Cuando alguien se siente turbado, irritado o desgraciado, ¿qué hace? En lugar de intentar apaciguarse, calmarse, dominarse, se va corriendo a casa de los vecinos, o de los amigos, o bien les llama por teléfono para contarles todo lo que va mal. Una vez descargadas sus penas, se siente contento, aliviado y mejor. Sí, pero no nos damos cuenta de que actuando así, es como si se depositara en esas personas un montón de impurezas. No quiero decir con ello que nunca hay que hablar de las propias dificultades con los amigos. Los amigos con sus consejos y apoyo, pueden ser de gran ayuda. Sólo digo que no hay que utilizarlos como un cubo de basura para verter en él nuestras decepciones, nuestros enfados y mal humor. Nada bueno puede ocurrir actuando así.
Además, hay que tener en cuenta que los amigos, que no son demasiado razonables, irán a su vez a buscar otros amigos para descargar su carga, y así sucesivamente.
Insisto en deciros que no creo que sea censurable buscar el consuelo de un amigo. Pero, a menudo, no se busca este consuelo. No se espera ninguna luz, ningún consejo. La gente sólo siente la necesidad de descargarse, esto es todo. y si después de hacerlo se sienten mejor, en realidad esta mejoría es sólo pasajera porque no han realizado un verdadero trabajo interior para resolver sus problemas, y, al primer contratiempo, sucumben de nuevo. Por lo tanto, no sólo habrán envenenado a los demás, sino que, en realidad, tampoco ellos habrán mejorado su propio estado.
Para desembarazarse de las penas y de las preocupaciones, hay otros métodos distintos que el de molestar a los amigos o los vecinos. Cuando os sintáis contrariados, irritados, quedaos en vuestra casa tranquilamente, trabajad con la luz, orad, meditad, cantad, escuchad música… O bien, salid, andad un poco por la naturaleza, respirad profundamente uniéndoos a la tierra, a los árboles, al Cielo… Y no os presentéis frente a los demás hasta que os sintáis liberados, descargados y capaces de aportarles algo bueno, luminoso y constructivo.
Observaos y constataréis que normalmente hacéis exactamente lo contrario: cuando algo va mal, vais rápidamente en busca de otras personas para compartir con ellas vuestros problemas, y, cuando todo va bien, no decís nada, no tenéis nada que contar. ¡Es realmente extraordinario: cuando todo va bien, no hay nada que contar! ¿No creéis que deberíais corregiros y aprender a compartir con vuestro entorno tan solo estos buenos estados?
Vayamos todavía más lejos: cuando viváis momentos de paz, de alegría, de admiradón, pensad en hacer partícipes a los demás de estos estados de privilegio. Consagrad algunos minutos a todos los seres que se sienten angustiados y desesperados en el mundo. Concentraros en ellos y decid: “Queridos hermanos y hermanas del mundo entero, esto que poseo es tan bello, tan luminoso, que quiero compartirlo con vosotros. Tomad de esta belleza, tomad de esta luz…”
Puesto que sabéis que vuestros estados interiores producen ondas que se propagan, no guardéis vuestra felicidad para vosotros, compartidla; de esta forma no tan sólo haréis el bien a los demás, sino que amplificaréis estos estados en vosotros mismos. Sí, es un fenómeno mágico: para conservar vuestra alegría, hay que saberla compartir.
Omraam Mikhaël Aïvanhov – EL DEBER de SER FELIZ