Un camino de muchos senderos. I

Introducción 

COMO TODOS SABEN, para cada historia existe un comienzo, un desarrollo y un final. Pero cómo empezar a contar una historia que no tiene ni principio ni final, ni se desarrolla de manera lineal. Una historia que es infinita, sin tiempo. Lo único que podemos decir de ella es que simplemente es. 

Me llamo John y ha sido un placer para mí, desde que me mudé a este mundo en el que vivo ahora, visitar de vez en cuando a mis amigos que todavía viven en la Tierra para conversar con ellos, brindarles mi apoyo y debatir sobre diversos temas. Y ahora siento que ha llegado el momento de hablarle a un círculo más grande de amigos. 
Tal vez se pregunten: ¿Qué clase de persona es esta? y ¿De dónde viene? Todo el mundo se hace estas preguntas; lo sé. Cuando vivía en la Tierra yo también me preguntaba sobre el después. ¿Habrá algo más allá? ¿Qué es realidad y qué es fantasía? ¿Dónde empieza una y termina la otra? A la mayoría de las personas los invade la incertidumbre y la duda a pesar de lo que puedan haber visto u oído. Es un poquito del precio que hay que pagar por el libre albedrío –libertad de pensamiento y libertad de acción– y en ese proceso de pensamiento individual, uno puede perder fácilmente el camino porque solo existe el ser, una mente pequeña. 

Todos los grandes maestros a través del tiempo nos han dicho: “Ámense unos a otros”, esa es la primera lección. “Yo y mi Padre somos uno”, esa es la segunda. Entonces, si cada ser humano es verdaderamente tu hermano, tu mente jamás estará completamente sola.

Todo esto suena muy bien, un poco trillado podrías decir, y para muchos, sin ningún sentido porque nunca han mirado profundamente dentro de la fuente de la vida. 

Así era yo. Me cuestionaba y me preguntaba pero no sabía. Y entonces un día descubrí que no solo hay vida después sino vida continua –vida que nunca cesará, vida que sigue por siempre.

Primer capítulo

John

Fue durante la Segunda Guerra Mundial, al sur de Imfal. Los japoneses estaban avanzando. El pueblo estaba bajo ataque y, unas millas más atrás, nos encontrábamos en la dirección de avance de las tropas enemigas. Fue un combate rápido y cruento. Me adelanté hacia lo que se podría llamar el pelotón de avanzada, que consistía de la mitad y un poco más de mis hombres (serían unos catorce hombres los que habían sobrevivido hasta ese momento). Justo cuando me disponía a hablarle al sargento al mando, lanzaron el ataque con una descarga de mortero y me dieron de lleno.

Todo terminó muy rápido. Estaba en el suelo. Los sonidos de la batalla se habían apagado. Había seguido avanzando. Me preguntaba por cuánto tiempo había estado inconsciente y luego, mientras yacía en el suelo, caí en la cuenta de que los japoneses no tardarían en llegar. Herido como estaba, sería presa fácil. No era para nada un pensamiento placentero pero me sirvió para alejar mi mente de la idea de una muerte certera y recordé un pequeño panfleto que había leído en algún lado, algo que alguna organización británica había repartido. Era extraño pero no lo había olvidado. El panfleto decía: “QUÉ HACER EN CASO DE MUERTE SÚBITA” y había sido escrito por un grupo de espiritistas. Recuerdo que me había hecho un poco de gracia en aquel momento: ahora deseaba haberlo leído. Tal vez había algo de cierto en todo eso.

Y entonces miré hacia arriba. Un japonés estaba ahí parado observándome, mirándome desde arriba y recuerdo haber pensado: “Es ahora. Aquí viene”. Pero nada sucedió. Lo miré a los ojos y me miró perplejo. En sus ojos podía ver que sonreía, pero no con malicia.

—¿Qué haces ahí tirado? —dijo en inglés.

—Esa es una pregunta ridícula —contesté.

—¿Ah sí? 

—Sí. No me puedo mover y no siento casi nada. Creo que tengo la columna destrozada.

—Intenta mover una pierna. Vamos, hazlo.

Había algo en toda esta situación que no lograba entender del todo. Aquí estaba este soldado japonés, mi enemigo, en medio del campo de batalla diciéndome que moviera una pierna y yo sentía que tenía un agujero en la espalda grande como para que quepan dos puños cerrados. Sin embargo, había algo en él, en lo que decía y cómo lo decía, que me daba confianza. Así que lo intenté. Moví la pierna. No hubo dolor.

—Intenta con la otra ahora —dijo.

La moví. De nuevo no hubo dolor.

—Ahora intenta pararte.

Bueno, esto fue un poco desconcertante, pero lo intenté y ¡me puse de pie! No puedo describir lo que sentí. Luego de haber estado en el suelo lleno de miedo y terror y poder de repente levantarme y sentirme completo y bien. Fue increíble.

—¿Qué sucedió? —pregunté cauteloso.

Sonrió de nuevo y alzó una ceja.

—De verdad creo que tendrías que haber leído ese panfleto. Te habría ayudado inmensamente.

—¿Qué quieres decir? ¿Me tocó el turno?

—Sí. Te tocó. Y a mí también. No solo te tocó a ti. También le tocó a la guerra. Eso ya ha quedado atrás del mismo modo que tu cuerpo ha quedado atrás. 

Miré por sobre mi hombro. Y fue otro shock. Sobre el suelo yacía mi cuerpo despedazado por la ametralladora. 

—Pero… ¿cuándo me morí? ¿Fue en el momento en que te vi?

—¿Morir? —dijo—. No estás muerto. Simplemente dejaste de lado un cuerpo que ya no te servía. Nadie muere. Un cuerpo se torna inservible y se deja a un lado como un traje viejo. Sí, a veces lo despedimos amorosamente si nos ha servido bien; otras veces muy amorosamente si nos ha servido muy bien; y otras veces con indiferencia porque uno ha sufrido mucho. Pero, no, entiendo lo que quieres decir. El momento en que dejas de vivir dentro del espacio limitado por tu cuerpo, el momento en que el cuerpo deja de ser un traje para ti, es es el momento en que mueres.

Luego dijo:

—¿Recuerdas que sentías mucho dolor, que las descargas de mortero continuaban y luego la batalla siguió adelante sin ti?

—Sí.

—Y luego hubo un momento en el que perdiste la conciencia. Un muy breve momento. Luego volviste a abrir los ojos. Los sonidos de la batalla se habían apagado. Como si hubiera seguido avanzando, pensaste. Pero no fue la batalla la que avanzó, ya que todavía sigue rugiendo. Fuiste tú quien avanzaste y la dejaste atrás. Yo estuve aquí parado esperando que te dieras cuenta de que algo había cambiado, esperaba el momento para hacerme presente y hablarte. Cuando te diste cuenta de que algo había pasado —que la muerte, si no había llegado, estaba a un solo paso— fue entonces que llegó el momento de hablar. Pero tú ya habías dejado ese mundo y habías entrado a otro, y es por eso que puedo estar ahora aquí contigo.

-.-.-

En todo este tiempo en que me he dedicado a cumplir con mi tarea —de recibir a los recién llegados que parten de los campos de batalla de todo el mundo— no he vuelto a experimentar la maravilla de lo que fue mi propia partida. No vi ningún valle de sombras, te lo aseguro. Y a pesar de que durante un tiempo me pregunté sobre el juicio final, pude comprobar que no existe tal cosa. 

Siguiente capítulo: Alan. 


Extracto del libro Road of Many Ways (Un camino de muchos senderos) por un médium sudafricano.
Traducción: Estefanía Fernández





Fuente:
www.trabajadoresdelaluz.com
19 de Diciembre 2018