Anastasia. El cerebro; un superordenador.

¿Un platillo volante? Nada extraordinario

Entonces le pedí que, como ejemplo de su afirmación, me mostrara sus propios conocimientos en el ámbito tecnológico.

¿Qué es lo que quieres de mí, que te cuente cómo funcionan los diversos mecanismos de vuestro mundo?

Bueno, que hables acerca de algo como... lo que nuestros mayores científicos estén apenas rozando. A ver... por ejemplo... ¿por qué no haces algún gran descubrimiento científico?

Si eso es lo que estoy haciendo para ti todo el tiempo.

Pero no tienes que hacerlo para mí, sino para el mundo científico, para que ellos lo reconozcan como un descubrimiento. ¿Por qué no haces un descubrimiento que demuestre tus habilidades en alguno de estos campos: tecnológico, naves espaciales, átomos, combustible para automóviles... ya que dices que todo esto es tan sencillo?

En comparación con lo que te estoy intentando explicar, estos campos que mencionas son algo, ¿cómo decírtelo en vuestro lenguaje para que entiendas la diferencia? ¿De la edad de piedra, quizás?

Entonces, perfecto. Si según tú, eso es primitivo, más comprensible será.

Demostrarás que tienes razón y confirmarás que tu inteligencia es más elevada que la mía. Dime, por ejemplo, ¿consideras que nuestros aviones y naves espaciales son mecanismos perfectos?

No. Son bastante primitivos y son la prueba de lo primitivo del camino tecnócrata de desarrollo.

Tal contestación me puso en guardia, porque comprendí que, o bien ella realmente sabe muchísimo más de lo que se puede imaginar con una conciencia normal y corriente, o bien sus juicios no son más que los juicios de una loca. Y continué con mi interrogatorio:

¿Qué tienen de primitivos nuestros cohetes y aviones?

Anastasia me contestó tras una pausa, como para permitirme tomar conciencia de lo que iba a decirme.

El movimiento de todos vuestros mecanismos, absolutamente todos, se basa en la energía de explosión. Al desconocer fuentes de energía más perfectas y naturales, vosotros estáis usando esta forma, tan primitiva y engorrosa, con un empeño increíble.

Y ni siquiera las consecuencias funestas de su uso os detienen. No sólo vuestros aviones y cohetes tienen una risible autonomía de vuelo y se elevan sobre la Tierra mínimamente en escala del Universo, sino que además, este método ya casi ha llegado a sus límites, por así decirlo. ¡Pero si es ridículo! La materia que se está explotando o quemando empuja una construcción paquidérmica a la que llamáis nave espacial.

Además, la mayor parte de esta nave está dedicada, precisamente, con los problemas de propulsión.

¿Y qué otro principio de locomoción en el aire puede haber?

Pues, como el del platillo volante, por ejemplo contestó Anastasia.

¡¿Qué?! ¿Sabes algo sobre platillos volantes y su principio de locomoción?

Claro que sí. Este principio es muy sencillo y racional.

A mí, hasta se me secó la garganta y empecé a meterle prisa:

Cuenta, Anastasia, rápido y de forma clara.

Está bien, pero no te exaltes porque si te exaltas, será más difícil para ti comprenderlo. El principio de la locomoción del platillo volante está basado en la energía producida por la generación del vacío.

¿Cómo? Habla más claro.

Tienes un vocabulario débil, al que me tengo que limitar para que puedas comprenderlo todo.

Ahora te añado algunas palabras más dije yo a bocajarro poniéndome nervioso tarro, tapadera, pastilla, aire... y empecé a nombrar rápidamente todas las palabras que se me vinieron a la cabeza en aquel momento, soltando hasta palabrotas.

Anastasia me cortó:

No es necesario, conozco todas las palabras con las cuales puedes expresarte, pero hay también otras, y en general, hay otro método de traspasar la información, con la ayuda del cual podría explicártelo todo en un minuto, mientras que ahora vamos a necesitar, probablemente, unas dos horas. Es mucho. Yo quisiera hablarte de lo otro, de lo más significativo.

No, Anastasia. Cuéntame lo del platillo, su principio de locomoción y los portadores de energía. Hasta que no lo comprenda, no voy a escuchar nada más.

Está bien continuó ella. Explosión, es cuando una materia dura se convierte rápidamente, bajo cierta influencia, en gas o cuando, durante alguna reacción, dos materias gaseosas se convierten en otras más ligeras. Todos entienden esto, por supuesto.

Sí contesté, la pólvora, si la enciendes, se convierte en humo, y la gasolina, en gas.

Sí, eso más o menos. Pero si tú o vosotros tuvierais los pensamientos más puros y por tanto, los conocimientos de los mecanismos de la naturaleza, ya hace tiempo que podríais haber tomado conciencia de que si existe una materia que puede expandirse considerablemente en un instante, es decir, explotar, pasando a otro estado, entonces, tiene que existir también el proceso inverso. En la naturaleza, este proceso se da en los microorganismos vivos que convierten sustancias gaseosas en sólidas. De hecho, todas las plantas lo hacen, sólo que a diferente velocidad y grado de dureza y resistencia de lo que crean. Mira a tu alrededor, y verás que, en efecto, ellas beben los jugos de la tierra y respiran el aire, y a partir de ello producen un cuerpo sólido y resistente, como la madera, por ejemplo, o más sólido y duro aún, la cáscara de nuez o el hueso de ciruela.

Pero esos microorganismos que te digo, invisibles a nuestros ojos, hacen esto mismo a una velocidad fantástica, alimentándose sólo de aire. Y precisamente estos mismos microorganismos son los propulsores del platillo volante. Son semejantes a una micro célula del cerebro. Sólo que su acción es de muy limitado alcance. Su única función es la propulsión. Sin embargo, la realizan a la perfección y pueden acelerar la marcha del platillo volante hasta una décimo novena parte de la velocidad de pensamiento del habitante medio actual de la Tierra.

Estos microorganismos están situados en el interior de las dobles paredes del platillo volante, en la parte superior del mismo. La distancia entre las paredes es aproximadamente de tres centímetros. La superficie exterior de las paredes superior e inferior del platillo es porosa, con agujeritos microscópicos. A través de estos agujeritos los microorganismos absorben el aire, creando así el vacío delante del platillo. Los hilos de aire empiezan a coagularse aún antes de su contacto con el platillo, y una vez pasados a través de estos microorganismos, se convierten en unas esferas diminutas.

Después, estas esferas van ablandándose y consecuentemente se agrandan hasta aproximadamente medio centímetro de diámetro, y bajan rodando entre las paredes hasta la parte inferior del platillo, donde otra vez se descomponen en una sustancia gaseosa. Se pueden comer, si se hace a tiempo, antes de su descomposición.

Y las propias paredes del platillo volante, ¿de qué están hechas?

Se cultivan.

¡¿Cómo es eso?!

¿Y por qué te sorprendes en lugar de pensarlo un poco? Mucha gente cultiva en diferentes tipos de recipientes un hongo, que hace que el agua en la que se coloca cobre un agradable sabor, un poco ácido. Esta seta adopta la forma del recipiente en el que se encuentra. Por cierto, que esta seta, es muy parecida al platillo volante, e incluso crea una doble pared a su alrededor, también. Si en su agua añadiéramos un microorganismo más, se endurecería, pero este, así llamado, microorganismo se podría producir, o más exactamente, se podría engendrar con la fuerza del cerebro, es decir, con la voluntad, imaginándolo vivamente.

¿Tú puedes hacerlo?

Sí, pero no sería suficiente sólo con mis esfuerzos. Se requiere la acción de varias decenas de personas que posean la misma habilidad y hay que hacerlo, durante un año.

¿Y hay en nuestra Tierra todo lo necesario para hacer, o cultivar, como tú dices, este platillo volante y los microorganismos?

Por supuesto que sí. En la Tierra hay de todo lo que hay en el Universo.

¿Y cómo colocar los microorganismos dentro de las paredes del platillo, si son tan pequeños, que no se pueden ver?

Una vez que la pared superior está cultivada, ésta, por sí misma, los atraerá y almacenará en enormes cantidades, igual que los panales atraen a las abejas. Sin embargo, este proceso requiere también de los esfuerzos volitivos de varias decenas de personas. Pero no vale la pena detallar más todo esto, porque vosotros, de todas formas, no vais a poder cultivarlo por la ausencia entre vosotros, de momento, de las personas con la voluntad, el intelecto y los conocimientos necesarios.

¿Y tú, acaso, no puedes ayudar de alguna manera?

Puedo.

Entonces hazlo.

Ya lo he hecho.

¿Qué has hecho? pregunté sin entenderlo.

Te conté cómo hay que criar a los niños. Y te contaré más acerca de esto. Tú lo contarás a la gente. Muchos tomarán conciencia de ello y sus hijos, criados de esa manera, van a poseer el intelecto, los conocimientos y la voluntad que permiten hacer, no sólo un primitivo platillo volante, sino cosas sensiblemente más grandes...

Anastasia, ¿de dónde sabes todo esto acerca del platillo volante? ¿No me digas que también a través de tu comunicación con las plantas?

Ellos han aterrizado aquí, y yo..., ¿cómo decírtelo?, digamos que les estuve ayudando a reparar su nave.

¿Son ellos mucho más inteligentes que nosotros?

Ni mucho menos, les falta mucho para igualarse al Hombre. Tienen miedo de él, no se acercan a la gente, aunque son muy curiosos. Al principio, ellos tenían miedo de mí.

Me apuntaban con sus

paralizadores mentales. Se esforzaban en mostrarse amenazadores. Trataban de asustarme, de sorprenderme. Con mucho trabajo logré tranquilizarlos y convencerles de que sólo pretendía tratarlos con cariño.

¿Y cómo es que no son más inteligentes, cuando hacen algo que el ser humano todavía no puede?

¿Qué hay de sorprendente en eso? Las abejitas también hacen construcciones increíbles a partir de materiales naturales, con todo un sistema de ventilación y calefacción; pero esto no significa que sean superiores al Hombre en su inteligencia. No hay nada ni nadie más fuerte que el Hombre en todo el Universo, excepto Dios.



# El cerebro: un superordenador

La posibilidad de construir un platillo volante me interesó enormemente. Incluso si consideramos solamente el principio de propulsión que me explicó Anastasia, y sólo como una hipótesis, es, de hecho, nueva. Pero el platillo volante es un mecanismo complicado y para nosotros, los terrícolas, no es un artículo de primera necesidad.

Por esta razón, quise oír algo que se pudiera comprender de forma inmediata. Y que ese “algo” no requiriera ningún tipo de investigación por parte de las mentes científicas, sino que pudiera ser llevado a la práctica enseguida, en nuestra vida diaria, y ser útil para toda la gente. Empecé a pedirle a Anastasia que encontrara una solución para algún problema candente al que nuestra sociedad se esté enfrentando hoy en día. Ella accedió, pero preguntó:

Pero, especifica este problema al menos un poco. ¿Cómo puedo solucionarlo sin saber lo que quieres?

Empecé a pensar cuál es el asunto más candente al que nos enfrentamos hoy en día, y me vino a la mente un problema con las siguientes condiciones:

Verás, Anastasia, nuestras ciudades principales se enfrentan actualmente a un problema acuciante: la polución medioambiental. El aire allí está tan mal que es difícil respirarlo.

Pero, si sois vosotros mismos los que estáis contaminando.

Está claro que somos nosotros mismos. Sigue escuchando lo que te quiero decir, y por favor, no filosofes con la idea de que somos nosotros los que tenemos que ser más puros, tener más árboles, etcétera. Considera lo que hay, lo que son las cosas hoy en día, y encuentra una solución... como por ejemplo, que el aire en las ciudades se haga un cincuenta por ciento más limpio sin que ello suponga ningún gasto del tesoro público, es decir, del Estado. Y que lo que encuentres sea la más racional de todas las variantes imaginables, se pueda poner en práctica enseguida, y sea comprensible para mí y todos los demás.

Lo intentaré ahora mismo contestó Anastasia. ¿Has enumerado todas las condiciones?

Intenté complicar más la tarea, por si acaso su inteligencia y habilidades resultaban en verdad muy superiores a lo que nuestra capacidad de razonamiento puede admitir hoy día. Por eso añadí:

Y que lo que inventes, reporte beneficio también.

¿A quién?

A mí, y también al país. Tú vives en el territorio de Rusia, así es que, a toda Rusia.

¿Estás hablando de dinero?

Sí.

¿De mucho dinero?

Beneficio, Anastasia, es decir, dinero, nunca es mucho. Pero yo necesito lo suficiente para cubrir esta expedición y que quede bastante para la siguiente, y para Rusia...

Me quedé pensando... ¿Y si pudiera motivar a Anastasia también con beneficios materiales de nuestra civilización? Y le pregunté:

¿Y tú, no quieres algo para ti?

Yo lo tengo todo —contestó ella.

Y de repente se me ocurrió una idea con la que, pensé, podía ganar su interés.

Mira, Anastasia, considera una condición más: que aquello que idees, dé tanto dinero, que todos tus queridos dachniks, todos esos horticultores, en todas las partes de Rusia puedan recibir las semillas gratis o con algún tipo de condiciones muy ventajosas.

¡Magnífico! exclamó Anastasia. ¡Qué bien pensado! Si ya lo tienes todo, ahora mismo me pongo a estudiarlo a fondo. ¡Cómo me gusta esto de las semillas! ¿O tienes alguna cosa más?

No, Anastasia. Con esto es suficiente, de momento.

Sentí que le inspiró la tarea en sí, y especialmente lo de las semillas gratis para sus dachniks. Pero entonces yo todavía estaba convencido de que, incluso con sus habilidades, conseguir solucionar lo de purificar el aire era simplemente imposible, ya que de otra manera, muchísimas de nuestras instituciones científicas ya habrían encontrado una solución hace tiempo.

Anastasia se tumbó en la hierba enérgicamente, y no tranquilamente como lo hacía siempre, y extendió los brazos. Los dedos doblados, apuntando con las yemas hacia arriba, ahora se movían, ahora se quedaban quietos. Las pestañas de sus ojos cerrados se estremecían de vez en cuando. Permaneció así unos veinte minutos, después abrió los ojos, se sentó y dijo:

Ya lo he determinado. ¡Pero qué pesadilla es esto!

¿Qué has determinado? ¿Cuál es la pesadilla?

El daño más grande os lo causan los llamados coches. Hay demasiados en las grandes ciudades, y todos emiten un olor desagradable y sustancias nocivas para el organismo. Lo más terrible es que estas sustancias se mezclan con las partículas de tierra y polvo, impregnándolo todo. El movimiento de estos coches levanta el polvo impregnado y la gente aspira este amasijo horroroso, que se eleva en el aire y cae después sobre la hierba y los árboles, y lo cubre todo alrededor. Esto es muy malo, muy dañino para la salud de la gente y de las plantas.

Claro que es malo, pero esto ya lo saben todos. La cuestión es que nadie puede hacer nada. Hay máquinas limpiadoras, pero éstas no solucionan gran cosa... Entonces, Anastasia, tú no has descubierto nada. Nada nuevo en absoluto. No has encontrado una solución original para la purificación del aire.

Pero es que, de momento, sólo he determinado la causa principal del daño; ahora voy a analizarlo, a pensar la solución. Necesito concentrarme mucho tiempo. Es posible que incluso hasta una hora, porque nunca antes me he ocupado de problemas así. Para que no te aburras, paséate por el bosque o...

Tú dedícate a pensar, que yo encontraré con qué ocuparme.

Y Anastasia se ensimismó de nuevo. Al volver del paseo por el bosque, una hora después, me dio la impresión al verla, de que no estaba muy satisfecha, y le dije:

¿Ves, Anastasia?, ni siquiera tu cerebro es capaz de hacer algo con esto. Pero bueno, no te preocupes, muchas de nuestras instituciones científicas ya están trabajando en este problema, y también, al igual que tú, solamente constatan el hecho de la polución. Ellos tampoco han podido hacer nada todavía.

Ella contestó con un tono un poco de disculpa:

He examinado, creo, todas las variantes posibles, pero no me sale una reducción del cincuenta por ciento con la condición de que sea rápidamente.

Yo me puse en guardia. Ella había encontrado alguna solución, después de todo.

¿Y qué porcentaje te ha salido? pregunté.

Ella suspiró.

Me falta mucho. Me salió de un... treinta y cinco a un cuarenta por ciento.

¡¿Qué?! no pude contener una exclamación.

Un resultado bastante flojo, ¿verdad? —preguntó Anastasia.

Se me secó la garganta, yo sentía que ella no podía engañar, exagerar o aminorar las cosas. Esforzándome por contener la emoción, dije:

Vamos a cambiar las condiciones de la tarea: que sea un treinta y ocho por ciento.

Cuenta rápidamente lo que has encontrado.

Es necesario que todos estos coches, no sólo dispersen este polvo abominable, sino que también lo recojan.

¿Y cómo se hace eso? ¡Habla más rápido!

¿Qué tienen estos automóviles delante que sobresale? ¿Cómo se llama eso?

Parachoques le ayudé.

De acuerdo, parachoques. Pues dentro o debajo de éste, hay que instalar una cajita con agujeritos en la parte superior delantera. También tiene que tener agujeritos en la parte de atrás, para que el aire pueda salir. Cuando estos coches están en movimiento, el aire polvoriento tan perjudicial que se levanta va a penetrar a través de los agujeritos delanteros, se va a limpiar, y saldrá, ya un veinte por ciento mas limpio, a través de los agujeritos traseros.

¿Y dónde está tu cuarenta por ciento?

De momento, este polvo casi no se recoge de la carretera de ninguna manera. Con tal método, habrá cada vez menos polvo, puesto que va a ir quitándose cada día y por todas partes. He calculado que en un mes, con ayuda de estas cajitas, si van instaladas en todos los coches, la cantidad del polvo sucio se reduce a un cuarenta por ciento. No se puede reducir más allá de este porcentaje de polución, ya que hay otros factores influyendo.

¿De qué tamaño son las cajitas, y qué deberían contener? ¿Cuántos agujeritos han de tener y qué distancia debe haber entre ellos?

Vladimir, ¿te gustaría quizás que yo las instale también personalmente en cada uno de los coches?

Por primera vez vi que ella tenía sentido del humor y me empecé a reír a carcajadas imaginándome a Anastasia montando sus cajitas en los coches. Ella también se echó a reír, regocijándose con mi jovialidad, y empezó a girar y girar en su claro del bosque.

En verdad, la idea era realmente sencilla. El resto era, simplemente, una cuestión de tecnología. Ya, sin la ayuda de Anastasia, yo empecé a imaginar cómo podría ser todo:

los edictos de los Alcaldes, las inspecciones de control de los vehículos, los cambios de filtros viejos por nuevos en las gasolineras, los talones de control, etcétera. Una simple normativa nueva, como con los cinturones de seguridad.

Entonces, sólo hizo falta un plumazo y ¡voilá! cinturones en todos los coches. Y aquí también, de un plumazo, otra vez, ¡voilá!: aire más limpio. Los empresarios van a competir por los pedidos de estas cajitas, habrá trabajo para las fábricas, y lo que es más importante, al final el aire estará más limpio...

Espera, me dirigí otra vez a Anastasia, que daba vueltas como en una danza alegre.

¿Qué tienen que contener las cajitas estas?

En las cajitas... en las cajotas... Piensa un poquito por ti mismo. Es muy fácil, contestó ella sin detenerse.

¿Y de dónde saldrá el dinero que dé para mí y para las semillas de los dachniks?

Pregunté otra vez.

Ella se paró.

Pues, ¿cómo de dónde? Me has pedido la idea más-más racional, y así te la he dado, la más racional. En todas las ciudades grandes del mundo van a utilizar esta idea y pagarán a Rusia por ella un porcentaje tal, que bastará para que las semillas sean gratis.

Y a ti también te van a pagar. Sólo que recibirás lo tuyo bajo ciertas condiciones.

En aquel momento no presté atención a sus palabras acerca de las ciertas condiciones, sino que empecé a precisar otro asunto:

Pues, entonces, hay que patentarlo. ¿Quién va a pagar voluntariamente?

¿Por qué no iban a pagar? Claro que van a pagar. Ahora voy a fijar el interés. De cada cajita producida, un dos por ciento para Rusia y una centésima del uno por ciento para ti.

Pero, ¿de qué sirve que tú fijes los porcentajes? Desde luego, Anastasia, que otras cosas serán tu fuerte, pero lo que es de negocios, no entiendes ni jota. Nadie va a pagar voluntariamente. Es, incluso, con contratos firmados, y no siempre pagan. Si supieras qué cantidad de impagos tenemos. Los tribunales de arbitraje están sobrecargados.

¿Sabes qué es un tribunal de arbitraje?

Me lo supongo. Pero en este caso van a pagar puntualmente. Aquel que se niegue, se arruinará. Sólo los honrados van a prosperar.

¿Cómo es eso de que se van a arruinar? ¿Es que te vas a meter a mafiosa o qué?

No faltaba más que inventar... Vaya ideas se te ocurren... Ellos mismos, o más exactamente, las circunstancias que se formarán alrededor de los mentirosos harán que ellos se arruinen.

Y en este momento, se me ocurrió, que teniendo en cuenta que Anastasia no puede engañar, y tal como ella misma dice, los mecanismos de la naturaleza no le permiten equivocarse, entonces ella, antes de hacer estas declaraciones, tenía que haber procesado en su cerebro una cantidad de información increíble, hacer cálculos aritméticos colosales, además de considerar un montón de factores psicológicos de la gente, que serán partícipes de su proyecto. Para entendernos, ella, no sólo había solucionado la difícil tarea de la purificación del aire, sino también había trazado y analizado un plan de negocio, y todo ello en, aproximadamente, una hora y media. Decidí precisar algunos detalles y le pregunté:

Dime, Anastasia, ¿tuviste que hacer algún tipo de cálculos mentales, antes de comunicar el porcentaje de purificación del aire, y la cantidad de dinero que se va a ingresar por la producción de tus cajitas para los coches, por el cambio de filtros, etcétera?

Los cálculos se hicieron, al máximo detalle, y no sólo con la ayuda del cerebro...

¡Para! ¡Calla! Déjame que te cuente lo que se me está ocurriendo: Dime, ¿podrías competir con alguno de nuestros ordenadores más perfectos, digamos, los japoneses o los americanos?

Pero eso no es interesante para mí contestó ella y añadió: Es que es algo primitivo, y yo diría que humillante. Competir con un ordenador, es igual que... a ver ¿con qué te lo podría comparar? Sería como manos o piernas compitiendo con una prótesis, y ni siquiera con una prótesis completa, sino con sólo parte de ella. El ordenador carece de lo principal. Y lo principal son los sentimientos.

Empecé a defender lo contrario, contándole cómo en nuestro mundo, hay gente considerada muy inteligente y respetada en la sociedad, que juega al ajedrez con un ordenador. Pero cuando ni éste, ni otros argumentos, la habían convencido, empecé a pedirle que accediera a hacerlo para mí y para otra gente, como prueba de las posibilidades del cerebro humano. Finalmente accedió, y entonces precisé:

¿Significa esto entonces, que puedo anunciar oficialmente que estás dispuesta a competir con un superordenador japonés en la solución de problemas?

¿Por qué con un japonés? preguntó Anastasia.

Porque éstos se consideran los mejores del mundo.

¿Ah, sí? ¿Y por qué no con todos a la vez, para que no me pidas otra vez que haga algo tan poco interesante?

¡Estupendo!, me regocijé. Lo haremos con todos. Pero tienes que formular el problema.

Está bien Anastasia accedió de mala gana, pero para empezar, antes de perder el tiempo formulando otro, que solucionen el mismo problema que me has planteado a mí antes, y que confirmen o refuten mi solución. Si la refutan, que propongan la suya.

La vida y la gente nos juzgará.

¡Magnífico, Anastasia! ¡Bravo! Es muy constructivo. ¿Y cuánto tiempo crees que hay que darles para solucionar este problema? Pienso que la hora y media que tú has tardado será muy poco para ellos.Vamos a darles tres meses.

Que sean tres meses.

Propongo que los jueces sean todos aquellos que lo deseen. Si hay muchos jueces, entonces ninguno podrá influir en el resultado en beneficio propio.

Que sea así, pero yo quisiera hablar más contigo acerca de la crianza de los niños...

Anastasia consideraba la crianza de los niños lo principal y siempre hablaba de esto con placer. Mi idea de competir con el ordenador no le suscitó mucho interés. Sin embargo, me alegraba de haber obtenido su consentimiento. Y ahora quiero invitar a las empresas que producen ordenadores modernos, que entren en la competición de la solución del problema expuesto más arriba.

Todavía sentía que tenía que precisar algunos puntos con Anastasia:

¿Y qué premio fijaremos para el ganador?

¡No necesito nada para mí! contestó ella.

¿Por qué hablas de ti? ¿Estás absolutamente segura de tu victoria?

Por supuesto. Yo soy Hombre.

Está bien. ¿Qué puedes ofrecer a la empresa que quede primera después de ti?

Pues, les aconsejaré cómo perfeccionar su primitivo ordenador.

¡Hecho!



Extracto de: Libro 1 de la Serie Los cedros Resonantes de Rusia, Anastasia, del autor Vladimir Megré, traducido del idioma original ruso al español por Iryna O ?Hara y corregido y editado por Rocío Madreselva.




Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
21 abril 2020