Anastasia. El encuentro.

Sin decirle una palabra a nadie acerca de mis planes, dispuse que el barco atracara cerca del sitio donde el año pasado había encontrado a los dos ancianos. Llegué solo a la aldea en una pequeña lancha a motor. Le había dado instrucciones al capitán del barco para que retomara la ruta comercial acostumbrada.
Mantenía la esperanza de poder encontrar a los dos ancianos con la ayuda de los lugareños, ver con mis propios ojos el cedro resonante y determinar la forma más barata de transportarlo al barco. Até la lancha a una roca y cuando me disponía a dirigirme hacia una de las casitas más cercanas, reparé en una mujer que estaba sola sobre un montículo y me dirigí hacia ella.

La mujer llevaba puesta una vieja chaqueta acolchada, una falda larga y calzaba unas galoshas (26) altas de las que usan muchos de los habitantes de los lugares remotos del norte durante el otoño y la primavera. Llevaba un pañuelo que le ocultaba totalmente la frente y el cuello... era difícil determinar su edad. La saludé y le hablé de los ancianos con los que me había encontrado hacía un año.

Quienes hablaron contigo el año pasado, Vladimir, fueron mi abuelo y mi bisabuelo...

Me sorprendió el tono joven de su voz, su dicción tan clara, que me tutease y que además me llamara por mi nombre. No recordaba los nombres de los ancianos ni que nos hubiésemos presentado formalmente. “Claramente lo hicimos –pensé– ya que ella conoce mi nombre”. Decidí tutearla también y le pregunté:

¿Y tú cómo te llamas?

Anastasia, respondió la mujer, tendiéndome la mano con la palma hacia abajo como si esperase que se la besara.

Ese gesto de una mujer de pueblo, con aquella vieja chaqueta y aquellas galoshas, en la orilla desierta y con aires de dama de alta sociedad, me provocó la risa. Estreché su mano, claro, no se la besé. Ella me sonrió un poco azorada y me invitó a acompañarla a la taiga donde vivía su familia.

Pero habrá que caminar 25 kilómetros taiga adentro. ¿Esto no te echa para atrás?

Desde luego que es un poco lejos, pero... ¿puedes enseñarme tú el cedro resonante?

Sí, puedo...

¿Sabes todo sobre él? ¿Me lo contarás?

Te contaré lo que sé.

Entonces vamos.

Por el camino, Anastasia me relató que su familia, su progenie, ha vivido en el bosque de cedro de generación en generación a lo largo de miles de años, según las palabras de sus ascendientes. Los contactos directos con personas de nuestra sociedad civilizada se dan en muy raras ocasiones. Esos contactos suceden, no en los lugares donde ellos residen permanentemente, sino cuando vienen a los poblados haciéndose pasar por cazadores o aldeanos de otro pueblo. La misma Anastasia, sólo había estado en dos ciudades, Tomsk y Moscú, y un solo día en cada una... ni siquiera pasó la noche en ninguna de ellas. Quería saber si no se equivocaba en su visión acerca del estilo de vida de los habitantes de la ciudad. Fue vendiendo bayas y setas secas como ahorró el dinero para sus viajes. Una mujer del pueblo le prestó su pasaporte.

Anastasia no aprueba la idea de su abuelo y bisabuelo de repartir el cedro resonante curativo, entre muchas personas. Cuando le pregunté por qué, respondió que, en ese caso, los trocitos se repartirían tanto entre gente buena como gente que obra mal, y que lo más probable es que los individuos negativos acapararían la mayor parte de los trozos. Al final, esto podría causar más daño que provecho. Lo importante, en su opinión, es ayudar a lo bueno. Y a la gente, con cuya ayuda, se hace el bien. Al ayudar a todos, el desequilibrio entre el bien y el mal no cambiaría o más bien podría empeorar.

Después de mi encuentro con los ancianos, yo había revisado una amplia bibliografía de libros de divulgación científica y trabajos de investigación académicos e históricos que describían las extraordinarias propiedades del cedro. Ahora estaba tratando de comprender y profundizar en lo que Anastasia me relataba acerca del estilo de vida de la gente de los bosques de cedro y me preguntaba: ¿A qué se parece esto?

Pensé en la familia Lýkovs (27), conocida por todos gracias a las publicaciones de Vasiliy Peskov: una familia, que también vivió aislada en la taiga durante muchos años.

Acerca de ellos se escribieron artículos en el periódico Komsomolskaya Pravda bajo el título Callejón sin salida en la Taiga, y también apareció en algunos programas de televisión. La opinión que me había formado acerca de los Lýkovs era de personas que conocen la naturaleza bastante bien, pero ignorantes en cuanto a los conocimientos y a la comprensión de nuestra moderna vida civilizada. Sin embargo, aquí se presentaba un panorama distinto... Anastasia daba la impresión de ser una persona que, no sólo comprendía perfectamente nuestra forma de vida, sino que además, parecía tener otros conocimientos pero no estaba muy claro para mí de qué conocimientos se trataba.

Hablaba con gran soltura acerca de nuestra sociedad. La conocía.

Nos adentramos en las profundidades del bosque unos cinco kilómetros y nos detuvimos a descansar. Ella se quitó la chaqueta, el platok (28) y la falda larga, y lo metió todo en el hueco de un árbol. Se quedó solamente con un vestido corto y ligero. Yo no cabía en mi asombro... me quedé maravillado de lo que vi. Si creyera en los milagros diría que se dio ante mis ojos una metamorfosis.

Ante mí apareció una mujer muy joven, de cabellos largos y dorados, de una figura perfecta. Su belleza era extraordinaria, hasta el punto de que era difícil imaginar a alguien que pudiese competir con ella en los más prestigiosos concursos de belleza del mundo, y más, si a su belleza física se sumaran sus evidentes atributos intelectuales, de los que me cercioré más tarde. Todo en ella era enigmáticamente atrayente y cautivador.

¿Quizás estás cansado? preguntó ella...? ¿Quieres descansar?

Nos sentamos sobre la hierba, por lo que pude apreciar su rostro desde más cerca. No llevaba ningún tipo de maquillaje y sus facciones eran perfectas. De tez impecable, nada típica de las caras curtidas por el aire frío de estas regiones recónditas de Siberia. Ojos grandes y cálidos, de color gris-celeste. Los labios formaban una delicada sonrisa.

Llevaba puesto un vestidito corto y ligero que parecía más bien un camisón de dormir..., pero el frío no parecía inmutarla, aunque la temperatura era de 12 a 15 grados.

Sentí un poco de hambre y saqué de mi mochila unos bocadillos y una botella con buen coñac. Le ofrecí a Anastasia, pero ella, por algún motivo, no quiso beber ni probar bocado alguno. Mientras yo comía, Anastasia reposaba sobre la hierba con los ojos dichosamente cerrados, como entregándose a los rayos del sol para que la acariciasen.

Los rayos solares se reflejaban en las palmas de sus manos abiertas produciendo una luz dorada. Así tumbada, semidesnuda se la veía tan hermosa.

Mientras la observaba, me preguntaba: ¿Con qué propósito las mujeres de todas las épocas se empeñan hasta la saciedad en mostrar sus pechos, sus piernas o ambas cosas, poniéndose escotes y minifaldas? ¿Acaso no es para llamar la atención de los hombres... como diciendo: “Miren lo hermosa que soy, abierta y accesible...”? ¿Qué se supone que hará el hombre, entonces? ¿Oponerle resistencia a sus pasiones carnales y de esa manera despreciar a la mujer con su indiferencia, o demostrarles su interés y romper así uno de los mandamientos de Dios?...

Cuando terminé de comer la interpelé...

¿Anastasia, no te da miedo andar por la taiga sola?

No hay nada que yo tenga que temer aquí.

Interesante, ¿y cómo te defenderías si te encontraras con dos o tres fortachones, geólogos o cazadores?

No me respondió, sólo sonrió.

Yo pensé: “¿Cómo es posible que esta bellísima joven, increíblemente atractiva no tenga miedo de nada ni de nadie?”

Lo que sucedió a continuación, todavía hoy, me hace sentirme incómodo... La tomé por los hombros y la acerqué hacia mí. Ella no opuso mayor resistencia, aunque en su cuerpo elástico se notaba una fuerza considerable. Sin embargo, no pude hacer nada con ella. Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fueron unas palabras pronunciadas por ella: “No lo hagas, tranquilizate”. Y aún antes de eso, recuerdo que un enorme miedo se apoderó de mí. Pánico no sé de qué, como ocurre en la infancia cuando te encuentras completamente solo en la casa y sientes miedo de algo.

Cuando recobré la consciencia, ella se encontraba de rodillas, inclinada sobre mí, con una mano en mi pecho y con la otra hacía señales a alguien por encima de nosotros y a los lados. Sonreía, pero no era a mí, sino, al parecer, a alguien que de modo invisible nos rodeaba o estaba por encima de nosotros. Anastasia parecía tratar de comunicarle a su amigo invisible, con sus gestos, que no le estaba pasando nada malo. Después me miró a los ojos con cariño y tranquilidad:

Cálmate, Vladimir, ya pasó todo.

¿Pero qué fue eso? –pregunté.

La Armonía no aceptó tu actitud hacia mí, no aceptó el deseo que se despertó en ti.

Tú mismo comprenderás todo esto más adelante.

¿Qué tiene que ver la tal Armonía con todo esto? ¡Eres tú y sólo tú quien opuso resistencia!

Yo tampoco lo acepté. Ha sido desagradable para mí.

Me senté y acerqué mi mochila.

¡¿Será posible?! ¡Ella no lo aceptó, es desagradable para ella...! ¡Así sois las mujeres! ¡Hacéis todo lo posible para seducirnos! Nos enseñáis las piernas, los pechos, andáis en tacones. No estáis cómodas con tacones, ¡pero os los ponéis! Os pavoneáis frente a nosotros con todos vuestros encantos, pero cuando la cosa pasa a mayores...

“Ah, no, eso no me interesa. Yo no soy así...” Entonces ¿para qué os andáis pavoneando? ¡Hipócritas! Soy empresario y he visto a muchas mujeres de todo tipo.

Todas queréis lo mismo, sólo que os hacéis de rogar de formas diferentes. Tú, por ejemplo, ¿para qué te has quitado la ropa? No es que haga tanto calor, ¿no? Y encima vas y te callas, y te tumbas en la hierba con esa sonrisita...

La ropa me incomoda, Vladimir. Me la pongo cuando salgo del bosque y voy a donde hay gente, para tener un aspecto como todos. Me acosté sólo para relajarme bajo el solecito y no incomodarte mientras comías.

Así que no querías incomodarme, ¿eh?... Pues lo hiciste.

Perdóname, por favor, Vladimir, tienes razón en que cada mujer quiere llamar la atención de los hombres, pero no solamente hacia sus piernas y pechos. Lo que queremos es no dejar pasar al único hombre que puede ver algo en nosotras que sea más que eso.

¡Pero es que por aquí no ha pasado nadie! Y qué es ese algo más que hay que ver si son las piernas las que están en primer plano... de verdad que las mujeres sois muy ilógicas.

Sí, lamentablemente, así ocurre en la vida a veces... ¿Te parece si nos vamos ya, Vladimir? ¿Has terminado de comer? ¿Estás descansado?

Por un instante me pasó por la mente si valdría la pena continuar el viaje con tal filosófica salvaje. Pero le contesté:

Está bien, vamos.



# ¿Fiera o Ser Humano?

Continuamos nuestro camino hacia la casa de Anastasia. A pesar de todo, dejó su ropa en el hueco del árbol quedándose con el vestidillo corto y ligero. Las galoshas (29) las metió allí también. Cogió mi bolsa, ofreciéndose a llevarla. Caminaba descalza delante de mí, con un asombroso paso ligero y gracioso, balanceando la bolsa sin esfuerzo.

Íbamos hablando todo el rato. Era interesante hablar con ella sobre cualquier tema.

Interesante, quizás, porque sus opiniones acerca de todo eran algo extrañas.

A veces, Anastasia daba una vuelta sobre sí misma mientras caminábamos. Volvía la cara hacia mí, hablaba, reía y caminaba así marcha atrás durante un rato, entusiasmándose con la conversación sin tan siquiera mirar por dónde pisaba. Es incomprensible, ¿cómo no tropezó ni una vez, ni se pinchó el pie descalzo con el nudo de alguna rama seca? No había ninguna senda visible en nuestro camino, pero tampoco encontrábamos los obstáculos habituales de la taiga.

A veces, según caminaba, rozaba o pasaba la mano con rapidez por una hojilla o ramita de algún matorral, o –inclinándose sin mirar– cogía alguna hierbita y... se la comía.

“Igual que una fierecilla” ?pensé yo.

Cuando había bayas a mano, Anastasia me alargaba algunas y yo también las comía mientras caminaba. No se la veía muy musculosa. En general, Anastasia es de complexión media, ni delgada ni gorda. Tiene un cuerpo elástico, bien alimentado, y muy bonito. Sin embargo, por lo que vi, es bastante fuerte y no está nada mal de reflejos.

En una ocasión que tropecé y empecé a caer alargando los brazos hacia adelante, Anastasia se volvió, rápida como un rayo, puso la mano que tenía libre debajo de mí y caí con el pecho sobre la palma de su mano con los dedos bien abiertos. No llegué a tocar el suelo con los brazos. Ella aguantó mi cuerpo con una sola mano y, sin dejar de hablar, lo enderezó sin esfuerzo alguno. Cuando recuperé el equilibrio con la ayuda de su mano, continuamos camino como si nada hubiera pasado. Por algún motivo, me vino a la mente la pistola de gas que llevaba en mi bolsa.

Así, conversando como íbamos, no me di cuenta de la cantidad de camino que habíamos recorrido. Cuando súbitamente, Anastasia se paró, puso mi bolso debajo de un árbol y me informó con alegría:

¡Aquí estamos en casa!

Miré a mi alrededor. Era un pequeño y ordenado claro de bosque, con flores entre los majestuosos cedros, pero no había ninguna construcción en absoluto. Ni tan siquiera una choza. ¡Literalmente nada! ¡No vi ni siquiera un primitivo refugio eventual para la noche! Pero ella se regocijaba como si hubiéramos llegado a una vivienda de lo más confortable.

¿Y dónde está la casa? ¿Cómo duermes, comes, te resguardas de la lluvia...?

Esta es mi casa, Vladimir. Aquí está todo.

Una vaga sensación de alarma empezó a apoderarse de mí.

¿Dónde está ese todo? Dame una tetera para poder, por lo menos, hervir agua en el fuego, o dame un hacha.

No tengo yo tetera ni hacha, Vladimir... y sería mejor no encender una hoguera...

Pero ¿qué dices? ¿Cómo que no tienes ninguna tetera? A mí se me ha acabado el agua. ¿No lo viste, que incluso tiré la botella, cuando terminé de comer? Ahora me queda sólo un par de tragos de coñac. Hasta el río o la aldea hay un día entero de camino, y yo ya estoy cansado y tengo sed. ¿De dónde sacas el agua? ¿Con qué bebes?

Viendo mi pánico, Anastasia empezó a turbarse un poco. Me tomó en seguida de la mano y me llevó a través del clarito hacia el bosque, diciéndome por el camino:

Te pido que no te preocupes, Vladimir, por favor, no te apesadumbres. Yo me ocuparé de todo. Descansarás, dormirás bien. Yo lo haré todo. No tendrás frío. ¿Tienes sed? Ahora te daré de beber.

Sólo a diez o quince metros del claro tras las matas, ante nosotros apareció un pequeño lago de la taiga. Anastasia rápidamente sacó un poco de agua con sus manos que acercó a mi boca.

Aquí está el agua. Bebe, por favor.

Pero tú qué, ¿te has vuelto loca? ¿Cómo se puede beber agua directamente de una charca del bosque? Si tú has visto que yo bebo agua borzhomi 30 . En el barco, incluso para bañarnos, pasamos el agua del río a través de un filtro especial, la cloramos y la ozonizamos.

Esto no es una charca, Vladimir. El agua aquí es pura y viva. ¡Es buena! No está medio matada como la que tenéis vosotros. Esta agua se puede beber, es como la leche de la madre. Mira.

Anastasia se llevó las manos a la boca y bebió el agua.

Se me escapó:

Anastasia, ¿eres una fiera?

¿Por qué una “fiera”? ¿Porque mi lecho no es igual que el tuyo? ¿Porque no tengo coche ni aparatos de todo tipo?

Porque vives como una fiera en el bosque, no tienes nada y, según parece, eso te gusta.

Sí, me gusta vivir aquí.

¿Ves?, tú misma lo confirmas.

¿Tú consideras, Vladimir, que el ser humano se distingue de todo lo viviente en la Tierra por la peculiaridad de poseer objetos creados artificialmente?

¡Si! Y más exactamente, por su civilizado modo de vida.

¿Tú consideras que tu modo de vida es más civilizado? Sí, claro, así lo crees. Pero no soy una fiera Vladimir. ¡Soy un Ser Humano!


¿Quienes son?

Posteriormente, después de pasar tres días con Anastasia y observando cómo esta extraña mujer joven vive sola en plena taiga siberiana, llegué a comprender algo de su manera de vivir y me surgieron algunas preguntas respecto a la nuestra.

Una de estas preguntas me sigue intranquilizando hasta el día de hoy. ¿Es nuestro sistema educativo y de crianza de los niños suficiente para comprender la esencia de la existencia? ¿Es adecuado para que cada persona pueda establecer las prioridades de su vida correctamente? ¿Está este sistema de educación ayudando o impidiendo la comprensión de la esencia y el propósito del Hombre?

Hemos creado un vasto sistema educativo. Es en base a este sistema que enseñamos a nuestros hijos y unos a otros. En la guardería, la escuela, la universidad, los estudios de postgrado... Es este sistema el que nos permite inventar cosas, volar al Espacio Cósmico. Nuestra vida cotidiana gira en torno a este sistema. Nos esforzamos en conseguir la felicidad a través de él. Tratamos de conocer el Cosmos y el átomo, así como todo tipo de fenómenos anómalos. Nos encanta discutirlos y describirlos en historias sensacionales tanto en la prensa popular como en publicaciones científicas.

Pero hay un fenómeno que, no se sabe por qué, tratamos con todo nuestro empeño de evitar. ¡Con mucho empeño! Da la impresión de que tenemos miedo de hablar sobre ello. Y tenemos miedo, digo yo, porque esto podría derribar con facilidad nuestros sistemas de enseñanza universalmente admitidos y nuestras conclusiones científicas, y porque además cuestiona el fundamento de nuestra vida. Nos esforzamos por aparentar que este fenómeno no existe. ¡Pero sí que existe! Y seguirá existiendo por más que le volvamos la espalda o lo evitemos.

¿No es hora de prestarle más atención, y quizás, con el esfuerzo colectivo de todas nuestras mentes humanas juntas encontrar respuesta a la siguiente pregunta?: ¿Por qué los grandes maestros, las personas que han dado lugar a las doctrinas religiosas, a las diferentes doctrinas que sigue la mayor parte de la humanidad, o al menos lo intenta, por qué todos, sin excepción, antes de crear sus doctrinas, se hacían anacoretas, se aislaban –en la mayoría de los casos– en el bosque? No en alguna súper-academia, atención a esto, sino precisamente ¡en el bosque!

¿Por qué Moisés, del Antiguo Testamento, se fue mucho tiempo al bosque en la montaña antes de volver y presentar al mundo el conocimiento expuesto en las tablas de piedra?

¿Por qué Jesucristo se aislaba hasta de sus discípulos en el desierto, en las montañas, y en el bosque?

¿Por qué un hombre llamado Siddhartha Gautama, que vivió en la India a mitad del siglo sexto A.C., se aisló en el bosque durante siete años; tras lo cual, salió del bosque este anacoreta, ya preparado para presentar a la gente su doctrina? Doctrina, que hasta hoy día, miles de años después, agita a multitud de mentes humanas. Y construye la gente grandes templos y llaman a la doctrina budismo. Y al propio hombre llamaron posteriormente Buda.

¿Por qué antepasados nuestros, no tan antiguos, como Serafim de Sarov (31) o Sergio de Radoneje (32) , reconocidos ahora como personalidades históricas, también se fueron al bosque para ser anacoretas y en un corto espacio de tiempo concibieron una sabiduría de tal profundidad que, en busca de su consejo, viajaron por caminos intransitables los zares?

En los sitios de sus respectivos aislamientos se edificaron monasterios y majestuosos templos. Así, por ejemplo, el monasterio de Laura de la Trinidad-San-Sergio (33) , en la ciudad de Sergiev Posad, de la provincia de Moscú, sigue atrayendo a muchedumbres hasta el día de hoy. Y todo comenzó a partir de un solo anacoreta del bosque.

¿Por qué? ¿Qué o quién ayudaba a esta gente a concebir la sabiduría, les dio los conocimientos, les acercó a la comprensión de la esencia de la existencia? ¿Cómo vivían, qué hacían, qué pensaban cuando se aislaban en el bosque?

Estas preguntas empezaron a surgirme algún tiempo después de mi contacto con Anastasia... Y entonces empecé a leer todo lo que pude encontrar sobre los anacoretas.

Pero al día de hoy, no he encontrado una respuesta. Por algún motivo, en ningún lado se describe qué pasaba con ellos allí.

Las respuestas, creo, han de ser buscadas con un esfuerzo colectivo. Por mi parte, procuraré describir los acontecimientos que tuvieron lugar durante aquellos tres días de mi estancia en el bosque de la taiga siberiana, y mis impresiones tras mis conversaciones con Anastasia, con la esperanza de que alguien podrá llegar a captar la esencia de este fenómeno y sacará algunas conclusiones sobre nuestro modo de vida.

Por ahora, de todo lo que he visto y oído, sólo una cosa es indiscutible para mí: la gente que vive en el bosque como ermitaña, incluso Anastasia, ve todo lo que sucede en nuestra vida desde un ángulo diferente de como lo vemos nosotros. Algunas de las ideas de Anastasia difieren 180 grados de las admitidas comúnmente. ¿Quién está más cerca de la verdad? ¿Quién lo tiene que juzgar?

Mi tarea es solamente exponer lo que he visto y oído. Y dar así la oportunidad a los demás de encontrar una respuesta.

Anastasia vive en el bosque completamente sola, no tiene ninguna vivienda, casi no lleva ropa y no reserva provisiones. Ella es descendiente de personas que han estado viviendo aquí desde hace miles de años y fueron representantes como de otra civilización diferente. Ella y sus semejantes han sobrevivido hasta nuestros días, gracias, según mi parecer, a una muy sabia decisión. Muy probablemente, la única posible para preservarse: cuando se mezclan entre nosotros, procuran no distinguirse en nada de la apariencia de la gente corriente. Y en los lugares donde habitan se fusionan con la naturaleza. Estos lugares son difíciles de descubrir. De hecho, la presencia del hombre en estos sitios, tan sólo se puede notar porque está todo como más cuidado, más bonito, como en el claro de bosque de Anastasia en la taiga, por ejemplo.

Anastasia nació aquí y es parte integrante de la naturaleza. A diferencia de los otros grandes anacoretas conocidos por nosotros, ella no se aisló en el bosque sólo por un cierto tiempo, como ellos hicieron. Ella nació en la taiga y solamente visita nuestro mundo en periodos breves. En base a esto, parece haber una explicación muy sencilla para aquel fenómeno –a primera vista místico– que ocurrió cuando me sobrevino aquel fuerte miedo y perdí la consciencia intentando hacerme con Anastasia. Así como el hombre domestica a un gato, un perro, un elefante, un tigre, un águila... aquí todo lo que le rodea está domesticado. Y este todo es incapaz de permitir que le pase algo malo a ella. Anastasia contaba que cuando ella nació y tenía menos de un año, su madre podía dejarla sola en la hierba.

?¿Y no te morías de hambre? ?preguntaba yo.

La anacoreta de la taiga me miró al principio con asombro, pero después contestó:

?Los problemas de alimentación no deben existir para el Hombre. Hay que alimentarse como se respira, sin prestarle atención, sin distraer el pensamiento de lo principal. El Creador encargó a otros esta tarea, para que el Hombre pudiera vivir, como Hombre, cumpliendo su propio propósito.

Ella chasqueó los dedos y a su lado se apareció una ardillita, que saltó a su mano.

Anastasia llevó el hociquito de la fierecilla a su boca y la ardillita le pasó de su boca el corazón de un piñón de cedro ya pelado. Esto no me pareció algo fuera de lo normal.

Recordé que en el Academgorodok de Novosibirsk (34) , muchas ardillas, acostumbradas a la gente, mendigan el cebo a los paseantes y hasta se enfadan si no les obsequian con algo... Y aquí simplemente estaba observando el proceso inverso. Pero aquí es la taiga.

Entonces, yo dije:

?En nuestro mundo, el mundo normal, todo está organizado de otra manera. Tú, Anastasia, intenta chasquear los dedos delante de un quiosco privado. Hasta puedes tocar el tambor, nadie te dará nada. Y tú dices que el Creador lo solucionó todo.

?¿Y quién tiene la culpa de que el Hombre decidiera cambiar la creación de Dios?

Intenta entenderlo tú mismo. ¿Es para mejor? ¿Para peor?

Este es el diálogo que tuve con Anastasia sobre la cuestión de la alimentación. Su posición es sencilla: va contra natura malgastar el tiempo en pensar en nimiedades tales como la comida, y ella no piensa en esto. ¿Y resulta que en nuestro mundo civilizado, sí hay que pensar en ello?

Nosotros conocemos por libros, reportajes de prensa y programas de la tele, numerosos ejemplos de infantes que habiendo accidentalmente quedado atrapados en plena naturaleza salvaje, han sido alimentados por lobos.

Pero aquí es otra cosa: generaciones de gente han vivido permanentemente aquí en la taiga y sus relaciones con el mundo de los animales son distintas a las nuestras. Yo le pregunté a Anastasia:

?¿Por qué no tienes frío cuando yo tengo que estar aquí con la cazadora puesta?

?Porque el organismo de la gente que se abriga con ropa y busca amparo del calor y del frío, lo que hace es que va perdiendo gradualmente la capacidad de adaptarse a los cambios del medio ambiente ?contestó ella? y yo no perdí esta capacidad del organismo humano, por eso no tengo tanta necesidad de ropa.

-.-.-

26
Galoshas: Tipo de calzado de goma típicos de la zona para los tiempos de otoño y primavera cuando el terreno está húmedo. Hemos optado por dejar la palabra rusa por ser un elemento muy característico de Rusia del norte. Proviene del vocablo francés: galocha.

27
Los Lýkovs – Una familia de viejos creyentes, que vivió aislada en la taiga del Altay durante más de cuarenta años.

28
Platok – Pañoleta o pañuelo grande que usan muchas mujeres rusas. Antiguamente, todas las mujeres rusas se cubrían la cabeza con un platok. Actualmente sólo lo hacen las mujeres mayores.

29
Galoshas: ver nota del capítulo 1.

30
Borzhomi – un tipo de agua mineral de las montañas del Cáucaso en Georgia muy popular, famosa por sus propiedades.

31
Serafim de Sarov (1753-1833) – uno de los santos más estimados de la iglesia ortodoxa. Durante quince años (desde 1794) vivió en una cabaña aislada, construida a la orilla del río Sorovka, en el bosque de Sarov, situado al norte de la provincia de Tambov y al sur de la de Nizhni-Novgorod en el centro de Rusia. Poseía el don de profecía y curación de gente. Es fundador de un convento de mujeres en Diveyevo, que sigue existiendo hoy día.

32
Sergio de Radonege (1314-1392) – considerado como santo entre los ortodoxos rusos. En 1334 abandonó la ciudad y construyó en pleno bosque una capilla y una cabaña. Pasó tres años en plena soledad. Fue consejero de príncipes y nobles, pero también del pueblo. La población de la época en que vivió había sido destruida por la invasión de los tártaros (1237-40) y por guerras fratricidas. Fue el restaurador de la unidad nacional. Hizo muchas “peregrinaciones de paz” yendo a pie de unas ciudades a otras para reconciliar a los príncipes enemigos. Fundó muchos monasterios.

33
Laura de la Trinidad-San-Sergio: monasterio fundado por Sergio de Radonege en 1340. Mientras vivió su fundador tuvo una gran influencia sobre la vida de todo el país y vino a ser la “casa madre” de otros cien monasterios. Declarada “reserva de arte nacional.”

34
Academgorodok ("el pueblo académico") de Novosibirsk: es el centro científico de Siberia con varios institutos científicos de nivel mundial. Los científicos viven y trabajan aquí. También se considera como una curiosidad de la ciudad de Novosibirsk por su bosque único, donde habitan junto a la gente, muchas especies de aves incluidas en el libro rojo.



Extracto de: Libro 1 de la Serie Los cedros Resonantes de Rusia, Anastasia, del autor Vladimir Megré, traducido del idioma original ruso al español por Iryna O ?Hara y corregido y editado por Rocío Madreselva.



Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
05 abril 2020