Anastasia. Tocando el paraíso.


-Tu cerebro está cansado de esforzarse por entenderme y, sin embargo, todavía quisiera contarte muchas cosas. Me gustaría tanto... Pero tienes que descansar. Vamos a sentarnos un ratito más.

Nos sentamos en la hierba. Anastasia me cogió por los hombros y me arrimó hacia ella. Mi cabeza tocó su pecho con la nuca y sentí un calor agradable.
-No tengas miedo de mí, relájate -dijo ella quedamente, y se tumbó en la hierba de manera que yo pudiera descansar más cómodamente. Ella metía los dedos entre mis cabellos, como peinándolos, y con las yemas de los dedos de la otra mano, tocaba de forma rápida, ahora la frente ahora la sien. A veces como que punzaba ligeramente con las uñas en los diferentes sitios de la cabeza. Todo esto me aportó una sensación de calma y serenidad. Después, poniéndome las manos en los hombros, Anastasia dijo:

-Escucha, por favor, y dime qué sonidos hay ahora a tu alrededor.

Escuché y mi oído captó toda una pluralidad de sonidos diferentes en tonalidad, ritmo y duración.

Empecé a enumerarlos en voz alta: el canto de los pájaros en los árboles, el chirrido y chasquido de los insectos en la hierba, el susurro de los árboles, el ruido del aleteo y batir de las alas de los pájaros. Después de enumerar todo lo que se oía, me callé y continué escuchando con atención, cosa que me resultaba agradable y muy interesante.

-No has nombrado todo -observó Anastasia.

-Si, todo -respondí yo-. Puede que se me haya escapado algo insignificante o inaudible para mí, o sea, algo sin importancia.

-Vladimir, ¿y acaso no oyes cómo late mi corazón? -preguntó Anastasia.

“Es verdad, ¿cómo es que no he prestado atención a este sonido, el sonido del latido de su corazón?” -pensé.

-Sí -me apresuré a responder-, claro que lo oigo, lo oigo muy bien. Late de forma regular y tranquila.

-Intenta recordar los intervalos de los sonidos que estás oyendo. Para ello elige los principales y recuérdalos.

Elegí el chirrido de algún insecto, el graznido de la corneja, y el murmullo y chapoteo del agua del arroyo.

-Ahora voy a acelerar el latido de mi corazón, y tú agudiza el oído para escuchar lo que va a suceder a nuestro alrededor.

El latido del corazón de Anastasia empezó a acelerarse, e inmediatamente, también los ritmos de los sonidos que se oían a nuestro alrededor se aceleraron y subieron de tono.

-¡Es asombroso! ¡Absolutamente increíble! -exclamé yo-. ¿Entonces resulta, Anastasia, que ellos reaccionan tan sensiblemente al ritmo con el que late tu corazón?

-Sí. Todos ellos, absolutamente todos –la pequeña hierbecita, el árbol grande, y los bichitos– responden al cambio del ritmo de mi corazón. Los árboles aceleran sus procesos interiores, empiezan a producir más oxígeno...

-¿Reaccionan así todas las plantas y los animales que rodean a la gente? -pregunté.

-No. En vuestro mundo ellos no entienden hacia quién tienen que reaccionar, y vosotros no tratáis de contactar con ellos, no entendéis el propósito de este contacto, no les dais la información suficiente sobre vosotros mismos.

Algo parecido puede pasar con las plantas y la gente que trabaja en sus pequeñas huertas, si la gente hace todo así, como ya te he contado: si aportan a las semillas la información sobre sí mismos y empiezan a comunicarse con las plantas más conscientemente. ¿Quieres que te demuestre qué sensación va a experimentar la persona que tiene un contacto así?

-Por supuesto que quiero. ¿Pero cómo lo vas a hacer?

-Ahora sintonizaré el ritmo del latido de mi corazón con el tuyo y lo sentirás.

Ella metió la mano bajo mi camisa. Su palma caliente se estrechó ligeramente contra mi pecho, su corazón, ajustándose poco a poco, empezó a latir al mismo ritmo que el mío. Y entonces ocurrió algo absolutamente asombroso: me sobrevino un sentimiento extraordinariamente agradable, como si estuviesen a mi lado los familiares que me quieren y mamá. Una sensación de suavidad y salud me invadió todo el cuerpo, mi alma se llenó de alegría, de libertad y sentí como una nueva comprensión de la realidad del Universo.

La gama de sonidos que me rodeaba, me acariciaba y me comunicaba la verdad, no una verdad que pudiera entender a fondo todavía, sino sentida intuitivamente. Tuve la sensación de que todos los sentimientos alegres y benignos que alguna vez hubiera experimentado en mi vida, se unían en un sentimiento magnífico. Quizás es ésta la sensación que se llama felicidad.

Pero apenas empezó Anastasia a cambiar el ritmo del latido de su corazón, el sentimiento magnífico empezó a irse de mí. Entonces le pedí:

-¡Más, por favor, más, Anastasia!

-No puedo hacerlo durante mucho rato, porque yo tengo mi propio ritmo.

-Pues un poquito más, aunque sea -le pedí.

Y Anastasia, de nuevo, me hizo volver a experimentar la sensación de felicidad un poco de tiempo más. Después se esfumó todo, dejando en mí, no obstante, una partícula de sensación grata y clara como un recuerdo de aquélla. Estuvimos un tiempo sin decir palabra, después quise oír otra vez la voz de Anastasia, y le pregunté:

-¿Así de bien se sentían las primeras personas: Adán y Eva? Tumbados, disfrutando de la vida, en plena abundancia... con todo a mano... Sólo que no tener nada que hacer puede resultar aburrido.

En vez de contestar, Anastasia me preguntó:

-Dime, Vladimir, ¿crees que mucha gente piensa sobre Adán, el primer Hombre, lo mismo que tú acabas de pensar?

-Seguramente la mayoría, porque en verdad, ¿qué tenían ellos que hacer allí, en el paraíso? Fue después cuando el Hombre empezó a desarrollarse y a inventar todo. El trabajo desarrolló al Hombre. Él también se hizo más inteligente gracias al trabajo.

-Sí, trabajar es necesario, pero el primer Hombre era inmensurablemente más inteligente que el Hombre actual, y su trabajo era más significativo, requería un gran intelecto, conciencia y voluntad.

-¿Qué hacía entonces Adán en el paraíso? ¿Cultivaba el jardín? Eso es algo que puede hacer cualquier horticultor hoy en día, sin hablar de los científicos de la horticultura. En la Biblia no se dice nada más acerca de la actividad de Adán.

-Si en la Biblia se tuviera que exponer todo detalladamente, sería imposible leerla entera en todo el periodo de vida de una persona. La Biblia hay que saber entenderla.

Detrás de cada línea hay una enorme información. ¿Quieres saber qué estuvo haciendo Adán? Te lo contaré, pero primero recuerda que es precisamente en la Biblia, donde se dice que Dios encargó a Adán la misión de poner nombre y determinar el propósito de cada especie que vive en la Tierra. Y él –Adán– lo hizo. Él hizo algo que todavía no han podido concebir todas las instituciones científicas del mundo juntas.

-Anastasia, ¿Y tú? ¿Te diriges a Dios, Le pides algo para ti?

-¿Qué podría pedir, cuando tanto me ha sido dado? Debo agradecerle y ayudarle a Él.



# ¿Quien criará a nuestro hijo?

En el camino de vuelta al río, cuando Anastasia me acompañaba a la lancha, nos sentamos para descansar un poco en el sitio donde ella había dejado guardada su ropa, y le pregunté:

-Anastasia, ¿cómo vamos a educar a nuestro hijo?

-Intenta tomar conciencia, Vladimir, de que tú todavía no estás listo para educarle. Y cuando sus ojos miren al mundo conscientemente por primera vez, tú no debes estar cerca.

La agarré por los hombros y la sacudí:

-¿Qué dices, qué libertad te estás tomando? No entiendo de dónde sacas estas conclusiones tan peculiares, además de que el mismo hecho de tu existencia es increíble, pero nada de eso te da derecho a tomar todas las decisiones tú sola, violando todas las leyes de la lógica.

-Cálmate, Vladimir, por favor. No sé a qué lógica te refieres, pero intenta comprenderlo todo tranquilamente.

-¿Qué es lo que tengo que comprender? El niño no es sólo tuyo. Es mío también.

Quiero que tenga a su padre, quiero que tenga todas sus necesidades cubiertas, que pueda recibir una educación.

-Entiende que él no necesita ningún bien material, como tú los ves. Va a tenerlo todo desde el principio. Aun en su más tierna infancia, él va a recibir y comprender tanta información, que vuestro tipo de educación sería simplemente risible. Sería como enviar a estudiar a un gran matemático a primaria.

>>Surge en ti el deseo de traerle al bebé algún tipo de sonajero sin sentido, pero él no lo necesita en absoluto. Este juguete lo necesitas tú para tu propia satisfacción: “¡Qué bueno y atento soy!”. Si crees que vas a hacer un bien, proporcionándole un coche a tu hijo o algo de eso que consideráis como bueno, pues has de saber que si él desea alguna de estas cosas, lo podrá obtener por sí mismo. Piensa con calma: ¿Qué puedes decirle a tu hijo concretamente? ¿Qué puedes enseñarle? ¿Qué has hecho en la vida para que le resultes interesante a él?

Ella continuaba hablando con una voz suave y tranquila, pero sus palabras me hacían temblar:

-Entiende, Vladimir, cuando él empiece a tomar conciencia de la realidad del Universo vas a parecer una criatura atrasada a su lado. ¿Acaso es eso lo que quieres?

¿Que tu hijo pueda ver a su padre a su lado como a un retrasado? Lo único que puede acercaros es el grado de pureza de pensamientos, pero es poca la gente que alcanza esta pureza en vuestro mundo. Tienes que tratar de alcanzarla...

Me di cuenta de que era absolutamente inútil discutir con ella y le grité con desesperación:

-¿Significa esto que él nunca sabrá nada de mí?

-Le hablaré de ti, de vuestro mundo, cuando sea capaz de comprender todo con conciencia y tomar decisiones. ¿Qué es lo que va a hacer entonces? No lo sé.

Desesperación, dolor, resentimiento, y una terrible sospecha, todo se mezclaba en mí.

Me dieron ganas de golpear esta bella cara intelectual-anacoreta con todas mis fuerzas.

Lo entendí todo. Hasta que se me cortó el aliento de lo que entendí.

-¡Claro! ¡Ahora lo comprendo todo! La cosa es que tú... Tú no tenías a nadie por aquí con quien echar un polvo para procurarte un niño. ¡Y todo ese rollito del principio haciéndote de rogar, era puro teatro! ¡Intrigante! Y encima vas y te pones en plan monjita. Necesitabas un niño. ¿No te fuiste a Moscú? Y ella “vendió sus setitas y bayitas”. ¡Ja! Pues ¿por qué no te echaste a la calle? Te hubieras quitado la chaqueta y el pañuelo y enseguida hubieran picado. Y no tendrías que haber tejido tu telaraña para liarme a mí.

>>¡Pero claro! Necesitabas a alguien que soñara con un hijo. Y lo conseguiste. ¿Y en el niño? ¿Pensaste en tu hijo? Destinado de antemano a vivir como anacoreta. A vivir de la manera que tú estimes oportuna. Mírala, la que iba y venía con discursos sobre la verdad. Vas demasiado lejos, ermitaña.

>>¿Acaso te crees que estás siempre en posesión de la verdad absoluta? ¿Y en mí, has pensado? ¡Sí, yo soñaba con un hijo! Soñaba con traspasarle mi empresa. Enseñarle el negocio. Quería amarle. ¿Y cómo vivir ahora? ¿Vivir sabiendo que tu niño chiquirritín se está arrastrando indefenso en alguna parte en plena taigá? Sin futuro. Sin padre. Pero si a uno se le rompe el corazón de saber esto... no es algo que puedas entender, hembra del bosque...

-¿Puede ocurrir que el corazón ganará la conciencia que necesita y todo estará bien?

Tal dolor limpiará el alma, acelerará el pensamiento, llamará a la creación...- quedamente pronunció Anastasia.

Pero, tal rabia se estaba desenfrenando en mí, tal cólera... que ya no me dominaba.

Agarré un palo. Me aparté corriendo de Anastasia y empecé a golpear con todas mis fuerzas un pequeño árbol hasta que el palo se quebró.

Entonces me giré hacia Anastasia que estaba allí de pie y... por cómo la vi... es increíble, pero toda la cólera se me empezó a pasar y pensé: “Pero... ¿qué me ha ocurrido? ¡Otra vez he perdido el control y me he puesto violento!” Igual que la última vez que le hablé mal, Anastasia estaba con la espalda pegada a un árbol, con la mano levantada hacia arriba y la cabeza inclinada hacia delante, como si resistiera una corriente de viento huracanado. Ya sin ira ninguna, me acerqué a ella y empecé a mirarla. Ahora tenía las manos estrechadas contra su pecho, el cuerpo le temblaba un poco. No decía nada, sólo sus ojos bondadosos... bondadosos como siempre, me miraban cariñosamente. Así permanecimos un tiempo, mirándonos el uno al otro.

Empecé a hacerme esta reflexión:

“No hay duda, ella no es capaz de decir mentiras. No tenía por qué decírmelo todo, pero... Sabe que va a ser duro para ella, y sin embargo lo dice. Desde luego que esto también es demasiado. ¡¿Cómo puede uno sobrevivir en este mundo diciendo siempre sólo la verdad, sólo lo que piensa?! ¿Pero qué le vas a hacer si ella es así y no puede ser de otra manera?

Las cosas han sido así. Y ha ocurrido lo que ha ocurrido. Ahora ella será la madre de mi hijo.

Ella será madre si así lo ha dicho. Claro, va a ser una madre extraña. Este modo de vida suyo... este modo de pensar... Pero bueno, no hay nada que hacer con ella. Y por otro lado, es muy fuerte físicamente. Es bondadosa. Conoce bien la naturaleza, conoce los animales. Y es inteligente. Aunque en su peculiar manera.

En cualquier caso, ella sabe mucho acerca de la crianza de los niños. Estaba todo el tiempo deseando hablarme de los niños. Ella criará al niño. Siendo como es, lo criará.

Lo sacará adelante a través de la helada y la ventisca. Éstas no suponen un problema para ella. Desde luego que lo criará. Y lo educará bien.

Tengo que adaptarme a la situación. Estaré viniendo en los veranos para estar con ellos como a una dacha. En invierno es imposible. No lo soportaría. Pero en verano vendré a jugar con mi hijo. Cuando crezca un poco, le hablaré de la gente de las ciudades grandes. De todas formas, esta vez tengo que pedirle perdón”.

Y dije:

-Perdóname, Anastasia, otra vez perdí los nervios.

Y en seguida ella empezó a hablar:

-Tú no tienes la culpa. Sólo, no seas duro contigo. No estés consternado. Después de todo, estabas preocupado por tu hijo. Temías que él lo fuera a pasar mal, que la madre de tu hijo fuera como una vulgar hembra, que no supiera amar con verdadero amor humano. Pero tú no te preocupes. No te apesadumbres. Me hablaste así porque no sabías nada de mi amor, no lo sabías, amor mío.



# Por encima del lapso de tiempo.

-Anastasia, si eres tan inteligente y omnipotente, ¿podrías entonces ayudarme a mí también?

Ella echó una mirada al cielo y, de nuevo, me miró a mí.

-En todo el Universo no hay un ser capaz de un desarrollo más poderoso y que tenga una libertad más grande que el Hombre. Todas las otras civilizaciones se inclinan ante el Hombre Todos los tipos de civilizaciones tienen las capacidades de desarrollarse y perfeccionarse solamente en una dirección, y no son libres. La grandeza del Hombre no les es siquiera comprensible. Dios –la Gran Inteligencia– creó al Hombre y a nadie le dio más que a él...

En aquel momento no comprendí, o mejor, no pude tomar conciencia en seguida de lo que estaba diciendo. Y otra vez le hice la misma pregunta, pidiéndole ayuda, sin saber en concreto qué tipo de ayuda necesitaba.

Ella preguntó:

E hecho, ya lo hice hace medio año, sólo que en lo principal no se consiguió ningún beneficio: no ha disminuido en ti lo oscuro y destructivo, inherente a la gente de tu mundo. Tus varias dolencias están intentando volver otra vez... “Vaya tía bruja y ermitaña loca. Tengo que largarme de aquí rápidamente”, -es lo que acabas de pensar ahora, ¿verdad?

-Sí -contesté con asombro-. Eso es precisamente lo que estaba pensando, ¿lees mis pensamientos?

- Lo que hago es suponer qué es lo que puedes estar pensando. Además tu cara lo dice todo. Dime, Vladimir, ¿de verdad que no... es que no te acuerdas de mí en absoluto?

Me sorprendió mucho su pregunta, y empecé a mirar con atención sus rasgos faciales.

Esos ojos. En realidad empecé a tener la sensación de que podría haberlos visto en algún sitio antes, ¿pero dónde?

-Anastasia, si tú misma dijiste que vives permanentemente en el bosque. ¿Cómo te iba yo a haber visto antes?

Ella me sonrió y se fue corriendo.

Al cabo de un rato, Anastasia salió de detrás de las matas con una falda larga, una blusa marrón de botones y con los cabellos recogidos bajo el pañuelo. Pero sin la chaqueta acolchada como el día de nuestro encuentro en la orilla. Y además llevaba el pañuelo puesto en la cabeza de una forma un poco diferente esta vez. La ropa que llevaba estaba limpia, pero no iba a la moda, el pañuelo le cubría la frente y el cuello, y la recordé...



# Una muchacha extraña

El año pasado, el navío principal de la caravana atracó en una de las aldeas cercanas a estos parajes. Teníamos necesidad de comprar carne para el restaurante y detenernos un tiempo en la orilla.

A sesenta kilómetros de allí empezaba un tramo peligroso del río, que no nos permitía avanzar por la noche (en algunos tramos del río no funcionaban las luces de navegación). Así es que para no perder ese tiempo inútilmente, empezamos a anunciar por los altavoces exteriores de la nave y por la radio local la celebración de una fiesta a bordo para esa noche.

La nave blanca, atracada en la orilla, resplandeciente con multitud de luces, y con la música que fluía desde ella, siempre atraía a los jóvenes del lugar. Y así fue también en esta ocasión. Casi todos los habitantes jóvenes del poblado se estaban dirigiendo hacia la escala de la nave.

Al principio, como todos los que suben a cubierta por primera vez, tratan de recorrer el barco mirándolo todo. Después de pasearse por las cubiertas, principal, media y superior, se amontonan finalmente en el bar y en el restaurante. Como regla general, la parte femenina baila y la masculina, principalmente, bebe. El ambiente del barco, nada habitual para ellos, más la música y las bebidas alcohólicas, siempre les pone en un estado de agitación, que, a veces, causa bastantes molestias a la tripulación. Casi siempre les falta tiempo y empiezan a pedir colectivamente que prolonguen el placer aunque sea media horita más, y después más y más.

En aquella ocasión, yo estaba solo en mi camarote, oyendo la música que llegaba del restaurante e intentando rectificar el plan de avance de la caravana para el resto del viaje. De pronto, sentí la mirada fija de alguien sobre mí, me volví y vi sus ojos tras el cristal. Aquello no era nada sorprendente entonces, ya que a los visitantes siempre les resultaba interesante ver los camarotes del barco. Me puse de pie y abrí la ventana. Ella no se apartó. Se azoró un poco y continuó mirándome. Me entraron ganas de hacer algo por esta mujer que estaba sola en cubierta. Se me cruzó un pensamiento: ¿Por qué no está bailando como los otros? ¿Puede que haya tenido alguna desgracia? Le propuse enseñarle la nave y ella asintió con la cabeza sin decir nada. La llevé por la nave, le enseñé la oficina principal que tanto impresionaba a los visitantes por su elegante decoración: el suelo cubierto de alfombras, los muebles blandos de cuero, los ordenadores. Después, la invité a mi camarote, que constaba de un gabinete-dormitorio, un recibidor, cubierto con alfombras y amueblado con muebles suntuosos, con televisor y vídeo. Probablemente, yo estaba entonces encantado de impresionar a la apocada muchacha aldeana con los adelantos de nuestra vida civilizada.

Abrí ante ella una caja de bombones, llené dos copas de champán, y para terminar de impresionarla definitivamente, puse una cinta de vídeo donde Vika Tsyganova (55) cantaba “Amor y muerte”. La cinta de vídeo incluía también otras canciones interpretadas por mis cantantes favoritos. Apenas tocó con los labios la copa de champán, me miró atentamente y preguntó:

-Te está siendo muy difícil, ¿verdad?

Me podía esperar cualquier cosa menos una pregunta así. El crucero, de hecho, estaba resultando bastante difícil. Las condiciones de navegación en el río estaban siendo complicadas, la tripulación, todos estudiantes de la escuela de navegación, fumaba hierba y rateaba en la tienda. Frecuentemente nos retrasábamos con respecto al plan de navegación, no podíamos llegar en el plazo fijado a los lugares poblados, donde de antemano se había anunciado la llegada de la caravana. Muy a menudo estas cargas y otras preocupaciones, no sólo me impedían admirar un poco el paisaje ribereño, sino algo tan sencillo como dormir bien.

Le dije algo desmañado, al estilo de: “No es nada, saldremos de ésta”, me giré hacia la ventana y vacié mi copa de champán.

Charlamos de algunas otras cosas mientras escuchábamos el video, y así estuvimos hablando hasta que el buque atracó al acabar el crucero recreativo. Después la acompañé hasta la escala. De vuelta al camarote, me dije que había algo extraño y singular en esa mujer, y noté que me había quedado con un sentimiento ligero y luminoso después de hablar con ella. Aquella noche dormí bien por primera vez en muchos días. Ahora me daba cuenta: aquella mujer que estuvo en el barco era Anastasia.

-¿Entonces eras tú, Anastasia?

-Sí. Allí, en tu camarote, fue donde memoricé todas las canciones que te canté en el bosque. Estaban sonando mientras hablábamos. ¿Ves qué fácil es todo?

-¿Y cómo es que fuiste a parar al barco?

-Me resultaba interesante ver cómo eran las cosas, cómo vivíais. Es que yo, Vladimir, siempre me ocupaba sólo de los dachniks.

Aquel día me vine corriendo a la aldea, vendí las setas secas que las ardillas recogen, y compré el billete para vuestro crucero recreativo. Ahora sé mucho acerca del grupo de personas que llamáis empresarios. Y a ti ahora te conozco bien.

Te debo una disculpa muy, muy grande. Yo no sabía que esto saldría así, que iba a cambiar tu destino de una forma tan drástica. Sólo que ya no puedo hacer nada, puesto que ELLOS comenzaron ya a cumplir este plan, y ELLOS responden sólo ante Dios.

Ahora, durante algún tiempo, tú y tu familia tendréis que ir venciendo las grandes dificultades y adversidades pero después todo pasará.

Sin entender aún de qué estaba hablando Anastasia en concreto, sentí intuitivamente que ahora me iba a desvelar algo que rebasaba los límites de las ideas corrientes que tenemos acerca de nuestra existencia, y que este algo me iba a concernir a mí directamente.

Le pedí a Anastasia que me explicara con más detalle qué quería decir con esto de los cambios en mi vida y las dificultades. Escuchándola en aquel momento, no podría ni haber supuesto cuán exactamente iban a empezar a cumplirse en mi vida real aquellas predicciones suyas. Anastasia continuó su relato, llevándome de nuevo a los acontecimientos del año anterior.

-Entonces, en el barco, me enseñaste todo, incluso tu camarote, me obsequiaste con bombones, me ofreciste champán, después me acompañaste hasta la escala, pero no me marché de inmediato. Me quedé en la orilla, al lado de unos matorrales, y podía ver, a través de las ventanas iluminadas del bar, cómo bailaban y se divertían allí los jóvenes del lugar.

-Me enseñaste todo, pero no me llevaste al bar. Sospechaba por qué: no estaba vestida de forma apropiada: el pañuelo me cubría la cabeza, mi blusita no estaba a la moda y la falda era muy larga. Pero me podía haber quitado el pañuelo. La blusita que llevaba estaba pulcra y limpia, y había alisado la falda con esmero con las manos antes de ir a veros.

En realidad, no llevé a Anastasia al bar aquella noche, debido a que llevaba una ropa un poco extraña, bajo la cual, como ahora se descubría, esta muchacha joven había estado ocultando su inigualable belleza: algo que hacía que destacara del resto de la gente enseguida y de una manera evidente. Y le dije:

-Anastasia, ¿y para qué te hacía falta a ti ese bar? ¿Te ibas a poner acaso a bailar con tus galoshas? Además, ¿cómo ibas tú a conocer los bailes de los jóvenes de hoy en día?

-No eran las galoshas lo que llevaba entonces. Cuando cambié las setas por el dinero para comprar el billete para tu barco, también cogí los zapatos de aquella mujer, bien es verdad que estaban un poco viejecillos y me apretaban, pero los limpié con la hierba; y lo de bailar... a mí, sólo con mirar un poquito...ya está. No sabes cómo hubiera bailado...

-¿O sea, que te sentiste ofendida por mí aquella noche?

-No me sentí ofendida. Sólo que si hubieras ido al bar conmigo, no sé si habría sido para bien o para mal, pero los acontecimientos podrían haberse desarrollado de otra manera, y quizás nada de esto habría pasado. Pero no lamento ahora que pasara lo que pasó.

-¿Y qué es lo que paso, entonces? ¿Qué ocurrió que es tan terrible?

-Después de acompañarme no te volviste enseguida a tu camarote. Primero, pasaste a ver al capitán y os dirigisteis juntos al bar. Para vosotros esto era una cosa habitual. En cuanto entrasteis, causasteis gran impresión en el público. El capitán, tan apuesto con su uniforme. Tú, todo elegante y resultando tan respetable, conocido por mucha gente por toda la zona de la costa, el famoso Megré. El propietario de una caravana extraordinaria para la gente de estos lugares. Y vosotros os dabais perfecta cuenta de que impresionabais a los presentes.

Os sentasteis a la mesa junto a tres muchachas jóvenes de la aldea, que tenían sólo dieciocho años cada una, y que acababan de terminar la escuela.

En seguida os trajeron champán, bombones y copas nuevas, mejores, más bonitas que las que estaban antes en la mesa. Cogiste a una de las muchachas de la mano, te inclinaste hacia ella y empezaste a decirle algo al oído. Yo entendí... eso se llama cumplidos. Después, bailaste con ella varias veces y seguiste hablándole. Los ojos de la muchacha brillaban, estaba como en otro mundo, en un mundo fabuloso. La llevaste a cubierta y, al igual que a mí, le enseñaste la nave a la muchacha, la llevaste a tu camarote y la obsequiaste con lo mismo que a mí: champán y bombones. Con la muchacha joven te portaste un poco diferente que conmigo. Estabas alegre. Conmigo serio e incluso triste, y con ella alegre. Lo vi muy bien a través de las ventanas iluminadas de tu camarote, y, quizás, entonces sentí un poco de deseo de estar en el lugar de aquella muchacha.

-¿Quieres decir que sentiste celos, Anastasia?

-No sé, ese sentimiento era algo desconocido para mí...

Recordé aquella noche y a esas jóvenes aldeanas, que tanto trataban de aparentar ser mayores y más modernas.

Por la mañana, el capitán Alexánder Ivánovich Sénchenko y yo, nos reímos una vez más de su disparate de la noche anterior. Cuando estábamos en el camarote, me daba cuenta de que la muchacha estaba en tal estado, que estaba dispuesta a todo... pero ni pensamiento tuve de poseerla. Y se lo dije a Anastasia, a lo que ella contestó:

-Pero sin embargo, poseíste su corazón. Vosotros salisteis a cubierta, lloviznaba un poco y le pusiste tu chaqueta sobre los hombros a la muchacha, después otra vez la llevaste al bar.

-¿Entonces tú, Anastasia, estuviste todo el tiempo en los matorrales bajo la lluvia?

-No era nada. La llovizna era buena, cariñosa. Sólo que me impedía ver bien. Y no quería que la lluvia mojara la falda y el pañuelo. Son de mamá. Los heredé de ella. Pero tuve mucha suerte porque encontré en la orilla una bolsita de celofán. Me los quité, los puse en la bolsita y me la escondí bajo la blusita.

-Anastasia, si no te habías ido a casa y empezó a llover, tenías que haber regresado al barco.

-No podía. Es que ya te habías despedido de mí y tenías otras preocupaciones.

Además, ya se estaba acabando todo.

Cuando llegó la hora del final de la fiesta y el barco tenía que partir, vosotros, a petición de las muchachas, y especialmente, de aquella muchacha que estaba contigo, demorasteis la salida. Todo estaba entonces en vuestro poder, incluso sus corazones, y vosotros os deleitabais con este poder. Los jóvenes del lugar estaban agradecidos a las muchachas, y ellas también se sentían imbuidas de poder a través de vosotros. Ellas se olvidaron completamente de aquellos jóvenes que estaban en el mismo bar y que eran sus amigos desde la escuela.

Tú y el capitán las acompañasteis hasta la escala. Te fuiste a tu camarote. El capitán se subió al puente, y al tocar la sirena, lenta, muy lentamente, el buque empezó a desatracarse de la orilla. La muchacha con la que habías bailado estaba en la orilla, entre sus amigas y los jóvenes del lugar que despedían a la nave.

Su corazoncito latía tan fuerte... como si pretendiera escaparse de su pecho y salir volando de allí, los pensamientos y los sentimientos se le confundían.

Detrás de su espalda negreaban los contornos de las casas aldeanas con las luces apagadas, delante de ella, se iba para siempre de la orilla la nave blanca que relucía con multitud de luces, derramando generosamente la música por el agua y la orilla nocturna.

En la nave blanca que partía, estabas tú, aquel que le había dicho tantas palabras maravillosas, nunca antes oídas por ella, fascinantes y atrayentes.

Y todo esto lentamente y para siempre se alejaba de ella.

Y entonces se atrevió a la vista de todos... la muchacha apretó sus dedos en los puños y gritó desesperadamente: “¡Te quiero, Vladimir!”. Después otra vez y otra. ¿Oíste estos gritos?

-Sí -contesté.

-Era imposible no oírlos, y la gente de tu tripulación los oía. Algunos de ellos salieron a cubierta y se reían de la muchacha.

>>Yo no quería que se rieran de ella. Después, ellos, como que comprendieron algo, y dejaron de reírse. Pero tú no saliste a cubierta y la nave continuaba yéndose lentamente.

Ella pensaba que no la oías, y continuaba gritando obstinadamente: “Te quiero, Vladimir!”

>>Después, sus amigas empezaron a ayudarla y gritaron todas juntas. Me resultaba interesante saber qué era ese sentimiento, amor, por el cual el Hombre pierde el control de sí mismo, o quizás, quería ayudar a aquella muchacha, y entonces yo grité con ellas: “¡Te quiero, Vladimir!”.

>>Es como si en aquel momento me hubiera olvidado de que yo no puedo pronunciar las palabras sólo por decirlas, sino que detrás de ellas tiene que haber, necesariamente, sentimientos, conciencia y autenticidad con respecto a la información natural.

>>Ahora sé lo fuerte que es este sentimiento, que apenas si está sujeto siquiera a la razón.

>>Aquella muchacha aldeana empezó a marchitarse y a tomar bebidas alcohólicas, a duras penas pude ayudarla. Ahora ella está casada y absorbida por las preocupaciones cotidianas. Y yo he tenido que añadir a mi amor el suyo también.

La historia con la muchacha me emocionó un poco, el relato de Anastasia hizo revivir aquella noche en mi memoria con total detalle y todo había pasado en verdad tal como ella relató. Fue realmente así. La peculiar declaración amorosa de Anastasia no me impresionó entonces en absoluto. Cuando vi su modo de vida y conocí su concepción del mundo, empezó a parecerme algo irreal, a pesar de que estaba sentada a mi lado y podía tocarla fácilmente. Una mente acostumbrada a interpretar las cosas bajo criterios diferentes no podía aceptar que alguien así existiera realmente. Y, si al principio de nuestro encuentro ella me atraía, ahora no me suscitaba las mismas emociones. Le pregunté:

-¿Entonces, consideras como algo accidental la aparición en ti de estos sentimientos nuevos?

-Son deseados, importantes, -contestó Anastasia-. Son incluso agradables, pero se me manifestó el deseo de que me amaras tú también así. Me daba cuenta de que después de conocerme a mí y a mi mundo un poco más de cerca, no podrías percibirme como a una persona normal. Veía incluso posible que tuvieras miedo a veces... Y así ha ocurrido. Yo misma tengo la culpa. Cometí muchos errores. Estaba todo el tiempo ansiosa por algo. Me apresuraba, no tenía tiempo para explicarte las cosas como debiera. Todo me salía un poco tontamente, ¿no? Debería corregirme, ¿verdad?

Al decir estas palabras, Anastasia sonrió un poco tristemente, se tocó el pecho con la mano y enseguida recordé el suceso de aquella mañana, cuando estaba en el claro con ella.



55
Viktoria (Vika) Tsyganova – una popular cantante rusa nacida en 1963 en Jabárovsk en el Lejano Oriente ruso. Su carrera como cantante en los escenarios comenzó a mitad de los 80. Desde entonces ha producido numerosos álbumes. La canción “Amor y muerte” fue grabada en 1994.




Extracto de: Libro 1 de la Serie Los cedros Resonantes de Rusia, Anastasia, del autor Vladimir Megré, traducido del idioma original ruso al español por Iryna O ?Hara y corregido y editado por Rocío Madreselva.



Fuente:

www.trabajadoresdelaluz.com
27 abril 2020