V.B. Anglada - El hombre en el Devachán. II

Experiencias en el Devachán

Voy a iniciar seguidamente el relato de algunas experiencias devachánicas pero, antes de hacerlo quisiera hacer resaltar que ellas expresan únicamente escenas o cuadros mentales captados en un momento cíclico determinado, el de nuestra percepción en este caso. El proceso devachánico de cualquier ser humano puede estar lleno de muchas de estas escenas vivientes, que no son sino expresiones de los deseos, sueños y aspiraciones que no pudieron ser debidamente cumplidos ni realizados durante el proceso kármico de la vida física.
Debo hacer resaltar también que aunque cito la “edad” aparente de algunas de las personas que fueron contactadas en el Devachán, no quiero significar con ello que la “edad” tenga importancia alguna en este plano. Entiendan Uds. que en el Devachán la “edad” es fabricada por la mente, sutilmente conectada todavía con el aspecto tiempo y siguiendo el trazado de la memoria viva de un hecho particular o de una época claramente definida, evocada del depósito vital de las memorias humanas que por sus características especiales contienen un claro y potente estímulo para el hombre. Tales potentes estímulos evocan a la par la facultad creadora del ser humano que subyace potencialmente en la raíz de cada uno de sus sueños y aspiraciones.

Nuestra primera experiencia devachánica tuvo como punto de confluencia la pequeña esfera mental de un hombre primitivo, de un salvaje del África ecuatorial. Toda su actividad dentro de la reducida esfera de sus sueños se circunscribía a la caza, a la pesca, a una vida al parecer muy solitaria en el interior de la selva pero, cosa curiosa, cuando cazaba o cuando se dedicaba a la pesca lo hacía con una habilidad realmente extraordinaria. Esta evidente capacidad o habilidad era, al parecer, uno de sus más queridos sueños, uno de los intensos deseos que en la acción mental de aquella escena estaba consumando. 

No había mujer alguna ni tampoco otros salvajes en los confines de sus sueños, aquel hombre primitivo aparecía completamente solo, en el interior de su íntima conciencia se revelaba en aquellos momentos “algo” que realmente constituyó un verdadero y auténtico deseo apremiante de su vida pasada, un potente sueño que él “revivía” ahora dentro del marco de su conciencia con los más excitantes y vivos aspectos de realidad. La Ley cíclica, ordenadora de todo el proceso de lo creado, se extendía frente a él como una panorámica de lo que siempre intentó vivir o realizar sin poder conseguirlo plenamente. Estaba pues “consumando sus deseos”, liberando el caudal de energía de sus sueños, lo cual le permitiría volver en un futuro no muy lejano, dado lo reducido de su esfera devachánica, al plano de la existencia física con otra clase de sueños y deseos, los verdaderos promotores de la evolución de la entidad humana.

Otra esfera devachánica en la que el Maestro nos invitó a penetrar entre otras varias, fue la de un hombre que en la panorámica de sus sueños aparecía como persona muy activa, que rápidamente marchaba por las calles, entraba de vez en cuando en alguna taberna, bebía allí, salía de nuevo y entraba finalmente en una casa en donde le esperaba una joven muy agraciada que le abrazaba y seguidamente le ofrecía de comer y beber, pero sin dejar nunca de acariciarle tiernamente y de colmarle de atenciones. El lugar, o marco, de aquel cuadro viviente, muchas veces repetido con diversas variantes, era muy parecido al de aquellas ciudades inglesas que nos describe Carlos Dickens en algunas de sus novelas, la fecha orientativa de las escenas y de las personas que salían a relucir en la pantalla de los sueños de aquel hombre, cuya edad parecía como de cuarenta y tres años, era quizás de últimos del siglo XVII o a principios del XVIII. 

Iba elegantísimo y al propio tiempo estrafalariamente vestido a diferencia de la humildad con que iban vestidas las demás personas que se manifestaban en su cuadro devachánico, incluida aquella joven que constituía al parecer el centro focal y objetivo final de todo el proceso de ideación o de proyección de cada uno de los cuadros mentales que a nosotros nos era permitido percibir.

Al llegar al Ashrama, es decir, al hacer conciencia del Ashrama después de sustraernos a la conciencia del Devachán, nos permitió ver al Maestro a través de la luz astral que se filtraba de los archivos akáshicos, o memoria eterna de la Naturaleza, el cuadro verdadero de lo que fue la vida de aquel hombre. Aparecía en primer lugar como un vagabundo, vestido de andrajos y por añadidura cojo, que pedía limosna por las calles de aquella ciudad anteriormente reseñada y que no variaba en mucho respecto al cuadro devachánico que habíamos presenciado. Veíamos cómo entraba en una taberna y como le arrojaban de allí en forma violenta porque, al parecer, no tenía con qué pagar. 

Lo veíamos finalmente encaramado en lo que parecía una ventana, pero tan estrecha que más que ventana rendija parecía de una muy triste y mísera vivienda, contemplando desde allí otra casa a través de cuya ventana podíamos ver a una agraciada joven, no tan agraciada aunque sí muy parecida a la del sueño devachánico, que iba y venía realizando faenas propias del hogar y deteniéndose de vez en cuando para abrazar o acariciar dulcemente a un hombre sentado ante una mesa, y que al parecer era su marido. 

Tenían entonces una lógica explicación las escenas que se reproducían casi sin interrupción y con muy escasas variantes, en el interior de aquella esfera devachánica en la que el hombre en cuestión hilvanaba con los materiales de aquello que nunca pudo tener ni alcanzar; ligereza en el andar, vestidos decentes, contacto de amistad con los demás, dinero con que pagar alguna módica bebida en algún momento de soledad, angustia o sufrimiento, y singularmente la ternura de una mujer amorosa que le acariciaba en sus momentos de profunda soledad y solitaria tristeza. Aquí también, la ley ordenadora de los ciclos se revelaba con idéntica potencia que en el caso del salvaje, variaban únicamente los decorados, estos decorados siempre mejores que los corrientes, que la mente fabrica con la materia etérica de los sueños y de la intensidad de los deseos. 

La esfera de tales sueños, de estos sueños de consumación devachánica era, en este caso concreto, mucho mayor que en el caso anterior, pero el proceso de ordenación era el mismo e idéntica la finalidad: consumar un ciclo de fuerza engendrado por el deseo y abrir otro de tipo superior, más noble y elevado, que debería abrir una nueva avenida natural para otra oportunidad de existencia humana.

Otra esfera devachánica en la que pudimos penetrar, singularmente interesante desde el punto de vista de la imaginación creadora, por la profusión de elegancia, belleza y colorido, fue la que había fabricado con la potencialidad de sus deseos y sentimientos una dama que, por los elegantes vestidos con que se adornaba y por el conjunto ambiental que la rodeaba, nos dio inmediatamente la impresión de que no hacía demasiados años que había dejado el cuerpo físico. Todo en aquel mundo de doradas ilusiones denotaba exquisita belleza y una profunda sensibilidad que penetraba, por así decirlo, en nuestro ánimo y nos hacía participar así directamente de los “sueños” de aquella dama. Lo que más nos llamó la atención dentro de aquel extraordinario cúmulo de ilusiones devachánicas pero que aparecía ante nosotros como un cuadro de la más viva realidad, fue un joven sentado ante un magnífico piano de estos llamados de cola del cual extraía delicadísimas notas. 

El piano se hallaba situado en el centro de un gran salón lleno de espejos y de cortinajes encarnados que aparecía repleto de personas de ambos sexos muy elegantemente vestidos y que parecían estar deliciosamente embebidos en la audición del recital del joven pianista. Las paredes estaban decoradas con profusión de hermosos cuadros. Sus marcos dorados daban una nota de exquisito relieve a aquellos cuadros que parecían pintados al óleo aunque con tales tintes de realidad que no parecía sino que las personas e imágenes que representaban estuviesen vivas en el interior de sus marcos respectivos. 

En otra fase de nuestro contacto con aquel sueño devachánico, acompañando siempre a aquella dama, que no sólo aparecía elegantísimamente vestida y con valiosas joyas, sino que era extraordinariamente bella (el sueño dorado de toda mujer), entramos en otro salón decorado de distinta manera que el anterior; el conjunto aparecía aquí de un delicado color azul guardando una exquisita armonía cada uno de los objetos allí representados: cortinajes, cuadros, jarros de porcelana, figuritas de marfil, de mármol o de alabastro. A través de unos grandes ventanales se distinguía un frondoso y exuberante jardín lleno de flores de distintos y delicados matices. No dejé de preguntarme hasta dónde puede llegar la imaginación del ser humano insuflado, como el de aquella dama, de los atributos creadores de la divinidad. 

La esfera en la que se “movía” era extraordinariamente extensa, el ámbito cíclico que “recorría” llevada del impulso creador de sus sueños e ideaciones tenía un colorido y dimensión admirables, todo parecía indicar, dada la profusión de imágenes y situaciones y el prolongado radio que condicionaba esa esfera devachánica, que aquella existencia ideal perduraría todavía mucho, ya que el tiempo es el aliado de la consumación kármica y era precisamente lo que aquella dama estaba realizando en lo íntimo de su conciencia: consumando sus deseos en la forma más sublime e idealizada a su alcance. Por otra parte ella aparecía en el centro mágico de toda su esfera devachánica como un alma extraordinariamente sensible, pura y altamente evolucionada. 

Consciente de esta realidad y queriendo profundizar esotéricamente en el devenir de aquella existencia devachánica, al “tomar conciencia de nuestro Ashrama” le preguntamos al Maestro cómo era posible que un alma tan exquisita y armónicamente desarrollada como parecía ser aquella dama estuviese encerrada en aquel ambiente devachánico, exquisitamente delicioso y hasta sublime, pero un sueño al fin, creado con los elementos del deseo. Vean Uds., por favor la respuesta del Maestro:


La vida es sueño
(CALDERÓN DE LA BARCA)

Toda vida es un sueño, amigos míos. El Universo, si pudierais alcanzar a comprenderlo, es también un sueño, el sueño del propio Dios. El despertar de este sueño -tras la desaparición de un Universo objetivo- es la apertura de otro sueño, pero mucho más vivo todavía que el que dio vida al Universo anterior, en las indescriptibles oquedades del Gran Pralaya. Respecto al hombre, el despertar del sueño “de la existencia física” tras el fenómeno de la muerte origina el Devachán, el Cielo infinito e ilimitado de los sueños que no pudieron ser cumplimentados en la vida terrestre. El mundo del Devachán, creado con la sustancia de los mejores y más exaltados sueños del hombre, tiene más profunda realidad que el mundo físico, porque son más nobles y permanentes los materiales empleados en la confección de los mismos y es más extensa y más perfecta la perspectiva o espacio en donde tales sueños se materializan. 

Ahora bien, debéis tener presente en todo momento, ya que ello redundará en una comprensión más perfecta del verdadero significado del Devachán en el proceso evolutivo del hombre, que a una mayor intensidad y pureza de los sueños o de los deseos que los hacen posibles, corresponde un ciclo menor de “recorrido devachánico”, una menor extensión en el tiempo, si es que puedo emplear esta locución para determinar un lugar que por sus características “está más allá y por encima del concepto tiempo”, tal como corrientemente es entendido. Quiero significaros con estas palabras uno de los principios que concurren en la expresión del Devachán: la intensidad de un sueño es el factor de una más rápida consumación.

En la esfera devachánica de una persona primitiva se produce idéntico efecto aunque por causa distinta, esta causa es lo reducido de la esfera en donde se exteriorizan sus capacidades de ideación y la limitada calidad de los deseos, orientados principalmente a la satisfacción de las apremiantes necesidades inmediatas.

Influye asimismo en el proceso devachánico la “edad” que tenía una persona cuando dejó el cuerpo físico. La razón es obvia y os será muy fácil comprenderlo. Una existencia física muy prolongada sitúa ante la percepción y consideración de una persona una mayor cantidad de cosas, de hechos y experiencias”, es decir, una mayor cantidad de estímulos e incentivos del deseo, y si esta persona es de tipo muy corriente, lo cual quiere significar que no ha establecido contacto todavía con los aspectos superiores o espirituales de la vida, crea dentro de su conciencia un ciclo o recorrido de deseos inconsumados mucho mayor que el de otro hombre que hubiese henchido su vida de más nobles y puros ideales.

Como dato aleccionador sobre la experiencia devachánica de aquella dama que acabamos de contactar, debo deciros que en su existencia física no perteneció en manera alguna a aquello que en lenguaje profano denomináis “alta sociedad”. Por el contrario, su vida tuvo un carácter muy humilde, fue doncella de compañía de una dama de alto linaje, pero dotada de una gran imaginación y de una sensibilidad exquisita... siempre había soñado vivir como algo suyo aquella vida de refinado lujo y de ética artística a la que le había predispuesto desde su más tierna infancia, el contacto con la sociedad en la que tuvo que desenvolverse pese a la humildad de su nacimiento. Puedo deciros sin embargo, pues esto os aclarará el exquisito gusto con que eran creadas las imágenes de sus sueños devachánicos, que su ética interna y la elevación de sus aspiraciones eran extraordinariamente superiores a las de la señora a la cual por razones kármicas se vio obligada a servir como doncella. 

Estas son las explicaciones del Maestro, muy sencillas como siempre, pero que aclaraban nuestras más mínimas dudas sobre el tema acerca del cual le habíamos interpelado.

Muy interesante fue también el caso de una monja, fallecida siendo todavía muy joven, unos treinta años por su apariencia, rodeada de niños, sus hijos en el Devachán, sin apenas visión mística o religiosa, cuando menos en el momento cíclico que la estábamos observando, y en la mayoría de “cuadros mentales” que proyectaba en el interior de su esfera devachánica nos demostró cuál había sido “la verdadera vocación de su vida”, un hogar con esposo e hijos y no la vida monástica o conventual que por equivocación quizás, había llevado en su existencia terrestre.

Ahora bien, ¿se había realmente equivocado? ¿Quién puede juzgar los actos de los demás y decir “esto está bien” o “esto está mal”? Regida la vida humana por imperiosas necesidades de vida cósmica, expresada a través de la ley periódica de los ciclos, es difícil por no decir imposible estar seguro de acertar o de equivocarse. La mayoría de las veces lo que aparece ante nuestros ojos como “un error” puede ser un acierto y el “acierto” aparecer a veces como un error. Por esta razón, una de las reglas básicas del discípulo en el Ashrama es la de “suspender el juicio” ante cualquier hecho o acontecimiento. Frente a la realidad interna, que está más allá de los errores y de los aciertos de los mortales, la vida se rige por la ley de la oportunidad cíclica, siendo esta oportunidad inteligentemente manejada por los SEÑORES DEL KARMA, la que crea, ordena y cumplimenta el destino de todos y cada uno de los seres humanos.




Fuente:
http://www.trabajadoresdelaluz.com
22 de Enero 2018