de la taiga, distante unos veinticinco kilómetros del lugar donde nos encontrábamos. El objetivo de internarse en las profundidades de la taiga era cortar un árbol al que calificaba como cedro resonante (5). El cedro, que según dijo, había alcanzado una altura de 40 metros, debía ser seccionado en partes pequeñas que pudieran ser transportadas a mano hasta el barco.

Debíamos llevarnos, según decía, absolutamente todo.

El anciano sugería cortar cada parte en trozos bien diminutos. Cada uno de nosotros debía tomar uno y regalar los restantes a parientes, conocidos y a todo aquel que deseara recibirlos como regalo. El viejo decía que aquel cedro era algo extraordinario. Que se debía llevar un trocito en un cordón, colgado sobre el pecho y además, que había que ponérselo estando descalzo sobre la hierba y apretarlo con la palma de la mano izquierda sobre el pecho descubierto.

Afirmaba que pasado un minuto, se sentiría un calor agradable irradiado por el cedro y luego se experimentaría un ligero estremecimiento recorriendo todo el cuerpo. De vez en cuando, al surgir el deseo, se debía pulir suavemente, con las yemas de los dedos, la parte del trocito de cedro que no está en contacto con el cuerpo, apoyando el otro extremo en los dedos pulgares de las manos. El anciano aseveraba, plenamente convencido, que ya a los tres meses, la persona que llevara en su pecho el trocito de cedro resonante experimentaría un mejoramiento sustancial de su estado de salud y de ánimo y se habría curado de muchas enfermedades.

—¿Incluso del SIDA? ?pregunté, habiéndole dado antes una breve explicación sobre esta enfermedad, según lo que yo conocía a través de la prensa. Y él respondió con firmeza:

—¡De cualquier enfermedad!

Pero esto, en su opinión, era una tarea fácil. Lo más importante consistía en que la persona que poseyera este pedazo de cedro se haría más bondadosa, sería más afortunada y tendría más talento.

Yo ya sabía algo sobre las propiedades curativas del cedro de nuestra taiga, pero de ahí a que éste pudiera influir en los sentimientos y en las capacidades de las personas, en aquel momento me pareció algo completamente inverosímil. Pensé que lo que estos ancianos querían de mí, era dinero a cambio de ese cedro que ellos consideraban extraordinario. Y comencé a explicarles que ahí fuera, “en el gran mundo”, las mujeres, para resultar atractivas, suelen llevar joyas de oro y de plata y que no iban a pagar ni un rublo por un simple trozo de madera, por lo que yo no estaba dispuesto a incurrir en ningún tipo de gasto por algo así.

—Las llevan por desconocimiento —se escuchó como respuesta del anciano—. El oro es polvo en comparación con un trozo de este cedro. Mas no queremos dinero alguno.

Podemos daros setas secas también, pero nosotros no necesitamos nada...

Sin entrar en discusión por respeto a sus años, dije:

—Bueno, es posible que alguien se ponga uno de sus colgantes de cedro... Lo harían si un gran maestro del tallado quisiera poner sus manos en él y creara algo extraordinariamente bello...

A lo que el viejo respondió:

—Si, se podría tallar, pero es mejor pulirlo. Resultará mucho mejor si lo pule uno mismo con sus dedos, en el momento en que su alma se lo pida, entonces el cedro tendrá también un aspecto bello.

En ese momento, el viejo que era “más joven”, se desabrochó rápidamente la vieja cazadora, luego la camisa, y mostró lo que llevaba en el pecho. Lo que vi era un óvalo o círculo combado. Sus diferentes colores –violeta, frambuesa, rojizo...– configuraban un dibujo incomprensible donde las vetas del árbol semejaban riachuelos. No soy un gran conocedor de obras de arte, aunque de vez en cuando he tenido la ocasión de visitar galerías de pintura. Los mejores artistas del mundo no solían despertar emociones especiales en mí, pero aquello que colgaba del pecho del anciano suscitó muchos más sentimientos y emociones que una visita a la Galería Tretyakov (6) . Y le pregunté:

—¿Y cuántos años lleva usted puliendo su trozo de cedro?

—Noventa y tres —contestó el viejo.

—¿Y qué edad tiene usted?

—Ciento diecinueve.

En aquel momento no le creí, pues el anciano aparentaba tener unos setenta y cinco años. Sin advertir mis dudas, o sin prestarles atención, el viejo, algo inquieto, trataba de convencerme de que un trozo de cedro, pulido únicamente por los dedos de la propia persona, también luciría bello en sólo tres años. Y después, cada día que pasara se vería aún mejor, particularmente el que usan las mujeres. El cuerpo de su dueño desprendería un aroma sumamente grato y beneficioso, que nunca podría compararse con ningún perfume producido artificialmente por el ser humano.

De hecho, de los dos ancianos emanaba, ciertamente, un olor muy agradable. Me percaté de ello a pesar de que fumo, y, seguramente, como todos los fumadores, tengo el sentido del olfato un poco atrofiado.

Otra cosa me resultaba también extraña... Comencé a notar en su forma de hablar, frases que no eran propias de los habitantes de esta zona del norte tan apartada. Todavía hoy puedo recordar algunas de ellas, incluso con la entonación que le daba. El viejo me dijo cosas como:

Dios creó el cedro como acumulador de las energías del Cosmos...

Cuando una persona se encuentra en estado de amor, desprende una irradiación que, en fracciones de segundo, es reflejada en los planetas que están sobre nosotros, rebota nuevamente a la Tierra y da vida a todos los seres vivientes...

El Sol es uno de esos planetas, pero tan sólo refleja una pequeña parte de esta irradiación...

De las irradiaciones emitidas por el ser humano en la Tierra, sólo las luminosas pueden elevarse hacia el Cosmos. Y a su vez, sólo los rayos beneficiosos retornan desde el Cosmos a la Tierra...

Cuando una persona se encuentra en un estado de sentimientos malévolos, emite una irradiación oscura. Esta irradiación oscura no puede elevarse a las alturas y va a parar a las profundidades de la Tierra, y después de rebotar contra el subsuelo, regresa a la superficie en forma de erupciones volcánicas, terremotos, guerras...

El logro culminante de esa irradiación oscura es la influencia de esos rayos, que exacerban los sentimientos malignos en la persona que los originó...

El cedro vive quinientos cincuenta años. Con sus millones de hojas-agujas, capta y acumula en sí, noche y día, energía luminosa en todo su espectro (7). Durante la vida de un cedro pasan sobre él todos los cuerpos celestes que reflejan la energía luminosa...

Hasta el trocito más pequeño de cedro, tiene más energía beneficiosa para el hombre que todas las instalaciones energéticas de la Tierra, creadas por su mano, juntas.

El cedro recoge la energía que, procedente del Hombre (8), emite el Cosmos, la conserva y, en el momento necesario, la devuelve, precisamente cuando ésta resulta insuficiente en el Cosmos, o lo que es lo mismo, en el ser humano, en todo organismo que vive y crece en la Tierra...

Muy raras veces se encuentran cedros que absorban y no tengan la oportunidad de devolver la energía acumulada. Al transcurrir quinientos años de vida, éstos comienzan a resonar. De esta forma, hablan con su sonido silencioso, transmitiendo su señal a las personas, para que la gente los tome, los corte y utilice su energía acumulada en la Tierra. Es así como el cedro pide con su sonido... Durante tres años pide... y si durante ese período no es contactado por ninguna persona viva, privado de la posibilidad de entregar dicha energía, acumulada a través del Cosmos, pierde la capacidad de brindarla directamente al ser humano. Entonces comienza a quemarla en sí mismo. Este sufrido proceso de incineración y muerte se prolonga por espacio de veintisiete años...

Recientemente descubrimos un cedro de esta naturaleza, y determinamos que ya llevaba dos años resonando. Tintinea flojito... muy flojito. Es posible que trate de prolongar su petición por más tiempo, pero le queda sólo un año más.

Hay que aserrarlo y repartirlo entre la gente...

El viejo estuvo hablando mucho tiempo y no sé por qué motivo, yo le escuchaba. La voz de aquel extraño y longevo siberiano se dejaba oír unas veces con una fe sosegada y otras con emoción, y cuando se emocionaba, comenzaba de forma rápida a pulir suavemente su trocito de cedro con las yemas de los dedos como si estuviera tocando algún tipo de instrumento musical.

En la orilla hacía frío. Desde el río soplaba un viento otoñal. El aire frío despeinaba el pelo cano de las cabezas descubiertas de los dos ancianos, sin embargo, la vieja cazadora y la camisa del que hablaba permanecían desabotonadas. Y él continuaba puliendo, con las yemas de los dedos, su trozo de cedro colgado en su pecho descubierto y expuesto al viento. Trataba aún de hacerme comprender su significado.

La funcionaria de mi compañía, Lidia Petrovna 9 , bajó a tierra. Me dijo que estaban todos reunidos en el buque y que estaba todo listo para partir tan sólo en espera de que yo terminara mi conversación. Me despedí, pues, de los ancianos y rápidamente subí a bordo del buque. No accedí a su petición porque –aparte de que todo lo que me contaron, lo consideré entonces una enorme superstición de aquella gente– la demora del barco durante tres días me hubiera causado grandes pérdidas.

Al otro día por la mañana, durante nuestra reunión diaria, me percaté de que Lidia Petrovna acariciaba en su pecho un trozo de cedro. Poco después, me contó que cuando yo subía al buque, ella se demoró un poco y vio cómo mientras me iba alejando de ellos, el anciano que había hablado conmigo, ya miraba perplejo cómo me alejaba apresurado, ya miraba a su compañero mayor y dijo emocionado:

—¿Cómo es posible? ¿Por qué no han comprendido? Realmente no sé cómo hablar su idioma... No pude convencerlos... ¡No pude! No conseguí nada... ¡Nada! ¿Por qué?

Dime, padre.

El mayor le puso la mano en el hombro y le respondió:

—No estuviste suficientemente convincente, hijo. No han comprendido.

—Cuando yo empezaba a subir la escala —continuó Lidia Petrovna—, el anciano que estaba hablando contigo, de pronto corrió hacia mí, me tomó de la mano y me llevó hacia la hierba. Rápidamente sacó de su bolsillo un cordoncito al cual venía atado este trozo de cedro, me lo colgó al cuello, unió la palma de su mano con la mía y la apretó contra mi pecho. Incluso sentí que un breve estremecimiento me recorría todo el cuerpo.

El viejo hizo todo esto de una forma tan rápida que no me dio tiempo a decirle nada.

Mientras me alejaba, decía tras de mí:

—¡Que tengan un feliz viaje! ¡Que sean muy felices! ¡Vuelvan el año que viene, por favor! ¡Que les vaya bien, gente! ¡Vamos a estar esperándoles! ¡Que tengan un feliz viaje!

Cuando el barco zarpó, el anciano estuvo aún largo rato agitando su mano en señal de despedida y después se sentó en la hierba súbitamente. Los miré con los binoculares: el viejo que estuvo hablando contigo y que después me dio el trozo de cedro, estaba sentado en la hierba y le temblaban los hombros... El de mayor edad, el de la barba blanca y larga, inclinándose sobre él, le acariciaba la cabeza.


Preocupado con los asuntos comerciales, la contabilidad y los banquetes motivados por la conclusión del viaje, ni me acordé de los extraños longevos siberianos.

Al regresar el barco a Novosibirsk, comencé a sentir fuertes dolores. El diagnóstico fue úlcera del duodeno y osteocondritis en la región torácica de la espina dorsal.

En la tranquilidad de la dependencia del hospital me encontraba aislado de la agitación cotidiana. Estaba en una habitación individual de lujo, lo que me brindaba la posibilidad de analizar serenamente los resultados de la expedición concluida, que había durado cuatro meses, y confeccionar un plan de negocio para la próxima. Pero era como si mi mente relegara a un segundo plano todos los acontecimientos ocurridos durante el viaje, y lo que saltaba a mi memoria continuamente eran los ancianos y lo que ellos me habían contado.

Solicité que me trajeran al hospital todo tipo de literatura sobre el cedro. Y al cotejar la información que iba leyendo con lo que oí de los ancianos, cada vez me sentía más impresionado y me inclinaba más a creer lo que los ancianos me habían dicho. Algo de verdad había en sus palabras, ¡¿o quizás es que todo era cierto?!

En los libros de medicina popular, se habla mucho de las propiedades curativas del cedro. Allí se dice que todo en este árbol, desde sus hojas-agujas hasta la corteza, todo, contiene propiedades curativas altamente efectivas. La madera de cedro es muy bella y la usan con éxito tanto los maestros del arte del tallado, como para confeccionar muebles o tablas de resonancia para instrumentos musicales. El follaje del cedro posee una alta capacidad para descontaminar el aire circundante. Su madera tiene un aroma balsámico característico muy agradable. Un pequeño trozo de cedro ubicado en la casa espanta las polillas.

En la literatura de divulgación científica, también se señala que los indicadores cualitativos del cedro que crece en las regiones norteñas son notablemente superiores a las de más al sur.

Ya en el año 1792 el académico P. S. Pallas (10) escribió que los frutos del cedro siberiano restablecen el vigor masculino y devuelven la juventud a las personas; aumentan considerablemente la resistencia del organismo y contribuyen a que éste rechace muchas enfermedades.

Existen también muchos fenómenos históricos que están vinculados directa o indirectamente al cedro. He aquí uno de ellos:

El aldeano semi-analfabeto, Gregori Raspútin (11), de una aldea remota de Siberia, región donde crece el cedro siberiano, en el año 1907, al llegar a Moscú a la edad de cincuenta años, dejó atónita incluso a la familia imperial con sus predicciones. Fue recibido por dicha familia y poseía una fuerza viril extraordinaria. Cuando mataban a Gregori Raspútin se quedaron estupefactos, ya que después de haber sido éste acribillado a balazos, seguía vivo. ¿Sería esto porque nació y creció en una región de cedros, alimentándose con piñones?

Así resumieron, los periodistas de aquella época, su resistencia:

“A la edad de cincuenta años, Gregori Raspútin, podía comenzar una orgía al mediodía y continuar la bacanal hasta las cuatro de la madrugada. De la lujuria y la borrachera salía directamente para la iglesia, a la misa del alba, donde permanecía orando hasta las ocho de la mañana. Una vez en casa, y tras hartarse de beber té, Grishka (12), como si nada hubiera pasado, recibía visitas hasta las dos de la tarde y, luego, recogía a las damas y se iba con ellas a las casas de baño; del baño se iba a un restaurante de las afueras, donde repetía lo de la noche anterior. Ninguna persona normal podría resistir un régimen semejante”.

El actual multi-campeón mundial y olímpico de lucha, Alexander Karelin (13), el cual aún permanece imbatible, es también siberiano, precisamente de las zonas donde crece el cedro siberiano. El forzudo deportista también está habituado a comer piñón de cedro.

¿Es esto casual?

Menciono sólo aquellos hechos que se pueden verificar fácilmente en la literatura de divulgación científica o pueden ser confirmados por testigos. Una de esas testigos es ahora también Lidia Petrovna, quien recibió del anciano siberiano un trocito del cedro resonante. Es una mujer de treinta y seis años, casada, madre de dos niños. Sus compañeros de trabajo han notado cambios en su comportamiento. Se ha vuelto más benevolente y risueña. El esposo de Lidia Petrovna, al cual conozco, cuenta que su familia viene experimentando un mayor grado de comprensión mutua; y afirma que a su esposa se la ve rejuvenecida y está suscitando sentimientos más intensos en él: más consideración y quizás, incluso amor.

Pero incluso los numerosos hechos y evidencias palidecen ante lo más importante, que ustedes mismos pueden conocer y después de lo cual, a mí no me ha quedado ni pizca de duda. Es la Biblia. En el Antiguo Testamento, libro tercero de Moisés (Levítico (14), 4) Dios enseña cómo curar a las personas y desinfectar la vivienda mediante la utilización del... ¡¡cedro!! 14 .

Según comparaba los hechos y la información que iba recopilando de distintas fuentes, se iba dibujando delante de mí tal cuadro, que todas las maravillas conocidas en el mundo palidecían ante ésta. Los grandes misterios que han inquietado a la mente humana empezaban a resultar insignificantes ante el gran enigma del cedro resonante.

Ahora ya no podía dudar de su existencia. La literatura de divulgación científica y las escrituras védicas antiguas habían despejado todo resto de dudas.

En la Biblia, sólo en el Antiguo Testamento, se hace mención al cedro cuarenta y dos veces (15). El vetusto Moisés que presentó a la humanidad Los Diez Mandamientos en las tablas de piedra, probablemente, conocía bastante más acerca del cedro de lo que aparece recogido en el Antiguo Testamento.

Estamos acostumbrados a que en la naturaleza existan distintos tipos de plantas capaces de curar las afecciones humanas. Las propiedades curativas del cedro han sido confirmadas por la literatura de divulgación científica, así como por investigadores tan serios y prestigiosos como el académico Pallas. Y todo ello coincide con lo expresado en el Antiguo Testamento.

Pero, atención a lo que sigue:

Cuando el Antiguo Testamento menciona el cedro, es únicamente el cedro, no hace referencia a otros árboles. ¿Acaso no nos está diciendo, entonces, el Antiguo Testamento que el cedro es la medicina más poderosa que existe en la naturaleza?

¿Pero qué es esto? ¿Un complejo medicinal? ¿Y cómo hay que usarlo? ¿Y por qué, de entre todos los cedros, estos extraños ancianos hablaban de un particular cedro resonante?

Pero esto no es todo. Algo inconmensurablemente más enigmático se esconde detrás de la siguiente historia del Antiguo Testamento:

El Rey Salomón construyó su Templo con madera de cedro. A cambio del cedro del Líbano, entregó al Rey Hiram veinte ciudades de su reinado. ¡Increíble! ¡Entregar veinte ciudades por un simple material de construcción! Cierto es que se le prestó otro servicio a cambio. A petición del Rey Salomón, se le entregaron siervos “... diestros en labrar madera” (16).

¿Qué gentes eran aquéllas? ¿Qué conocimiento era ése que poseían?

He oído decir, que también en la actualidad, en los lugares más recónditos, existen ancianos, que de alguna manera, seleccionan los árboles para la construcción. Por entonces, hace más de dos mil años, es posible que todo el mundo supiera hacer esto.

No obstante, se requirió gente que tuviera esa destreza.

El Templo fue construido. Comenzaron los servicios religiosos y “... los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube” (17).

¿Qué nube era ésa? ¿Cómo y de dónde había entrado al Templo? ¿Qué representaba en sí aquella nube? ¿Energía? ¿Un espíritu? ¿Qué fenómeno era éste y cuál era su interrelación con el cedro?

Los ancianos hablaban del Cedro Resonante como de un acumulador de cierta energía.

¿Qué cedro es más fuerte: el cedro del Líbano o el de Siberia?

El académico Pallas decía que las propiedades curativas se incrementan en la medida en que los montes se aproximan a la frontera de los bosques de la tundra. Y entonces, esto significa que el más fuerte es el cedro de Siberia.

En la Biblia se dice “... por sus frutos los conoceréis” (18). Esto significa de nuevo, ¡siberiano!

¿Es posible que nadie haya prestado atención a todo esto, que nadie haya comparado los hechos?

La Biblia en el Antiguo Testamento, la ciencia del siglo pasado y la contemporánea, son unánimes en su opinión acerca del cedro.

También Elena Ivánovna Rérij (19) en su libro La ética viva, escribe: “... Ya en los rituales de consagración de los reyes del antiguo Jorasán (20) aparecía un cáliz de resina de cedro. Y los druidas utilizaban un cáliz de resina de cedro al que llamaban El Cáliz de la Vida. Sólo después, con la pérdida de la conciencia del Espíritu, fue ésta sustituida por sangre. El fuego de Zoroastro (21) era el resultado de quemar la resina de cedro en el cáliz”.

Así es que, entonces, ¿cuánto de los conocimientos de nuestros antepasados acerca del cedro, sus propiedades y usos ha llegado hasta nosotros y se ha conservado hasta nuestros días? ¿Acaso nada?

¿Qué saben los ancianos siberianos al respecto?

Y de pronto, me vino a la memoria una situación ocurrida hace mucho tiempo, y al recordar aquel momento, un hormigueo me recorrió todo el cuerpo. En aquella ocasión no le di ninguna importancia, pero ahora...

Al comienzo de la perestroica (22) , siendo yo presidente de la Asociación de Empresarios de Siberia, recibí una llamada del comité ejecutivo provincial de Novosibirsk –entonces todavía teníamos los comités ejecutivos y los comités provinciales del partido–, solicitándome presentarme a una reunión con un importante hombre de negocios occidental. Éste traía una carta de presentación del gobierno de entonces. En la reunión participaron algunos empresarios y funcionarios del aparato del comité ejecutivo provincial.

El hombre de negocios occidental tenía un aspecto bastante imponente, era un tipo singular con rasgos orientales. Llevaba la cabeza cubierta con un turbante y sus dedos adornados con caras sortijas.

Se habló, como de costumbre, de las posibilidades de colaboración en las distintas esferas y, entre otras cosas, este hombre occidental dijo: “Podríamos comprarles piñón de cedro”. Al pronunciar estas palabras su expresión reflejó cierta contracción y sus ojos perspicaces se movieron de un lado a otro, seguramente, estudiando la reacción de los empresarios allí presentes. Aquello se me quedó muy bien grabado en la memoria, porque aún entonces me sorprendió. ¿Por qué aquello cambió tanto su semblante?

Después del encuentro oficial, se me acercó su acompañante, una traductora moscovita, y me dijo que el hombre quería hablar conmigo. Me hizo una propuesta confidencial: si yo organizaba el suministro de piñón de cedro para él, y tenía que ser fresco, entonces yo recibiría una suculenta comisión personal aparte del precio oficial.

El piñón de cedro había de ser suministrado a Turquía. Allí ellos fabricaban algún tipo de aceite. Le contesté que lo pensaría.

Por mi parte, decidí averiguar de qué aceite se trataba. Y averigüé lo siguiente:

En la bolsa de Londres, la cual funciona como patrón de los precios mundiales, el precio del aceite de cedro alcanzaba... ¡quinientos dólares el kilogramo! A nosotros nos proponían efectuar los suministros a un precio de dos o tres dólares por kilogramo de piñón de cedro.

Hice una llamada telefónica a un empresario que conocía en Varsovia, y le pedí que averiguara, por un lado, si sería posible vender directamente a los consumidores de este producto y por otro, que se informara sobre la tecnología de la extracción de este aceite.

Transcurrido un mes me contestó:

?Imposible salir al mercado con este producto. Tampoco he logrado conocer la tecnología de la extracción. Pero además, hay fuerzas occidentales tan poderosas involucradas en este negocio, que es mejor no tocarlo y olvidarse del asunto.

Entonces me puse en contacto con mi buen amigo, funcionario científico del Instituto de Cooperativa de Consumo de Novosibirsk, Konstantin Rakúnov (23). Compré los piñones de cedro y financié el trabajo. Y en los laboratorios de este instituto se produjeron cien kilogramos de aceite de piñón de cedro.

Así mismo, contraté personal para investigar en los documentos de archivo, y descubrieron lo siguiente:

En el período pre-revolucionario, y también durante un corto periodo tras la revolución, en Siberia existió una organización denominada “El Cooperante Siberiano”. El personal de esta organización comercializaba aceite, incluido el aceite de piñón de cedro. Tenían representaciones en Harbin, Londres y Nueva York y disponían de abundante dinero en los bancos occidentales. Después de la revolución, esta organización se desintegró y muchos de sus miembros emigraron.

El miembro del gobierno bolchevique, Krásin (24), sostuvo reuniones con el jefe de esta organización, proponiéndole regresar a Rusia. Pero el presidente del “Cooperante Siberiano” le contestó que él sería de más ayuda para Rusia permaneciendo fuera de sus fronteras.

En los materiales de archivo se decía también que el aceite de piñón de cedro se hacía mediante prensas de madera (¡únicamente de madera!) en muchas aldeas siberianas de la taiga. La calidad de dicho aceite dependía de la estación en la que se recolectara y procesara el piñón de cedro. Pero ni en los archivos ni en el instituto, se logró determinar qué momento sería ése. El secreto se había perdido. Las propiedades del aceite, en cuanto a su efectividad curativa, no tienen parangón, pero, ¿no habrán entregado aquellos emigrantes el secreto de fabricación de este aceite a alguien en Occidente? ¿Cómo se explica que los piñones de cedro con las mayores propiedades medicinales se den en Siberia y sin embargo, la instalación para la extracción del aceite se encuentre en Turquía? Después de todo, en Turquía no existe el tipo de cedro que crece en Siberia.

¿De qué “fuerzas poderosas de Occidente” hablaba el empresario de Varsovia? ¿Por qué no se podía tocar ese asunto? ¿No será que estas fuerzas están exportando ilegalmente este producto curativo de propiedades inigualables fuera de la taiga siberiana rusa? ¿Por qué, disponiendo de tal riqueza, con propiedades tan efectivas, las cuales han sido ya confirmadas por siglos y milenios, compramos por millones, o quizás por miles de millones de dólares, las medicinas occidentales y nos las tragamos, como si estuviéramos chiflados? ¿Por qué perdimos los conocimientos de nuestros recientes antepasados? Y si es así con los antepasados que han vivido en nuestro propio siglo, ¿qué vamos a decir de la narración de la Biblia en la que se describe ese extraordinario acontecimiento de hace más de dos milenios? ¿Qué fuerzas misteriosas se empeñan en borrar de nuestra memoria la sabiduría de nuestros antepasados? Y además, te dicen, “no te metas en lo que no te llaman”. Tratan de borrarlo... Y, en efecto, ¡lo están logrando!

Me invadió un sentimiento de rabia. Y para colmo, veo que en la farmacia se vende aceite de cedro, ¡pero en envase de importación! Compré un frasquito de treinta gramos y lo probé. El contenido de aceite no era más de dos gotas, el resto era algún diluyente.

No se podía ni comparar con el que nosotros fabricábamos en el Instituto de Cooperación al Consumidor. ¡Y estas dos gotas diluidas costaban cincuenta mil rublos! (25) ¡¿Y si no comprásemos este aceite del extranjero, sino que lo vendiéramos nosotros mismos?! ¡Pero si sólo con la venta de este aceite toda Siberia podría vivir desahogadamente ¡¿Cómo nos la pudimos arreglar para olvidar la tecnología de nuestros antepasados?! Y aquí estamos, quejándonos de que vivimos en la miseria...

Pues bueno, pensé, de todas formas voy a averiguar, cuando menos, algo más. Pondré la producción de aceite a punto yo mismo, y que se haga rica mi compañía.

Decidí embarcarme en una nueva expedición a lo largo del río Ob, otra vez rumbo norte, utilizando para ello únicamente el buque de mando, el “Patricio Lumumba”.

Cargué en las bodegas distintas mercancías para vender y convertí la sala de cine del barco en una tienda. Decidí contratar una nueva tripulación y no invitar a nadie de mi compañía, pues los asuntos financieros ya de por sí se habían deteriorado mientras yo me encontraba apartado de los negocios por mis nuevos intereses. A las dos semanas de haber salido de Novosibirsk, mis guardas de seguridad me comunicaron que habían escuchado conversaciones acerca del cedro resonante; y que según su opinión, entre los nuevos miembros de la tripulación había, para decirlo con palabras suaves, “gente extraña”. Comencé a llamar a algunas personas de la tripulación para hablarles sobre la inminente expedición al interior de la taiga. Algunos aceptaban ir, incluso, sin que mediara paga alguna. Otros pidieron un pago extra bastante grande por dicha operación, ya que esto era algo de lo que no se había hablado cuando firmaron para el trabajo, y que una cosa era estar dentro del barco en condiciones confortables, y otra, adentrarse veinticinco kilómetros en la taiga y regresar cargando peso. Ya para entonces, mis recursos financieros estaban muy limitados y yo no tenía en mente vender el cedro, ya que los viejos decían que había que repartirlo. Y por otro lado, lo más importante para mí, no era el cedro en sí, sino el secreto de la obtención del aceite. Aunque, desde luego, deseaba conocer toda la información vinculada con éste.

Poco a poco, con la colaboración de los guardas, me fui convenciendo de que me intentaban espiar, en particular cuando bajaba a la orilla. Lo que no estaba claro era con qué propósito, ni quién estaba detrás de los espías. Pensé y pensé cómo debía de actuar en tales circunstancias y decidí, para no equivocarme, maniobrar con astucia y habilidad sobre todos a la vez.

...

(1)
El río Ob está situado en la Siberia Occidental de Rusia. Tiene una longitud de unos 5.410 Km., siendo el más largo del país y el segundo más largo de Asia. Nace en los montes Altai (en Asia central) y desemboca en el Océano Ártico. El área de la cuenca alcanza los 2,99 millones de kilómetros cuadrados, la mayor de Rusia.

(2)
Durante la existencia de la URSS, la época de la construcción del comunismo, los nombres se daban principalmente en honor a los héroes del comunismo. Maríya Alexándrovna Ulyánova (1835-1916), madre de Vladimir Lénin, fundador de la Unión Soviética, y Maríya Ilyínichna Ulyánova (1878-1937), hermana de Lénin; Patricio Emery Lumumba (1925-1961), primer Jefe de Gobierno de la República Democrática del Congo, el agente del comunismo internacional. Mijail Ivánovich Kalínin (1875-1945), luchó por la implantación del poder soviético en Rusia. Se considera el primer presidente soviético.

(3)
Los Clubes y Casas de cultura: instituciones del Ministerio de Cultura de la URSS. Eran los centros desde donde se organizaba tanto el ocio cultural de la población, como ciertos trabajos dirigidos a la educación comunista. Solían tener salas de espectáculos, aparatos de proyección, pantallas de cine y bibliotecas. Allí se organizaban exhibiciones, conferencias, encuentros con personas innovadoras en el campo de la industria, escritores, compositores, pintores, se celebraban bailes y fiestas, se organizaban los coros, conjuntos de canto y baile, círculos teatrales, y más. En el último periodo de existencia de la URSS y después de su desintegración en 1991, la financiación de éstos se redujo hasta el mínimo.

(4)
La taiga o bosque boreal es un ecosistema caracterizado por sus formaciones boscosas. La vegetación está compuesta en su mayor parte de coníferas, abetos, pinos, alerces y abedules. Entre la fauna, destacan animales como alces, bisontes, lobos, osos, martas, linces, ardillas, marmotas, castores, venados... Todos son resistentes al frío, y muchos de ellos hibernan. Su subsuelo está helado, siendo la temperatura media de 19° C en verano, y -30° C en invierno. El promedio anual de precipitaciones alcanza los 450 mm3.
Geográficamente se sitúan al norte de Rusia y en Siberia. También al norte de Canadá.

(5)
El cedro (en ruso kedr). Se trata del árbol que la nomenclatura botánica denomina Pinus Sibirica (pino siberiano), y que en Rusia se ha llamado “cedro” desde antes de dicha nomenclatura latina, algo demostrado por las definiciones de cedro en los diccionarios rusos y por la aparición del término en textos literarios para referirse a los árboles de la taiga que dan piñones. Ver en la sección Notas ampliadas, al final del libro.

(6)
Galería Tretyakov: museo de arte, ubicado en Moscú. Sus fondos –más de 100.000 obras de pintura, grabado y escultura– proporcionan una amplia panorámica del arte ruso desde el siglo XI al siglo XX y la convierten en una de las principales instituciones artísticas de Rusia.

(7)
De hecho los árboles captan una amplia gama de radiación más allá de la luz visible. Las antenas humanas no son más que una imitación del entramado de ramaje de los árboles. Tanto la estructura de los árboles como el material de que están compuestos se convierten en receptores de ondas naturales. La savia de los árboles es un gran conductor de electricidad (es por esta razón que cuando un árbol es golpeado por un rayo, prácticamente explota). La corriente estática fue recibida por primera vez a través del ámbar: resina fósil proveniente de las coníferas. (Ver libros del Dr. Philip Callaham: “Tuning into nature” y “Ancient mysteries, modern visions: The Magnetic life of Agriculture”.)

(8)
Hombre, de la palabra rusa “chelovek”, de género común. Optamos por usar la palabra con mayúsculas para distinguirla de “hombre” con minúsculas, que se refiriere al ser humano de género masculino exclusivamente. Ver notas ampliadas.

(9)
Lidia Petrovna: Petrovna aquí es un patronímico derivado del nombre propio del padre (Piotr/Pedro) y el sufijo -ovna (-evna) o -ovich (-evich) para los hombres. La combinación del nombre propio junto con el nombre patronímico es una forma estandarizada de dirigirse formalmente a compañeros de trabajo o a personas de mayor edad.

(10)
Peter Simon Pallas (1741-1811). Famoso científico y enciclopedista ruso-alemán, geógrafo, naturalista y explorador. Las expediciones científicas realizadas por el territorio de Rusia en la segunda mitad del siglo XVIII lo colmaron de gloria. Hizo aportes sustanciales a la ciencia rusa y mundial: biología, geografía, etnografía, filología.

(11)
Gregori Yefímovich Raspútin (1869 -1916). Nació en la Siberia Occidental en el seno de una familia campesina. Nada se conocería de él a no ser porque creyéndose con poderes especiales logró curar a Alexis, hijo del zar, quien padecía de hemofilia, cosa que no había logrado ninguno de los médicos llegados al palacio de San Petersburgo. A partir de entonces, Raspútin se convertiría en el protegido de la emperatriz Alexandra. Raspútin llegó a tener tanto poder dentro del palacio de los zares que prácticamente no había decisión que no pasase por su juicio. La aristocracia rusa no veía con buenos ojos la presencia de aquel hijo de campesinos, analfabeto, en asuntos gubernamentales. Sin embargo, era tal su capacidad de convicción y el terror que su firmeza ejercía, que nada pudo detener su escalada dentro del poder del gobierno del zar Nicolás II. Finalmente murió asesinado por una conspiración palaciega.

(12)
Diminutivo ruso de Gregori.

(13)
Alexander Karelin (1967 - ...) campeón ruso, europeo, olímpico y mundial en repetidas ocasiones, imbatible desde el año 1987 hasta el 2000 en competiciones internacionales, sin haber cedido ni siquiera en un punto.

(14)
“El sacerdote mandará traer para el que ha de ser purificado, dos pájaros vivos y limpios, madera de cedro, fibra escarlata carmesí e isopo...” (Levítico 14, 4. Biblia de Jerusalén).

(15)
Las referencias bíblicas al cedro se refieren normalmente al cedro del Líbano, que es una especie diferente al cedro siberiano (pinus sibírica). El autor establece una identificación entre ambas especies que no sería considerada rigurosa por los botánicos. Son de la misma familia: coníferas, pero distinta especie. La segunda da piñones la primera, no. Pero corresponde al lector darle a este dato la importancia que merezca.

(16)
1 Libro de Reyes 5: 6: “Manda, pues, ahora, que me corten cedro del Líbano: y mis siervos estarán con los tuyos, y yo te daré por tus siervos el salario que tú digas; porque tú sabes bien que ninguno hay entre nosotros que sepa labrar madera como los sidonios”. “Editorial Sociedad Bíblica Internacional”, revisión de 1977.

(17)
1 Libro de Reyes 8: 11: “Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová”. “Editorial Sociedad Bíblica Internacional”, revisión de 1977.

(18)
Mateo 7: 20: “Así que, por sus frutos los conoceréis”. Editorial “Sociedad Bíblica Internacional”, revisión de 1977. Nada indica que exista una referencia a los cedros en este pasaje, pero el autor establece una relación entre la frase bíblica y los cedros.

(19)
Elena Ivánovna Rérij (1879-1955): Pensadora religiosa y escritora rusa quien recorrió Asia con su esposo, el prominente artista ruso, Nikolai Konstantínovich Rérij. Elena quedó fascinada con las religiones orientales y dedicó su carrera a estudiarlas y a escribir sobre éstas.

(20)
Jorasán: Provincia histórica del nordeste de Irán. Centro del reinado de Parfián (250 A. C. - 224 de nuestra era). A mediados del siglo XVIII, Jorasán incluía la parte nororiental del actual Irán, el oasis de Merv, los oasis del sur de Turkmenia y parte de Afganistán.

(21)
Zoroastro (castellanizado Zaratustra) parece indudable que creó una de las primeras religiones monoteistas de la Historia. La energía del creador es representada en el zoroastrismo por el fuego y el sol, duraderos, radiantes, puros y sostenedores de la vida. Los zoroastristas normalmente rezan frente a una forma de fuego o una fuente de luz. No se adora el fuego, sino que es un símbolo de la divinidad.

(22)
Perestroica: en español “reestructuración”. Se refiere a la reforma aperturista del sistema político soviético impulsada por Gorbachov a partir de 1985.

(23)
Konstantin Rakúnov (1954 - ... ): Candidato a Doctor en Ciencias Económicas, Profesor Titular del Departamento Administrativo de la actual Universidad de Cooperativas de Consumo de Novosibirsk.
Autor de varios trabajos oficiales sobre las cooperativas de consumo.

(24)
Leonid Krásin (1870 -1928): un viejo bolchevique activista del partido comunista. A partir de 1920 fue nombrado Ministro del Comercio Exterior de la Unión Soviética, siendo a la vez su representante comercial en Londres y en París.

(25)
Cincuenta mil rublos, al tipo de cambio del mes de noviembre de 1994, ascendía aproximadamente a dieciséis dólares estadounidenses, lo que equivalía al 20% del salario promedio mensual nacional.



Extracto de: Libro 1 de la Serie Los cedros Resonantes de Rusia, Anastasia, del autor Vladimir Megré, traducido del idioma original ruso al español por Iryna O ?Hara y corregido y editado por Rocío Madreselva.




Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
02 abril 2020